Era una noche fría, pero no sentía frío: al contrario, estaba con el torso descubierto, bañado en sudor. Me había quitado el pantalón, y ella, mi amor platónico de hace un año estaba sobre mí sonriendo. Bailábamos, y había una gran muchedumbre de espectadores, clamando por más espectáculo. Estábamos haciendo el ridículo de manera hiperbólica.
Yo era estudiante de derecho, de lo más mediocre. Ella era una niña ñoña, una nerd a carta cabal. Amada por los maestros, tenía un hálito santurrón y algo andrógino, totalmente carente de sensualidad. Yo pese a no tener ningún defecto resaltante, era un soltero forzado. Me ilusioné muchas veces, sin ningún fruto. Y pues, ya acababa mi carrera - no sé cómo - y sin esperarlo me fijé en ella, cosa que seguro otro no haría. Tomé su manera torpe e infantil de comportarse como algo exótico, y sabía por su estructura ósea que esa chica encorvada escondía muy en el fondo una femme fatal.
Quizás era mi falta de seguridad lo que repelía a las chicas... Y lo que me hizo ir tras ella, pese que sabía que solo me veía como amigo. "Ojalá me pudieras gustar, pero de verdad, siento que no hay química". ¿Reíamos, salíamos, compartíamos nuestras debilidades, nuestra poesía y no había química? Quizás sí, pero era más una química de hermanas, ¡Dios!
Era tal su incompetencia para sentirse mujer que me nombró "su asesor de imagen". Y hasta esas alturas cualquiera, incluso un hombre, podría saber más sobre feminidad que ella. Afanado, cegado por una estúpida esperanza, rebusqué entre los libros de mi madre (es cosmiatra), para darle, aunque sea unas generalidades.
Esa noche era el concurso interfacultades de danza por el aniversario de la universidad. Yo, apático como siempre, decidí hacerme el antisocial y largarme lejos. Además, tenía que presentar dos informes jurídicos para la mañana siguiente. Había cogido mis patines para marcharme, cuando un grupo de compañeras literalmente me secuestró.
El "Trompo" Vargas se había lesionado en el campeonato de esa tarde y no había más hombres disponibles para bailar. Para colmo, Zulema, su novia y pareja de esa noche se había marchado. Yo dije desinteresado "ya pues, bailo un toque y me quito". Y en vista que ninguna chica quería bailar por vergüenza, llamé a alguien a quién le confiaría mi vida (en ese entonces): Elisa.
Tardé una hora en convencerla: "Ya mira, ambos no sabemos bailar bien. Pero nunca nos hemos divertido. Ya va a acabar la carrera, y nos iremos sin contarla nada a nuestros nietos, o sobrinos nietos, no sé". Entonces Elisa mostró esa sonrisa boba con sus incisivos de conejo que tanto me gustaban: "hay que hacerlo, aunque sea lo recordaremos como algo gracioso".
Así que ambos nos acicalamos, y de alguna forma la convertí en la mujer que yo sabía que era en el fondo, y que ella quería, pero dudaba convertirse. Con un vestido negro ceñido, el cabello ligeramente ondulado y ya no grasoso, y con un maquillaje adecuado el niño-niña podía ser el cosplay perfecto de Scarlett Johanson como Black Widow. Ambos nos abrazamos y por primera vez nos vimos dignos del otro, y ambos nos deseamos.
Empezamos con salsa de salón. Para sorpresa de ambos (y sobre todo nuestra) pasamos a la siguiente fase. Y luego otra y otra. Yo patinador, ella judoca, teníamos mejor físico de lo que aparentábamos. Tras más de una hora de baile, los otros concursantes, que eran mucho mejores caían lesionados. Y así llegamos a la final.
El público coreaba nuestros nombres. ¡Era hollywoodense! Y en ese momento anunciaron el ritmo para la final: reggaetón.
- ¡Jamás! ¡Ese ritmo que denigra a la mujer! Vámonos Elisa.
- Sí vamos... No me atrevería a tanto.
Ambos nos retiramos...
Cuando nos acercábamos a la salida de ese auditorio, la muchedumbre de serios estudiantes de derecho enloqueció hasta llegar a lo más chabacano. Coreaban nuestros nombres para que no nos fuéramos. Maldita presión del grupo y poca autoestima de ambos: "¡Vamos, de algo que hay que arrepentirse en la vida carajo!", y Elisa, respondió al principio dudando: "¿Sí, no?... ¡Vamos mierda!" Esas groserías en nuestros labios sonaban tan falsas acompañadas de nuestras risitas.La primera pista era absurdamente intensa, y la otra pareja, un fuerte y atlético ingresante, y una diminuta pero ágil belleza, hacían toda clases de piruetas. Aquí empezó todo. Quizás la adrenalina guardada por tantos años, quizás la deshidratación, me hizo entrar en aglo así como un trance vudú. Me arranqué el polo, ante los gritos (¿y vergüenza ajena?) de las chicas, e hice los movimientos más absurdos y perturbadores vistos en ese baile. Empezaba a bailar como poseído, loco, movía mi cadera (o eso creía hacer) como sufriendo un ataque epiléptico. Para mi sorpresa Elisa me seguía el juego, fingiendo sensualidad. Lancé mi polo sudado al público y de inmediato me lo devolvieron. Ella lo cogió y lo usó como una chalina, como una soga que puso alrededor de mi cuello, y yo me incliné como en el limbo. El jurado declaró empate.
Así que para el desempate volvimos a bailar. Yo seguía en trance y le dije a Elisa: "No hay otra opción. ¿te puedo cargar?". La música estridente no dejó que ella me oyera: "¿Qué?", y sin mediar palabra. Yo un raquítico chico de 1.65, que jamás había hecho pesas, levanté a Elisa, de un metro setenta quizás, en el acto y torpemente la hice girar como un padre que juega con su niña (de 68 kilos). Ella reía y se divertía y yo era feliz oyendo su risita nasal. La coloqué de nuevo en el suelo como un saco de arena, ella casi se cae, pero pese a ello seguimos bailando. Al ver que el otro chico se quitaba el polo y mostraba su fornido tórax, y hacía girar a su pareja como una muñeca de trapo, Elisa también fue poseída por la adrenalina: "Lo siento PAUL, pero hay que ser bizarros, quiero esa copa". Y frente a un centenar de alumnos de toda la universidad me quitó los pantalones entre los gritos de horror, tanto de hombre como de mujeres. Y así acabamos, yo semidesnudo, ella sobre mí sonriendo, ambos bañados en sudor y pasión... O lo que sea que haya sido. La música había terminado hace varios segundos, sin que nos diéramos cuenta y sigamos bailando.Aclaro, tenía un short bajo el pantalón. Esa tarde iba a jugar en el campeonato, pero estuve en la banca (como siempre). Quedamos en segundo lugar. Y era obvio que uno de los jurados, el pícaro Jorge Eslava, nos había dejado continuar sólo para ver hasta dónde llegaba nuestro desatino. Pese a todo esto ambos salimos como héroes, héroes bufones. Emocionados, justo cuando estábamos a solas, caminando por los jardines, la ridícula experiencia en vez de alejarnos nos juntó más. "Hicimos clic... Gracias, ahora sí tengo algo de qué arrepentirme", me dijo ella entre risas. «Ojalá no lo suban a redes", exclamé yo. Caminamos y nos íbamos pegando sin querer, hasta que nos miramos y nos empezamos a acercar y... par de tontos, dudamos en cerrar con ese beso tan esperado por ambos... justo en ese momento llegó Ricardo, el pretendiente por quién ella me estaba rechazando. Habíamos perdido nuestra única oportunidad.
El último concurso era una parodia del miss universo... Pero con hombres travestidos. Solo diré que los zapatos de Elisa eran de mi talla, o un poquito más grandes quizás.
Esa noche celebramos con los compañeros en un bar de mala muerte. Nosotros, lo héroes involuntarios fuimos invitados entre algunas risas burlonas de algunos, y aplausos y arengas sinceras de otros. Bailamos, yo con unas amigas, y ella toda la noche con Ricardo. Ella me miraba sin que yo lo supiera y viceversa. Ambos queríamos bailar así sea haciendo estrepitosamente el ridículo... Porque esa noche, por esa corta noche, ambos nos deseamos sinceramente, como chico y chica. Acabó la fiesta y no nos vimos de nuevo. Par de tontos que fuimos, pero "nadie nos quita lo bailado".
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Héroes Bufones
Teen FictionUn par de nerds tienen al fin la oportunidad de lucirse en un concurso de baile en su universidad... pero las cosas resultan más graciosas de lo que esperaban.