Recorrió con calma y paciencia la carretera comarcal, ya alejándose bastante del pueblo vecino. Dudaba entre continuar un poco más adelante o detenerse allí mismo; en ocasiones, aguardar apaciblemente daba mayores resultados y eso lo sabía bien.
Llevaba la ventanilla bajada y el brazo apoyado con el codo fuera, mientras manejaba utilizando tan solo su diestra. Hacía buen tiempo, pensó. Sonrió complacido mientras su vista se deslizaba por todo lo que lo rodeaba y tomaba una decisión. No tardó en llegar al aparcamiento de un bar de carretera en el cual estacionó el automóvil.
Desde su asiento podía escuchar la música del interior del local y el jaleo de voces en plena juerga. Relajado, observó los coches que recorrían la carretera mientras la melodía —que en esos momentos había cambiado— se le metía en la cabeza y lo impulsaba a golpetear el volante con las yemas de un par de dedos. Poco a poco, las ganas de acceder al bar y permitirse un rato de diversión comenzaron a crecer y una cerveza acabó por antojársele necesaria.
—Sólo una —pronunció con firmeza—, ¡debo mantenerme en mis sentidos!
Descendió del automóvil, subió la ventanilla y cerró la puerta con llave. Entró al lugar con su tan característica sonrisa y su habitual pose relajada, se sentó en la barra y pidió la bebida esperando que estuviese bien fría. El camarero le regaló un asentimiento y se afanó en preparar su pedido. No tardó mucho en entablar conversación con quienes tenía a su alrededor, pero su mirada buscaba algo más interesante. De pronto, la vio; su sonrisa se ensanchó y se dispuso a acercársele.
Bailaron durante un rato, entre risas y una curiosa complicidad -teniendo en cuenta que no se conocían de nada- que a nadie le extraño. Un par de horas después y estando algo ebria, la joven subió al vehículo del carpintero y charlaron mientras él conducía. La sonrisa jamás abandonó su semblante y, orgulloso, se felicitaba por haber controlado a la perfección su comportamiento. La mujer había estado encantada, más aún cuando él se había ofrecido a darle cobijo aquella noche ya que no quería llegar borracha a casa. Según había señalado, vivía con sus padres y él era tremendamente exigente por lo que no acabaría bien la cosa si llegaba en estado de ebriedad. El varón le había resultado muy amigable y además, físicamente, era muy agradable a la vista. Era consciente de que los pocos besos que se habían dado rato atrás eran el preludio de una noche llena de actividad e intimidad y, a decir verdad, lo deseaba tanto que le costaba mantenerse en el asiento del copiloto.
Paco, por su parte, tenía un hervidero de ideas y necesidades bullendo en su cabeza. De momento, pensó, todo iba sobre ruedas y no tenía dudas de que tendría una gran noche. Observó la vestimenta de la muchacha, pensando en lo fácil que sería deshacerse de los pantalones vaqueros de tiro alto y el top de tirantes a cuadros, el cual llevaba anudado bajo el prominente pecho. «Definitivamente no será difícil», se dijo, sin perder la concentración sobre la carretera.
Al llegar, abrió el garaje y aparcó dentro. Descendieron del vehículo y él cerró raudamente la persiana, quedando así ocultos de cualquier furtiva mirada. La mujer se lanzó sobre él sin miramientos y comenzaron a besarse intensamente, yendo a trompicones y pequeños pasos hasta la puerta de la única estancia cerrada de aquella planta. Paco abrió y no se detuvieron hasta chocar con una cama tamaño matrimonial ubicada en el centro del lugar. Ella cayó de espaldas sobre el colchón y él se alejó momentáneamente.
—Permíteme poner algo de música —dijo con calma—. No me gusta que los vecinos escuchen lo que sucede en mi casa.
Se dirigió a la pared más amplia que disponía de un curioso mueble de yeso —de un blanco impoluto— que iba de un extremo a otro de la habitación, sobre el cual llamaba la atención un tablón de madera ancho y grueso en color negro. Los espacios distribuidos por el mueble eran llenados por una amplia colección de discos de vinilo y, sobre el tablón, se encontraban un tocadiscos, una lámpara de lava, algunos objetos de decoración y un par de sujetalibros con varios tomos entre ellos. Buscó sin prisa entre los discos y se tomó su tiempo disponiendo su elección en el aparato y estableciendo el volumen. No mucho después, la sala se llenó con una amena melodía y él se dirigió hacia la joven con un andar lento y sugerente que la hizo reír en anticipación.
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⏸️Ávila 23
HorrorEra el carpintero más conocido de la ciudad; agradable, sociable, muy trabajador y poco avaro. Paco era increíblemente meticuloso y jamás le faltaba el trabajo. Vivía solo en una casa en cuya planta baja tenía el taller y una pequeña oficina. Era re...