Capítulo 2| Una flor en mitad de la guerra

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Apenas alcanzaba los veintipocos años, no podría decirte la edad exacta aunque quisiera, pues ha pasado demasiado como para acordarme

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Apenas alcanzaba los veintipocos años, no podría decirte la edad exacta aunque quisiera, pues ha pasado demasiado como para acordarme. De lo que si puedo acordarme a la perfección es de mi melena al estilo Mick Jagger  de la que siempre fardaba. Fue una buena época aquella. 

Nos estábamos recuperando de una postguerra en donde la hambruna y la pobreza reinaba las calles, hay algo de esa época en la que la guerra había dejado su gran huella, que nunca conseguiré olvidar, y fue aquella flor que encontré descansando en un devastado terreno que seguramente tiempo atrás habría sido un bonito campo silvestre. Era lo más vistoso del lugar, también lo más pequeño y pensé en lo que podemos llegar a apreciar las cosas cuando no tenemos nada. 

Pues algo así me pasó cuando la vi a ella.

¿Por dónde iba? Si, mis veintipocos y mi pelo a lo Rolling Stones

Trabajaba manteniendo las vías férreas de la ciudad, aun siendo un trabajo duro me gustaba pasar parte de mi vida allí, con amigos que compartían el mismo empleo y con un sueldo que me daba suficiente como para poder ayudar a mis padres a subsistir. 

—Vamos Dari, no tengo todo el día — Gus era la típica persona que te gusta tener cerca, era vitalidad pura, alegría y energía. Creo que eso es lo que le hacía ser el guapo del grupo. 

"Intenta rodearte siempre de personas que te llenen el alma" decía mi madre, y que razón tenía.

Siempre llevaba un trapo para limpiarme el sudor de la frente y las manchas negras de mi cara que nunca salían del todo, a decir verdad, lo más seguro es que aquel trapo ensuciase más de lo que limpiaba. 

—Ya casi estoy — apenas tenía aire en los pulmones, el sol golpeaba tan fuerte que lo único que conseguías respirar era el calor que este emanaba. 

Las dos en punto era la hora exacta en la que nuestro trabajo se daba por terminado y echábamos una carrera hacia la furgoneta que a duras penas conseguía llevarnos al centro. Todos los viernes al salir del trabajo comíamos en el "Bar de Marcos" que fue uno de los primero en traer la televisión y nos encantaba echar allí las tardes. Aquel invento fue la excusa perfecta para dejar que la vida se nos escapase un poco más viendo la de otros. 

—Voy a comprar tabaco — Gus aparca la furgoneta en un amplio terreno, a escasos diez minutos a pie del centro y me siento en un solitario banco que ya marcaba mi nombre. Era el banco donde esperaba más de cinco minutos a que Gus entrase e intentase seducir a la hija del dueño. Nunca había visto a un hombre tan enamorado como para dejarse el sueldo en un tabaco que él no fumaba, con lo sencillo que sería declararse sin rodeos, pero bueno, ¿Qué sería de nosotros si fuésemos valientes todo el rato? 

Y entonces fue cuando vi a aquella flor de la que había hablado antes. Caminaba algo despacio, con la vista perdida en algún lugar en el que estoy seguro que le encantaría perderse de verdad. Llevaba un vestido de rayas a todo color, un pelo rubio suelto y rebelde, si, creo que no habría palabra que mejor definiese su imagen. Rebeldía pura. 

Era esa típica mujer que sabías que sería un riesgo intentarlo, pero que si salía bien, habrías ganado mucho más de lo que creías que perderías. 

Su manera de caminar era de total seguridad y a pesar de que toda su actitud proclamaba ser autoridad, una vez la tuve más cerca, pude ver que su rostro era pura dulzura. 

Una flor en mitad de la guerra.

—¿Te importa que me siente? — su voz jugaba muy bien con su atuendo, era una voz fina, no sabría muy bien como describirla, pero creo que si los colibríes hablasen, tendrían esa voz. 

Con un gesto le invito a sentarse, había pocas cosas en la vida que me quitasen el aliento y ella en cuestión de segundos lo había conseguido. Llevaba una pequeña trenza que caía sobre el lado izquierdo de su melena y en ella se apreciaban pequeñas flores enroscadas de manera sutil. Como si la brisa quisiera ponerse de su parte, consigue que su perfume acaricie mi olfato, olía a primavera, sin duda. 

—¿Quieres? — ofrezco enseñándole la cajetilla de cigarros, a lo que ella no tarda en coger uno y colocárselo en sus finos y rosados labios con experiencia. 

Le presto fuego. 

Aunque poco fuego le puedes ofrecer a alguien que ya es incendio. 

¿Eres de por aquí? ¿Cómo te llamas? ¿Quieres que compartamos algo más que un cigarrillo? Es lo único que pasaba por mi mente, y ninguna de aquellas preguntas me parecían lo suficiente interesantes para decirle a alguien como ella. 

Sus dedos delgados sujetan un reloj algo desgastado, con las agujas apuntando a las cinco y media. 

—Mi padre es relojero — lo digo tan bajito que es un verdadero milagro que ella me haya escuchado. Me peino los mechones de mi frente hacia atrás, nervioso ante una mirada de ojos azules que conseguía adentrarse en ti sin pedir permiso. 

—No importa, es un reloj muy viejo.

—Bueno, con mayor razón se tiene que cuidar — su mirada reacciona cada vez que pronuncio alguna palabra, no sé si su expresión es curiosa o retadora, en ambos casos, hace que me sienta demasiado pequeño para continuar hablando. 

—Ya — vacila sin dejar de darle vueltas en sus manos —También es bueno aprender a soltar algo cuando ya has intentando arreglarlo — no se si me habla del reloj o de algo más profundo, pero aquello gana mi corazón y me hace sentir más intriga si cabe hacia ella y su pasado.

Porque aunque no nos guste admitirlo, el pasado de una persona es lo que define su historia.

—Puede que tengas razón, pero algo tan valioso como poder arreglar el tiempo, creo que merece la pena intentarlo — me froto mis pantalones vaqueros con las palmas algo sudadas de mis manos y me recoloco en el asiento.  —Así puedo hacer algo de trampas y robarte un poco más de tu vida atrasando ese reloj. Creo que eso también merece la pena.








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⏰ Última actualización: Feb 27, 2023 ⏰

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