Capítulo 1

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Un estofado para la mesa 4.

La sopa sin presa para la doña del vestido verde.

¿Qué escribí aquí?

-Isa, aquí falta un cuchillo- grita una voz conocida. El señor Alou mantiene su mano levantada y una sonrisa en su boca. Es uno de nuestros clientes de siempre. Me muevo rápido con aquel cubierto para volver a la cocina.

Los comensales disfrutan de la comida del día, pero yo ya no sé cómo cubrir toda esta demanda. Se trata de un vaivén: entran, salen, entran, salen. No hay descanso durante las tres horas en las que el público recarga sus energías. Trabajar aquí es mi vida, lamentablemente. Espero que no por mucho.

-Isabella- reconozco la estoica voz de mi madre entre todo el barullo- lleva esto a la...-

-A la señora Martha- digo tomando la bolsa, volteo para salir, pero siento cómo mi cuerpo regresa y mi mirada queda frente a la de mi progenitora.

-Ni se te ocurra distraerte. Te necesito aquí, ¿está bien?- ella suelta mi vestido y lo acomodo, sin dejar de mostrar mi descontento.

Con los pasos firmes y ágiles atravieso las calles adoquinadas de mi ciudad, Nigredo. A esta hora el sol está en su punto más alto. Caminar a esta hora es una tortura. Este lugar se levantó sobre una montaña y su base. Está creciendo. No recuerdo ver tantos niños con quienes jugar y tantas carretas amenazando con aplastarte si no te mueves. Puede ser claustrofóbico ver gente llegando, saliendo, destruyendo, amoldando, vociferando, adaptándose. Hay algunas casas en las que recuerdo ver antes como solo unos terrales. Es como un laberinto tramposo: los espacios que antes eran salidas se cierran y debes retroceder para buscar nuevamente.

La señora Martha tiene un puesto de venta de verduras en el centro. Ella podía elegir comprar su almuerzo en cualquier otro restaurante pero eligió la posada menos céntrica y más difícil de acceder desde donde está.

Llegar hasta ahí no me toma mucho tiempo. Las calles empinadas son una bendición cuando estás apurado. Algunas personas me reconocen y me saludan. Noto cómo el paquete se zarandea de más, por lo que la sujeto y disminuyo un poco la velocidad, sin perder el ritmo. Es fácil reconocer el centro cuando llegas: está rodeado por un muro que la oculta, salvo por unas entradas en forma de arco. La presencia de los alimentos frescos se hace presente en mis fosas nasales.

-Hola, señorita, este es el mejor pescado de todo Nigredo-

-Tomates, aquí. Oferta por cierre del día, señorita Calare-

Hemos cambiado de proveedores muy seguido este año, por lo que me reconocen. Muchos de estos productos no son de la mejor calidad y como los traen de otras zonas del país no son iguales en sabor ni nada. Es fácil deslumbrarse por sus puestos de venta: llenos de color y orden. Mi madre y yo llegamos a la conclusión que nada se compara al sabor que le da el campo nigrense a las verduras y frutas.

-Hoy no, gracias. Solo estoy llevando esto a alguien-

En medio de tanta gente es fácil perderse, pero noto cómo una mujer de unos sesenta años despide a su cliente. Su puesto es descrito por mi madre como el más honesto: es pequeño, simple y es de una madera antigua. No tiene la demanda de los demás pero la calidad es la mejor.

-Buenos días, señora Martha- comento

-Tardes, señorita- me corrige y yo sonrío algo incómoda. Solo espero que ya me pague.

-Cierto. A veces el sol me confunde- me excuso y busco mi monedero para recoger el pago dentro de mi pequeño bolso- Serían 9 oros.

-Aquí tienes. Su comida es la mejor de toda la región. Vale cada centavo-

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⏰ Última actualización: Feb 07, 2023 ⏰

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