Jorge Luis Dubois fue, quizás, el arquetipo de erudito. Considero subjetiva la interrogante acerca de si este adjetivo le valió verdaderamente la pena.Nacido en 1899, en Burdeos, Francia, emigró a temprana edad a Neuquén, provincia de Argentina. Proveniente de familias de escasos recursos: su padre, Alphonse Dubois, trabajó la mitad de su vida en fábricas; Cloé Moreau, su madre, ejerció de costurera desde su adolescencia. Jorge Luis logró representar la excepción respecto a la práctica de estos fatigantes y mal pagados trabajos. En su infancia frecuentó con avidez la lectura de grandes obras encontradas en la biblioteca de su abuela -quien a pesar del mínimo sueldo que su trabajo de niñera le brindaba, encontraba los momentos precisos para adquirir nuevos ejemplares-, siendo las tragedias griegas sus grandes predilectas. Indagó con harto entusiasmo a Homero y su Odisea; releyó una y otra vez la Medea de Eurípides; ahondó ampliamente en Esquilo y Sófocles. Cierta es la probabilidad de que el niño, por obvias razones, no haya comprendido la totalidad de estas lecturas; empero es factual que han supuesto una importante influencia cognoscitiva, y dieron a descubrir a Jorge Luis un vasto mundo de conocimiento apenas atisbado. Sus padres procuraron brindarle una sólida educación, y finiquitar con él la pobreza económica que acarreaba su linaje desde tiempos inmemorables. Su formación primaria y secundaria transcurrió sin sobresaltos, mostrando un temprano interés por las humanidades y las ciencias sociales. Dejó atrás a los trágicos griegos para interesarse por los filósofos orientales. Fatigó, en sus ratos libres, los escritos de Lao Tse y Confucio.Una vez obtenido su título secundario, optó por prolongar el entusiasmo que le generaba la metafísica y sus diversas imposibilidades: estudió teología. Su ingreso en la facultad sobrepuso un antes y un después en su vida. Nace aquí, en Jorge Luis, una nueva relación con la gnosis. Lee diferente, escribe diferente, y piensa aún más diferente. Abordó cada una de sus lecturas de una manera atenta, con un frenesí casi desmedido; advirtió que todo conocimiento leído, entendido, cuestionado, y, finalmente, comprendido, le generaba un paroxismo casi orgásmico. Sintió vívidamente cómo su intelecto se abría hacia nuevos juicios; dio cuenta del florecimiento de nuevas y disímiles interpretaciones halladas en los libros que frecuentó en su infancia. Su mente se volvió, casi en su totalidad, objeto de recepción. Adquirió durante su paso por la facultad de teología cuanto conocimiento le fue humanamente posible, sin dejar de lado el pensamiento crítico que los libros leídos en antaño habían introducido taxativamente en él. Nació aquí, merced o condena, su obsesión por la erudición. Finalizó la carrera de teología en 6 años; podría haberla realizado en 5 de no ser por sus lecturas extra clases, las cuales consumían gran parte de su atención y generaban sistemáticos y prolongados insomnios. Discurrió, eventualmente, en las amplias ramas de la psicología, obteniendo una licenciatura y concurriendo a diversos cursos de posgrado. En filosofía, por su parte, obtuvo un doctorado debido a la ardua y extensa investigación que realizó sobre la obra de Hegel, la cual le tomó 2 años.Con títulos de grado en teología, psicología y filosofía, y ya avanzado en edad, conoció la obra de Thoreau, con la cual se vio irremediablemente interpelado. "La mayoría de los lujos y muchas de las llamadas comodidades de la vida no sólo no son indispensables, sino positivamente también obstáculos para la elevación de la humanidad" , profesaba un cuadro colgado en frente de su cama. Optó por construir una casa en el bosque e irse con sus libros y conocimientos y dilemas a continuar su cognitiva existencia.De cuando en cuando, sus padres, ya entrados en la vejez, procedían a visitarlo, una práctica la cual se volvió con el tiempo casi irrealizable, debido al anfractuoso camino que convergía en su casa y las agrestes condiciones de vida que el lugar ofrecía. De manera exponencial, se disipó el contacto físico con su familia. Optaron por mantener una ligera relación a través de correspondencias. Las remisiones duraron apenas 6 meses. Jorge Luis era un inepto para la plática cotidiana; incapaz de redactar una carta que no abunde en metáforas ni latinismos; insoportablemente divagante, relataba sucesos propios como si de una obra de teatro se tratara. Germinaban, a flor de piel, sus nervios, si él, cada aproximadamente 2 renglones, no introducía una cita de Fausto, La divina comedia, Fenomenología del espíritu o La república, etc. Recaía inútilmente en reflexiones aporéticas e intencionados paralogismos, ya casi inentendibles para su familia. Optó por no hablar debido a la inherente imperfección que el lenguaje acarrea. Dejó de leer -y esto es lo más sorprendente- los libros que llevó consigo al bosque -los de Nietzsche, Kant, Aristóteles, etc.- ya que los consideraba repletos de fallas y colmados de un conocimiento para él poroso e insuficiente. Con respecto a la escritura, apenas la frecuentaba, y cuando lo hacía se dirigía a través de símbolos -probablemente por él inventados, análogos a los del lenguaje egipcio-, ostensiblemente ininteligibles. Perdió, como era de esperarse, todo tipo de contacto con su familia y su entorno. Transcurrió así la etapa final de su vida: mudo y analfabeta por motu propio.
Jorge Luis Dubois murió el 14 de junio de 1986 debido a un paro cardíaco; solo, incomprendido, y con libros no leídos hace tiempo, pereció.