Ezio tardó exactamente unos veinte segundos en perderla de vista.
Llegó a la conclusión de que ella no iba a revelarle nada sobre su identidad ni sus propósitos por más que insistiera. Ni siquiera tenía la intención de volverle a ver, pero si los dos estaban buscando el mismo objeto, sus caminos, finalmente, deberían cruzarse.
Las calles, desiertas en el momento de la emboscada a la misteriosa chica, habían vuelto a poblarse y las nuevas del acontecimiento se habían extendido por todos los alrededores. Gracias a ello, el asesino tuvo la obligación de tomar más precauciones para evitar las patrullas de soldados que vigilaban la zona.
Decidió que lo más conveniente sería regresar a la Guarida, pasar la noche y abandonar Venecia a primera hora de la mañana con destino a Roma. Rodrigo Borgia tenía en su poder al Fruto, y no lo iba a permitir.
Llegó a la Guarida, una residencia oculta en la que los asesinos frecuentaban para descansar y dejar sus pertenencias. Abrió la puerta de madera y observó a la única persona que se encontraba.
Su amigo vestía con el traje de asesino, de color gris oscuro. Estaba sentado en un taburete y movía la copa de vino con aburrimiento. Tenía la capucha sin poner y una parte del flequillo de su cabello castaño le ocultaba uno de sus ojos, de color miel.
—Giànni.
El aludido se giró hacia él y esbozó una sonrisa al instante.
—¡Ezio, amico! —contestó este—. Siéntate y sírvete una copa. —Ezio hizo lo propio y bebió un largo trago de vino. Gianni quiso saciar su curiosidad—. Dime, ¿a qué se debe tu visita?
Ezio hizo girar el líquido en el interior de la copa de cristal.
—Mi primera intención fue visitar a mi hermana una temporada, pues ya sabes que trabaja cerca de aquí. No quería que pasara mucho tiempo sin tener noticias de ella, ni ella de mí.
—Ajá, puedo entenderlo. Estará preocupada.
—Sabe quién soy y a lo que me dedico, y créeme que está feliz con mis decisiones, aunque eso conlleve alejarme de aquí.
—Ciertamente —asintió el otro—. Pero, ¿hay algo más? ¿Una "segunda intención"?
El asesino miró a su compañero.
—Pasaré aquí la noche. Debo partir a Roma cuanto antes —anunció—, tengo un grave asunto que resolver y me gustaría zanjarlo sin que se torne peor de lo que me temo.
—¿Irás tu solo?
—Sí, será peligroso, pero sabré apañármelas.
—Confío en ello —deseó su amigo.
Un portazo retumbó por toda la habitación y se oyeron gritos desde el otro lado de la sala.
Hubo empujones, trompicones, e incluso casi se llegó a las manos.
Para los asesinos, las discusiones y los conflictos eran algo normal, casi pan de cada día, pero no en la guarida.
La guarida era un lugar para descansar, para relajarse y meditar, no para luchar unos contra otros.
—¡¿Cómo se te pudo escapar?! —vociferó un hombre mientras empujaba a otra persona al suelo—. ¡Eres una maldita inútil!
—¡Lo siento, perdóname! —se arrodilló ella rogándole—. ¡Hice todo lo que pude!
—¡PUES NO FUE SUFICIENTE!
Ezio se levantó nada más escuchar los gritos. Le hizo una seña a su amigo para que le disculpara y no dudó un segundo en avanzar entre la multitud que se había agolpado alrededor de la escena.
Observó a los dos personajes:
El masculino era alto y estaba fornido.
Ella, pequeña y hecha un ovillo en el suelo.
No cabía duda que por mucho que ella se disculpaba y le suplicaba, este no la oía, parecía incluso que disfrutaba torturándola.
Ezio frunció el ceño.
—¡Basta! —ordenó, y todos los espectadores se quedaron paralizados del susto, sin embargo, ni el abusón ni la joven se inmutaron. Ésta le siguió suplicando y él, "harto de escuchar sus berridos", la agarró del pescuezo y la alzó en el aire.
—¡Mereces un castigo por lo que has hecho! —le voceó al oído.
—¡Piedad! —rogó ella llorando completamente.
—Pero, me temo, que tú, pequeña zorrita... —Sujetando su cuello con una mano, posó la otra en su escote y comenzó a hurgar entre sus ropas raídas. Ella le suplicó con la mirada que no lo hiciese pero él la ignoró por completo—. No vas a ser ni mucho menos quien reciba la condena —Sonrió con malicia y apartó su mano de sus senos para posarla en su barbilla—. Tu hermano sufrirá el error de tus actos.
—¡NO! —gritó ella con desesperación y agarró la muñeca de él con todas sus fuerzas—. ¡NO, POR FAVOR!
Este la soltó con fuerza, provocando que ella se golpease en el suelo nada más rozarlo. Ni siquiera se preocupó de frotarse las rozaduras, aquellas palabras habían hecho tal mella en ella que estaba dispuesta a negociar cualquier cosa por muy locura que fuese.
—¡Por favor! —suplicó ella desde el suelo—. ¡Te daré lo que quieras! ¡Lo que me pidas pero...!
—¡¿Crees que quiero algo de ti?! —Le propinó una dura patada y esta gimió de dolor—. ¡¿Crees que necesito algo de una inútil como tu?!
—¡¡¡BASTA!!! —El grito retumbó de tal forma en la sala que incluso una copa cayó al suelo empapando el suelo de vino. Tanto el hombre como la mujer pararon, los dos alzaron la vista y vieron que el gentío había desaparecido: solo quedaban ellos dos y una nueva persona que les miraba de brazos cruzados.
—Señor... —balbuceó el hombre mientras se erguía a modo de respeto.
La chica miró a Ezio y se intentó recomponer en el suelo. Tan solo un intenso dolor en sus costillas la hizo dudar un poco en sus gestos. Aquella patada había sido muy dura.
—¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Ezio.
—Ella... no ha cumplido con... un accordo* entre ella y yo. Meros trámites por sus errores —La voz de este sonó más apagada, intentando suavizar sus palabras lo máximo posible.
—¿Un accordo? —El hombre asintió con la mayor credibilidad que podía brindar en aquel momento—. ¿Y en el trato entraba una paliza?
—¡¿Qué?! —El hombre rió—. ¿Paliza? ¡Qué tontería!
—Si eso no fue una paliza, ¿entonces qué fue? Caricias por desgracia no.
—No señor, paliza no... solo... un aviso.
—No me interesa en absoluto tu accordo con ella —sentenció Ezio—, pero lo que sí me interesa es que estabas perturbando la paz de este sitio. ¡La guarida de los asesinos no es un lugar para que se monten esta clase de escándalos! Por no mencionar que un hombre nunca, ¡nunca! debería ponerle la mano encima a una mujer, por muy... cagna** ... que sea.
—No volveré a hacerlo... señor.
—Ya sé que no volverás a hacerlo —dijo Ezio y seguidamente una cuchilla atravesó el pecho del hombre.
La mujer gritó de espanto al ver como el cuerpo inerte de su agresor caía al suelo y formaba un charco de sangre a su lado.
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Aclaraciones
*Accordo: trato, acuerdo.
**Cagna: Prostituta.
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Baciami, Amore [HOT(Ezio Auditore)]
RomanceEzio Auditore, un joven miembro del Credo de los Asesinos, ha regresado a Venecia tras una serie de encargos de su tío Mario. En una de sus visitas a Leonardo, Ezio conocerá a una asesina desconocida que portaba bajo su protección el Fruto del Edén...