El Hastío del Pueblo

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Era el 14 de julio. Fui con un grupo de vecinos marchando hacía París. No pasó mucho tiempo para que nos encontráramos a más gente que también se dirigía a esa ciudad con un claro sentimiento de descontento.

No sería loco dilucidar si también esas personas estaban como yo, pasando hambre y luchando por mantener a su familia. De hecho, había tenido el infortunio de presenciar cómo algunos de mis vecinos perdían hijos a causa de los elevados impuestos que nuestras patéticas autoridades cobraban.

Aun así, tras unas horas caminando nos encontramos a más gente que comprendía nuestro sufrimiento y nos ofrecieron algunas armas que habían obtenido por un saqueo realizado ayer.

Me armé con un hacha. Era la primera vez que tenía en mi mano tal objeto y no temblé en ese entonces porque había tenido objetos similares en mi tacto..., pero utilizados para trabajar en el campo.

Seguimos caminando hasta que las curiosas construcciones parisinas se hicieron visibles. Faltaba poco para llegar.

- Oye, Claude. ¿No te tiembla la mano?

- ¿Por qué lo haría? Al igual que tú, estoy harto de estas injusticias

- Si, ¿quién no? ¿Tus niños aún viven?

- Gracias a Dios sí, pero...

- Tienes que conseguir comida rápido. ¿Verdad?

Guillame había acertado ahí. Parece que, pese a que aún no tiene hijos, estaba practicando alguna forma de ser un buen padre para el futuro al preocuparse por los niños.

- Mira, Claude. Cuando todo esto acabe, sea cual sea el resultado, tomaremos alguna tiendecilla por ahí y robaremos algunos panes. ¿Te interesa? Que yo también estoy a punto de irme al cielo con tanta hambre que tengo

Le sonreí. Seguimos caminando con el inmenso grupo hasta que por fin entramos a la ciudad, la cual lucía algo antigua, pero más imponente que cualquier paisaje campesino.

Nos dirigimos hacía la Bastilla. Aquella prisión tenía fama de ser un lugar sin ley donde cualquier noble podía darse el lujo de ser lo más despótico posible... o al menos eso había oído.

Como sea, al llegar a la prisión encontramos otro grupo que esperaba el regreso de una delegación enviada allí. Desde lejos se notaba que se impacientaban.

Minutos pasaron y, al no volver nadie, vi cómo unos hombres trepaban por los muros de la fortaleza. De alguna forma pudieron entrar a la misma y en poco tiempo habían abierto el camino hacía una turba de gente encolerizada, entre quienes estaba yo incluido.

El puente levadizo cayó y, como si estuviéramos poseídos por una ira sobrenatural, corrimos sin pensarlo hacía la Bastilla.

Cuando entramos a la prisión, comenzó la masacre.

Observé cómo los guardias disparaban a los que estaban delante mío (cayendo algunos), pero eso no impidió que los demás continuaran corriendo por la obvia y suicida convicción de que las balas no serían suficientes para todos.

Y así fue. Varios guardias fueron asesinados a causa de los objetos filosos que llevaban los campesinos. Después salieron más de los uniformados, abalanzándose hacía una pelea con conclusión insegura.

En toda esa violencia que presenciaba yo con atenta curiosidad, pude contemplar de cerca cómo era la verdadera ira, la verdadera desesperación que cualquier persona comprensible podría llegar a sentir.

Pero era, de cierta forma, asombroso ver cómo gente tan acostumbrada a una vida monótona en el campo había sucumbido a esta barbarie; les enterraban varias armas a los hombres del bando contrario como si lo hubiesen hecho toda la vida.

- ¡Claude! –gritó Guillaume- ¡Usa tu hacha!

No me quedé atrás en ese mar de sangre. Recordé cómo un día presencié a mis hijos tornándose esqueléticos debido a la falta de alimento. Con eso me llené de la misma ira que mis congéneres y maté a mi primer hombre después de causarle una severa herida con mi hacha.

El caos se prolongó durante varias horas. De milagro pude salir ileso.

Cuando la lucha había terminado y no quedaba nadie más para oponérsenos, respiré cansado, poniéndome de rodillas y soltando mi arma.

Lo único que me animé a observar era las multitudes que salían de la prisión con un montón de cargamento, pero eso no era lo verdaderamente importante. Me sentí aliviado en aquel entonces porque tenía la certeza de que esto, de alguna forma, había sido el inicio de algún cambio que yo, como muchos, había anhelado desde hace un tiempo en el que mis esperanzas se desvanecían.

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