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«Luces, cámara, acción!»

Todo de él gritaba peligro: su mirada, su sonrisa egocéntrica, sus secretos y pasado. Todo apuntaba a que debía alejarme de él, pero hice todo lo contrario.

El chico dorado de red bull era astuto, perspicaz, calculador y decidido. Él sabía lo que le convenía. Tenia el mundo en la palma de sus manos y no planeaba soltarlo.

Pero todo líder, tiene su caída.

Con lo que no contaba el joven promesa, era que, detrás de las cámaras y luces que lo enfocan: estaba ella.

Una decisión de equipo llevó al chico de ojos azules a grabar un documental sobre su vida en la Fórmula 1 y ella se encargaría de plasmar la esencia del neerlandés en cada grabación.

Pero durante el proceso, el neerlandés no solo plasmó su esencia en aquel documental. También plasmó su nombre en la piel de ella.

El deseo te puede llevar a lo prohibido y el control a satisfacer la necesidad de tener todo tal cual quieres, pero ¿Qué pasa cuando te vuelves adicto a ambas cosas? O peor aún, te vuelves adicto a una persona que te hace experimentar ambas cosas hasta el límite.

Lo que comenzó como un documental se convirtió en algo más. Ambos se encontraron atrapados en un torbellino de deseo y control, donde la línea entre el amor y la obsesión se volvió borrosa.

El amor te puede llevar a cometer locuras, pero el deseo te hace ser la locura. Ese deseo que salía a relucir cuando nadie los veía y la pista se despejaba.

Ambos se prometieron no caer en la redes del otro. ¿Por qué caer por alguien que pertenecía al mundo del que tanto huían?

Pero lastimosamente no elegimos de quien enamorarnos y mucho menos hacerlo de alguien a quien odiamos.

Cuando el odio, el deseo y la atracción se juntan ya no hay marcha atrás.

Ella era atracción.

Él era el deseo.

Ambos eran imprescindibles y ardieron en fuego.

Imprescindible | Max VerstappenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora