Capítulo 1. La ladrona

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Las calles se encontraban semi vacías a primera hora de la mañana. El cielo resplandecía con su mayor foco demostrando su grandeza cuando la luna se había dormido. El exterior olía a todo tipo de aromas provenientes de las innumerables flores que descansaban en sus macetas colocadas en las repisas de las ventanas y en los balcones. 

Ezio caminaba acompañando a Leonardo por la piazza San Marco mientras Venecia despertaba lentamente. 

—Agradezco tu compañía, necesitaba a alguien que me ayudase con los materiales —dijo Leonardo mientras sostenía una pesada caja de pinturas.

—No tienes por qué dármelas, supongo que te debo alguna por todo eso de construirme las armas. 

—Bah, no importa, ya sabes que además es algo que me gusta hacer. 

Ezio asintió levemente. 

—Cambiando de tema, he mejorado el aparato volador: ya no se va tanto hacia la izquierda y he reducido el contrapeso para que llegue más alto. 

—Solo diré que me importa un carajo lo que hayas hecho mientras no me estrelle contra el suelo.

Leonardo soltó una carcajada ante el comentario de su amigo. Sabía que, aunque no lo aparentaba, Ezio admiraba los tejemanejes del inventor.

Ezio miraba de reojo (y con una sonrisa triunfal en el rostro) a las damiselas que pasaban por su lado, absorto en sus corsés y sus escotes, cuando una voz sobresaltó a todos los presentes por aquella avenida.

—¡Asesino! ¡Asesino!

Un centenar de guardias prorrumpieron en la calle, apartando a empujones a todo aquel que osase acercarse a estorbar su misión: detener al ladrón.

La sombra volaba sobre los tejados, sorteando hábilmente las flechas que éstos le lanzaban, e incluso burlándose de esos arqueros al esquivarlas en el último momento. Muchos de ellos tiraban la toalla y desenvainaban las espadas, dispuestos a lanzarse de tejado en tejado con tal de eliminar la amenaza y recuperar el objeto robado.

Ezio observaba la escena junto con su compañero, ambos sin saber cómo reaccionar. Finalmente, las neuronas de Ezio consiguieron encenderse y pensar algo, lamentablemente ilógico: lanzarse a una carrera tras los guardias, al menos para saber qué estaba pasando.

Al principio se movía discretamente, sin llamar la atención de ninguno de ellos, atajando por callejones e incluso trepando algún que otro tejado para no alejarse.

Al no perder de vista a ninguno de los guardias, pudo llegar a tiempo en el momento en el que la sombra se hallaba acorralada, rodeada de los furibundos guardias. La persona desconocida era alta y delgada, ágil por lo que se pudo observar, pero no había más descripciones: ocultaba su rostro detrás de una oscura capucha.

Los guardias comenzaron a acercarse amenazadoramente, con las armas en ristre, listas para ensartar el cuerpo del infeliz ladrón, cuando uno de ellos se adelantó a los demás, con una gran sonrisa enferma, anunciando:

—¡Es una mujer!

A continuación los hombres rieron, todos a una, anunciando así que ya tenían con qué pasar el rato.

Uno de ellos se acercó a la mujer, sonriendo abiertamente, pensando en algún tipo de barbaridad. Ella seguía sujetando una daga, observando algún tipo de flanco por donde escapar, pero no hubo suerte.

el hombre adelantó una mano para intentar tocar a la mujer, pero ella sujetó fuertemente el arma y lanzó un tajo en su dirección, que el soldado esquivó.

—Tranquila, muchacha, que vamos a pasarlo muy bien.

El círculo que la retenía fue disminuyendo poco a poco su tamaño, hasta que algunos de ellos comenzaron a empujarse con los hombros para apartar al de al lado de su presa.

Ella daba vueltas, notablemente nerviosa, sin ver ninguna salida.

De todos los que la rodeaban, solo un soldado no sonreía. Tenía un porte regio y un uniforme de superior. Dio una orden.

—Sujetadla.

Los dos hombres más cercanos agarraron a la mujer de los brazos, impidiendo su movimiento. El líder se acercó y le arrebató el jergón, donde sacó un brillante objeto.

Ezio lo reconoció al instante.

El fruto del Edén.

Guardó el objeto en su bolsa e hizo una señal para que se dispersasen, la mayoría de los guardias le siguieron aunque en el fondo se quedaron con ganas de ver lo que podían hacer con ella. Unos cuantos se quedaron allí decididos a aprovecharse de la situación: esperaron a que el capitán se fuese y entonces uno de ellos le hizo una señal a otro, quien asintió, se dirigió hacia la chica y la empujó contra la pared.

Seguidamente el que le había echo la señal se acercó a ella por la espalda, la agarró de la cintura y comenzó a buscar entre los pliegues de su ropa para bajarle los pantalones. Ella, al darse cuenta de lo que estaba pasando, se revolvió un poco, consiguió algo de espacio y logró darle una patada en la rodilla que le hizo retroceder. 

—¡Maldita! —exclamó mientras la agarraba de la nuca y seguidamente intentaba golpearla contra la pared. 

La muchacha cerró los ojos rogando por lo que fuese que no la dejase fuera de combate para después hacerle lo que había intentado anteriormente, pero esta vez sin contratiempos, sin embargo, por mucho que esperó, nadie la lanzó contra el muro. Abrió los ojos y vio como el guardia que la sujetaba tenía una cuchilla en el cuello y se retorcía intentando sacársela con la otra mano. 

Aprovechó para desembarazarse del cadáver que la sujetaba y darse la vuelta para ver lo que estaba pasando. 

El otro guardia cayó al suelo inerte y expulsando sangre a chorros por el pecho y ella se asustó al verle en aquél estado. 

Su salvador era un asesino, como ella. Lo demostraba sus ropajes, y el símbolo del Credo.

Luchaba ágilmente con la cuchilla, sin ni siquiera recibir un ataque de los soldados: era mucho más rápido que ellos.

La hoja oculta de su brazalete cortaba los cuellos de los hombres, uno detrás de otro, hasta que el suelo a su alrededor quedó cubierto de cadáveres y sangre.

El asesino se volvió hacia ella, y le sonrió como si aquello fuese algo normal que ocurre todos los días

—¿Estás bien? —le preguntó 

Ella no le respondió, todavía estaba asimilando lo ocurrido. 

—Me llamo Ezio —le tendió la mano que menos sangre tenía encima. 

La chica le echó una mirada de pies a cabeza y le rechazó la mano. 

—Se lo han llevado... —murmuró 

—¿Te refieres al fruto del Edén? 

—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella. 

—Es una larga historia, si quieres damos un paseo y te la cuento —intentó ligar con ella. 

—No gracias. 

—Por cierto —La interrumpió mientras se iba caminando por los tejados—. No me has dicho tu nombre. 

Se giró y cruzó los brazos en señal de cansancio. 

—Primero mi nombre, ¿qué va a ser lo siguiente? ¿Te presento a mis padres? —le respondió. 

—No hace falta que te pongas tan a la ofensiva. 

Se encogió de hombros y siguió caminando.

Baciami, Amore [HOT(Ezio Auditore)]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora