Sentía el asqueante olor que toda la granja desprendía gracias al excremento de las vacas, cabras, toros y caballos. Los finos y ruidosos seres que se adueñaban del amarillento pasto. Dianne experimentaba una sustancia pegajosa y al mismo tiempo cremosa en la planta de su pie. Se preguntó que era aquello que había pisado, que las cosquillas acariciaban ligeramente su extremidad y la hacían tambalear.
Su olfato se empeñó en buscar una respuesta y la encontró, pues no se tomó tanto tiempo.
Nunca pensó que su escape concluiría en nada más y nada menos que una pisada de popó. Sus manos apretaban la tela ligera de su vestido levantándolo, mientras que su rostro expresaba las nauseas que sentía en su interior.
Era ese ceño fruncido el que hablaba por sí mismo, junto con sus labios rosados y las arrugas que se asomaban en las esquinas de su mirada. Pensó en su madre y en lo mucho que se enojaría al encontrarla en la mitad de la... nada, exacto, ni siquiera conocía su ubicación. Y se enojaría tanto que la cátedra que escucharía de ella dejaría su mente en blanco por tantas palabras de enojo juntas. O groserías, sí, eso.
El asco seguía en su estado, junto con la fascinación de lo que sus pies sentían. Era como un bebé descubriendo la arena, el ejemplo más aproximado a pisar popó.
Su pie se retiró de la sustancia, tocando nuevamente el caliente pasto. Sus manos seguían en su vestido, alzándolo para dar bienvenida al fresco típico de las ocho de la mañana, sus largas piernas le agradecían. Y sentía que se había olvidado de algo, pues antes de pisar popó, ella estaba corriendo... Sí, ¿Y qué más?... Pensó. Su memoria era tan mala cómo su visión, y nuevamente se había desconcentrado de su búsquedad por su mente hasta que logró recordar.
¡Su Elwin! Sus ojos se abrieron tanto.
Su bastón marrón de madera del más grande árbol, forjado únicamente para ella y acompañado de pequeñas flores que pintó con ayuda de su madre. El que había dejado de caer hace cinco minutos y el que necesitaba para volver a caminar entre las tierras de su abuelo y poder llegar a la grande casa.
Si tan sólo sus manos no fueran tan pequeñas y su torpeza estuviese más ausente...
Sus pies se movieron, sintiendo entre sus dedos las heces olorosas, las hojas debajo de sus talones y el nerviosismo en su alma. Se había alejado tanto que el inconveniente pasado logró que se le olvidara, pero sin su bastón podría volver a pisar popó, tropezarse con un toro o una vaca, caer en un río o un acantilado, tocar a la puerta equivocada o mucho peor, terminar entre los cultivos de maíz, sola muy sola, absolutamente sin nadie. Quizá los pájaros picarían su rostro y se moriría de hambre, posteriormente, los mismos volverían en busca de venganza y comerían sus cesos en un delicioso festín.
Suspiró fuertemente.
No hablaba pero sus pensamientos eran mucho más fuertes, miedosos y desamparados. Necesitaba a su Elwin.
Movió sus manos extendiéndolas hacia adelante mientras se agachaba, tocó el pasto, se arrodilló. Gateo con mucho cuidado, procurando cruzarse con lo que sea con sus manos y no con su cabeza. El aire golpeaba las dos trenzas de su cabello rizado, tumbando hebras de este, hacia su frente, orejas e incluso cuello. Una gota de sudor recorrió el costado de su rostro, sus manos también sintieron la gota de aquel líquido símbolo de su nerviosismo y trató de calmarse. Mamá le había dicho que alarmarse nunca era la solución a los problemas.
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Amárrame
Novela JuvenilEl sólo quería probar el sabor de su carne, masticar y tragar para saciar su hambre. Ella resultó siendo una presa difícil de cazar. Pero este lobo nunca se rinde. - Historia en proceso. -Completamente mía, no se aceptan copias ni adaptaciones.