3. Deberás morir

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Cuando te quedabas en la Madriguera, el que los rayos del sol pegaran fuertemente en la habitación de Ginny Weasley era algo habitual y a lo que estabas acostumbrado. Emma lo estaba, y no siquiera le prestaba atención a eso, pero la verdad es que anhelaba el momento en el que aparecieran por fin para levantarse de su cama y escapar a toda costa de cualquier interacción con Harry.

En cuanto el primer rayo de sol apareció en las cortinas de terciopelo en la habitación la castaña se levantó para entrar a la ducha lo más rápido posible y no molestar a las demás. Cuando salió ya lista y un tanto arreglada, bajó en dirección a la cocina para comenzar a ayudar con el desayuno.

En el lugar se encontró con Fleur y la señora Weasley, cortando pan y friendo unos huevos, salchichas y fruta —por parte de la rubia, claro—.

—Buenos días —saludó Emma—. ¿Puedo ayudar en algo?

—Buenos días, cielo.

—Hola, Emma —la saludó alegremente Fleur—. Si no te molesta, puedes ayudágme en esto —dijo, señalando la fruta que faltaba por picar en un plato.

La castaña asintió, y luego de lavar sus manos y atar su cabello en una cola alta, tomó un cuchillo y comenzó con la orden que le dió Fleur, aunque la señora Weasley rechistó. Pasó poco tiempo hasta que él habitual revuelo en la casa se hizo presente, lo que significaba que ya todos estaban más que despiertos.

Que s'est-il passé? Quiego decig, con Haggy —susurró Fleur cuando la señora se fue para despertar a los que seguían dormidos—. Si no te molesta, clago.

Emma tragó el pedazo de manzana que estaba masticando para poder responder.

—Cometió un error —dijo—. No es fácil, así que por ahora estamos…

—¡EMMA! ¡VEN AQUÍ ENSEGUIDA!

La castaña compartió una mirada de confusión con Fleur antes de enjuagar sus manos, secarlas y dirigirse escaleras arriba, en busca de Ron, quién era el que la llamó de un fuerte grito. La verdad es que no le costó mucho, fue cuestión de asomarse por una de las primeras puertas del segundo piso para encontrarlo, de hecho, encontrarlos. Allí en la habitación estaban Ron, Hermione y Harry, sentados a lo que parecía su espera.

—¿Qué pasa? —preguntó, apoyándose en el marco de la puerta de la habitación de brazos cruzados.

—Hola también —ironizó Ron.

—Hola, Ronnie, Her, Harry —saludó Emma con sarcasmo—. Ahora dime, ¿qué sucede? —volvió a preguntar.

—Yo sé, pero… —Ron movió apenas los labios y le dirigió una rápida mirada a Harry—. Harry tiene algo que contarnos —explicó en voz alta.

Emma alzó sus cejas, en busca de que Harry dijera lo que pasaba y la razón por la que la llamaron a gritos.

—En realidad Ron exageró todo —explicó Harry sin atreverse a mirar los ojos de la castaña—. Solo les decía que Dumbledore quería que lo ayudara a convencer a un antiguo maestro a salir de su retiro. Su nombre es Horace Slughorn. Por eso me trajó en medio de la madrugada.

—Ah… ustedes… ¿ya se vieron? —preguntó Hermione, intercalando una mirada entre sus amigos.

—Así es —asintió Emma desviando la mirada hacia el pequeño pasillo que tenía a la izquierda—. Chicos, volveré para ayudar…

—No hará falta —dijo una voz desde la puerta. La hermana de Ron entró en el cuarto, pareciendo irritada. —Hola, Harry.

—¿Qué te pasa? —preguntó Ron.

Emma y el Misterio del PríncipeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora