Momo no recordaba la última vez que había sentido tal obstinación hacia la no-tan-pequeña Tzu. Estaría bastante satisfecha si en un descuido la castaña (porque el tinte se convirtió en uno de sus más fieles amigos) caía al suelo, pues quería dormir y le era imposible si la tonta con la que compartía habitación se mantenía sobre ella.
Estaba acostada sobre su estómago en la diminuta cama que le perteneció en su niñez, era un sábado a las nueve de la mañana y casi podía considerarse un delito el hecho de que estaba despierta a esa hora. Pero es que Tzuyu creyó que sería buena idea tomarla como una almohada gigante para abrazar sin pensar que podía quedarse sin aire y morir.
Era consciente de que la alfa la había extrañado, ella también lo hizo. En demasía. Hacía dos años atrás que había ingresado a la universidad de Gangnam-gu, en un parpadeo estuvo despidiéndose de su familia y de la menor, sintiendo por primera vez lo que era dejar a sus cuidadoras y un corazón roto cuando le escuchó suplicar que no la dejara. "Como cuando tenía siete..." pensó Momo en ese instante, con un nudo en la garganta.
Pero pese a que su lobo adoraba recibir los mimos de su alfa, encontrándose a sí misma sonriendo como idiota por tener aquél adictivo olor a chocolate y nueces adherido a su piel cual bandita, a veces solía ser asfixiante, literalmente hablando, porque Tzuyu no era una pluma y su cuerpo era más pesado que el de su Unnie gruñona. No era la primera vez que se encontraba en esta situación, al parecer era una nueva manía adquirida.
Poco tiempo después, cuando la alarma de su celular empezó a sonar de manera insistente, su irritación crecía de manera gradual, haciéndola removerse entre las sábanas revueltas en vano.
Terminó resoplando de impaciencia al sentir como la contraria escondía el rostro en su nuca y acariciaba su costado con lentitud.
—Ya sé que estás despierta, ¿por qué no te levantas y dejas de asfixiarme? —gruñó finalmente, intentando girar la cabeza sin éxito.
Tzuyu dejó escapar una risita, sus labios rozandole la piel.
—Eres comoda para dormir, Moguri—Murmuró, su voz ronca por haberse despertado le hizo estremecer. Era uno de sus sonidos favoritos.
—Creo que sería más cómodo si fuese yo la que estuviera sobre ti, siento que estoy a punto de quebrarme.
—Eso se puede arreglar —dijo con picardia. Momo rodó los ojos, un segundo después acabó sobre el pecho de Tzuyu. La sonrisa mostrando sus encías no cabía en su rostro—¿Estás cómoda ahora? ¿Se siente bien estar sobre mí?
—Eres tan irritante, Tzu. Muy, muy irritante.
—Vamos, Moguri, admite que adoras esto —Tzuyu alzó las cejas, su mano traviesa acariciando la espalda de la aludida.
Otra cosa que cambió con el pasar de los años fue la actitud de la menor, ahora también era una cosita pervertida que hablaba en doble sentido las veinticuatro horas del día. La pelinegra le echaba la culpa a las hormonas por atacar el cuerpo de la joven alfa.