Capítulo 22.

141 12 4
                                    

Finalmente, el aturdidor ruido de las volcaduras y choques cesaron cuando bajamos completamente la pequeña pendiente, y fué gracias a que el auto se atascó entre un manojo de árboles y arbustos, si no, habríamos seguido rodando como una estúpida pelota aunque ya no hubiese más pendiente, sino por la gran velocidad que ganamos.

Mis respiraciones aceleradas no estaban mejor, pero al menos no me moví de la posición en la que me coloqué antes, lo que sí puedo decir es que todo me temblaba horrible. Me tranquilizó que el cachorro aún siguiera sujeto a mi brazo y que no lo solté ni un segundo mientras pasaba lo peor, en cambio, noté que incluso lo había sujetado con mucha más fuerza que por poco dejo sin aire al pobre animalito.

Me giro a ver a Aidan muy preocupada. Gracias al cielo seguía intacto. Con algunas raspaduras, su pecho subiendo y bajando de la adrenalina y bastante sujeto al volante pero estaba bien.

—Lo lamento tanto, no pude parar el auto, ¿Estás bien? — soltó con una voz agitada.

Asentí a como pude con la cabeza, todo me temblaba y seguía sin asimilar bien las cosas.

Hasta ahora no me he fijado en que una enorme grieta atravesaba la mitad del parabrisas al igual que lodo y pasto adheridos a todas las ventanas —que seguramente estaba por todo el auto— y todas las cosas que teníamos estaban regadas por todos lados. Al menos no había señal vidrios rotos ni nada por el estilo. Supongo que la explicación es que este es un auto blindado y pudo resistir más que un auto normal.

La luz de los faros iluminaba los árboles a su alcance y marcaba las gotas de lluvia que seguían presentes pero que serían imperceptibles por la oscuridad. Lo único que podía escuchar era el constante leve pitido del mecanismo del auto que remarcaba todavía más que tuvimos un accidente, eso sumado el sonido de la lluvia golpear sonoramente contra el metal y el parabrisas.

Me remuevo un poco para estirar y destensar mis extremidades, me retracto al instante cuando percibo el punzante dolor en mi cabeza y para acabar bien, mi herida también me recordaba que seguía ahí con un genuino latigazo de dolor.

No me dí cuenta que había soltado un gemido de dolor hasta que divisé a Aidan desabrocharse el cinturón y acercarse a revisar mi vendaje que delicadamente desvendó un poco para ver el estado de mi sutura. No dijo nada pero por la expresión que formó no necesité palabras para entender que no era nada bueno. No me atreví a mirar, estaba muy ocupada frunciendo el ceño, aguantando el dolor que esa zona despedía.

—No te quiero preocupar pero creo que debes saberlo — mencionó, por su tono parecía más asustado que yo —. Estás sangrando. Y mucho.

Me las apaño para hablar:

—Lo sé, el dolor me lo recordó, gracias.

—Debiste apretujar mucho al cachorro a tí como para hacerte sangrar otra vez.

Los dos miramos enseguida al animal que estaba abajo en mis pies, tenía el lomo con unos tintes de sangre en su pelaje. Mi sangre.

—Mierda — alcancé a pronunciar.

Aidan pensó un momento.

—Venga, hay que irnos ya, según yo estamos muy cerca de la frontera y ahí podremos ir al hospital. Dudo que falte mucho para que esa herida se infecte, así que mientras más rápido lleguemos mejor. Con suerte el auto seguirá funcionando, y sino... Pues nos jodimos.

¿Más?

Encendió entonces el motor, listo para retomar de nuevo el camino pero me fué inevitable preguntar:

—¿Tú estas bien? Y necesito que seas sincero.

Volteó a mirarme.

—Sólo me golpeé un poco la cabeza pero sobreviviré, tranquila. La más grave de los dos eres tú así que apreciaré que no hables y trataras de quedarte quieta.

Será mejor que corras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora