Prologo: Primera Muerte.

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El joven Príncipe había estado actuando de manera más extraña de lo esperado. Este cambio lo tenía intrigado y, al mismo tiempo, un poco más tranquilo. Su hijo había comenzado a preocuparse por los deberes como heredero del trono y a cuidar a su padre y madre, como debía hacer un buen hijo. Era una señal de los dioses de que su hijo estaba empezando a madurar.

Sin embargo, en su pecho surgía una dulce amargura. Quería que su hijo madurara, pero al mismo tiempo deseaba que siguiera siendo aquel pequeño príncipe que soñaba con ser el mejor espadachín del reino. Era un sentimiento contradictorio. Sabía que su hijo debía crecer y extender sus alas, pero no estaba preparado para verlo partir. Lo había criado lo mejor posible desde el momento en que lo aceptó como su hijo. Para él, no había distinción entre la sangre real y el chico que había criado como suyo. Por eso no esperaba que le mordiera la mano que lo alimentó.

Recordaba con claridad los días en que el pequeño príncipe corría por los jardines del palacio, con una espada de madera en la mano y una sonrisa que iluminaba su rostro. La risa del niño resonaba en los corredores, un sonido que siempre había llenado su corazón de alegría. Ahora, ese mismo niño parecía más distante, más enfocado en sus responsabilidades y en los pesares de la vida adulta.

Pero algo en su comportamiento reciente había despertado sospechas. Su hijo había mostrado una preocupación inusitada por su salud, a tal punto que se había vuelto casi obsesivo en su cuidado. Aunque esto le había dado un cierto consuelo, también había encendido una pequeña llama de desconfianza en su interior. ¿Era realmente preocupación genuina, o había algo más oscuro detrás de esos ojos atentos?

Una noche, mientras estaba en su despacho, sintió un dolor agudo en su pecho. Sus manos sujetaron con fuerza las mangas del otro hombre, pero el deslizamiento de sus dedos sobre la tela de seda solo hizo que se rasgara. Ignoró la mirada de asco y rogó por ayuda. Sus cuerdas vocales ardían como fuego líquido y sus pulmones suplicaban por oxígeno. Su estómago se revolvió incómodamente cuando vomitó sangre sobre las telas blancas. La voz lejana de su esposa, llena de miedo y pánico, le hizo mirar al imbécil que lo estaba asesinando de manera tan fría y cobarde.

Sus dedos se deslizaron por la mesa. La sangre derramada de su boca era tan espesa y oscura como la noche. Miró al chico que había criado como su hijo, como sangre de su sangre y carne de su carne. Encontraba su final con ese maldito bastardo frente a él y maldijo con la voz rota en un hilo descompuesto. Había caído bajo el encanto de sirena de tener por primera vez a su príncipe tan preocupado por su salud.

—¿Por qué lo hiciste? —sus manos resbalaron bajo su propio peso—. Te crié como a mi hijo —su cabeza golpeó fuertemente contra la mesa—. Eras mi príncipe.

Antes de que su cuerpo se desplomara, la última visión que tuvo fue la de unos labios rojos sonriendo con maldad.

—Porque escogiste a mi madre —sonrió con malicia.

Eso lo hizo temblar y agitarse vigorosamente. Despertó en su lecho mirando al techo con desconcierto. El sudor recorría su rostro y claramente podía sentir la sangre resbalando por la comisura de su boca, y el sabor amargo del veneno en su lengua. La persona a su lado lo ignoró, solo bufó apartando la mirada de un hombre tan absurdo como él.

Era la única mujer con la que se había casado por el simple hecho de que ya tenía un hijo. Bufó por lo bajo y acarició su suave cabello con algo parecido a la dulzura. A veces deseaba no haberse casado para ocultar la verdad sobre los tipos de relaciones que solía frecuentar. Su adorada esposa se dio la vuelta para mirarlo con ojos adormilados.

—¿Te pasó algo? —preguntó dulcemente, casi como un susurro del viento.

—Un mal sueño —prometió—. Solo un mal sueño.

Ella no le creyó más que lo suficiente, antes de rodar y acurrucarse en sus brazos. Su esposa no se engañaba respecto a los sentimientos de su marido, pero al menos el hombre nunca le sería infiel ni la trataría mal. Él había aprendido que era mejor tener a la reina de su lado, en lugar de ser su enemiga.

Se acurrucó al costado de su mujer y con ojos cálidos miró esos rizos cobrizos enredados en las almohadas y esas largas pestañas negras resaltando contra la piel pálida de la mujer. Se sintió indefenso y cómodo, como si hacía años que no lograba mirar tal reflejo pacífico.

Se durmió, con el amargo sabor de la traición en la punta de la lengua y con el deseo en el corazón de evitar el futuro. Pero el reloj había empezado a andar y el destino ya era incierto. Deseó en lo más profundo de su corazón que solo fuera un mal sueño, aunque la magia vibrando en sus venas le gritaba que era real. Que había hecho todo lo posible para regresar antes de esa fatídica noche.

Es mi primera historia original. Gracias a todos los que lean esta pequeña historia absurda qué ronda por mi mente desde hace un tiempo.

The Dark Throne. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora