💀Capítulo 33. No lo deduzcas

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Viktor Zalatoris y Dorian Welsh desaparecieron sin dejar rastro

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Viktor Zalatoris y Dorian Welsh desaparecieron sin dejar rastro.

Lazarus odiaba cuando las personas hacían eso. Cuando se iban y abandonaban la nave sin mayores explicaciones o por las razones equivocadas. Lo detestaba hasta lo más profundo de su alma porque la mayoría de las veces significaba algo malo, como un presagio ominoso; ya fuese una traición, un engaño, o incluso algo peor... Tal vez una muerte.

La última vez que alguien salió de su vida sin dejar rastro, fue una traición, un engaño y también una muerte. Los tres a la vez conformaron uno de los momentos más dolorosos de su larga vida.

«Te presentas como fortaleza cuando tu verdadero nombre es vulnerabilidad». Esas fueron las últimas palabras que le dijo el ser al que le entregó su corazón antes de lastimarlo profundamente. Antes de esa traición, ese engaño... esa muerte.

Cerró los ojos, privándose de esas memorias, e hizo de sus manos unos puños antes de regresar al departamento en donde todo estaba hecho un caos por la desaparición de Zalatoris y Welsh.

—¿Estás segura de que no responden sus aparatos raros? —cuestionó Blair a Elay, quien se paseaba de un lado al otro con el celular en mano.

—Ya te dije que Dorian no tiene celular y Viktor dejó el suyo —respondió la chica con una audible desesperación—. Mierda, estos dos van a provocarme un infarto un día de estos.

—Una vez provoque uno de esas —señaló Blair con una risa macabra—. Fue interesante.

Elay parecía a punto de replicar, pero fue interrumpida por la repentina aparición de Lazarus. El vampiro se veía de peor talante que de costumbre. ¿Qué esperaban? ¿Una sonrisa? Parecía que cada vez que daban un paso hacia delante, retrocedían otros tres. El Salvador siempre les llevaba la ventaja porque él era el maestro del juego, el dictador de los movimientos en el tablero a la espera de su turno para mover la pieza sin necesidad de pensar.

«¿Acaso lo tenía tan bien previsto?» Se preguntó a sí mismo.

—¿Alguna idea de dónde puedan estar? —cuestionó Elay, sacándolo de su hilo de pensamiento.

Lazarus entornó los ojos y negó con la cabeza.

—¿La licántropo y el pelirrojo han encontrado algo? —indagó.

—No, lo último que me dijeron es que seguirían buscando y preguntando por los alrededores —respondió—. No pueden haber ido tan lejos, ¿o sí?

—Claro que sí, tontuela, el vampiro viaja a través del Torrente Sanguíneo y también podrían cruzar una grieta a Reverse York —comentó la bruja Bellanova mientras pasaba entre sus dedos una carta de arcanos, la de la torre para ser específicos; ninguno estaba seguro de dónde la había obtenido—. Tal vez ya están muertos y sus cuerpos flotando en algún río. ¿Le conté cuando encontramos a una prima así? La muy idiota se hechizó sola.

Elay hizo una mueca de disgusto.

—Eres una morbosa —señaló.

Blair la apuntó con su carta.

—Cuida tus palabras, pupila mía, o no seguiré ayudándote con ese talento tuyo.

La chica, en contra de su voluntad, se vio forzada a permanecer en silencio. Cruzó los brazos y se limitó a esperar. Lazarus sospechó desde el inicio que Elay Minamoto era una bruja en potencia, de otra forma no tenía manera de explicar su débil visualización a través de los velos de ignorancia.

«Es una bruja, úsala para tu beneficio como siempre lo haces, sucio detective». Hace unas horas recibió esta confirmación por parte de Blair.

Exhaló y se apartó las gafas rojas de los ojos, colgándolas en el bolsillo de su camisa.

—¿Hay alguna manera de rastrear a esos dos? —cuestionó a Blair.

—¿Tienes sangre suya?

—Ya sabes la respuesta.

—¿Un cabello?

—¿De qué me ves cara? —inquirió, malhumorado—. Te jactas de que eres una bruja prodigio, entonces demuéstralo.

—Tienes razón, soy prodigiosa, pero definitivamente no milagrosa. —Se carcajeó—. No te imaginas lo divertido que es verte tan iracundo.

Lazarus se dispuso a ignorarla y, en su lugar, pensó en salir del departamento e ir a Reverse York a pedirle a Sawyer, el licántropo jefe de policía, que iniciara una búsqueda por Zalatoris y Welsh. No quería involucrar a la ley en su caso, sabía que solo le traería problemas, pero...

—¡Esperen! —exclamó Elay al mismo tiempo que su celular vibraba—. ¡Es Emma!

Lazarus se aproximó al momento en que la chica atendía la llamada.

—¡Emma! —exclamó Elay—. Escucha, sé que el mensaje suena mal, pero ya estamos buscándolos a ambos y...

—¡Necesito que me escuchen! —interrumpió la hermana menor de Welsh. Sonaba alebrestada—. ¡Lugosi y yo descubrimos algo acerca del Salvador!

Emma Welsh procedió a contarles con premura acerca de su pequeño viaje para conocer a aquella Banshee, misma que les reveló que Ciara Doyle, la madre de los hermanos Welsh, fue asesinada por El Salvador de una manera bizarra, una en donde su alma no había trascendido y, sin embargo, ella estaba innegablemente muerta.

—Como lo siento, Emma —susurró Elay al celular, procesando la tragedia.

Lazarus, en cambio, veía más allá de lo obvio. Se percató casi de inmediato de las implicaciones que este suceso traía consigo. El Salvador había dado con Ciara Doyle por alguna razón, siendo la más evidente sus hijos anómalos, el único interés del degenerado sirviente del Padre Común.

—Su encuentro con Welsh no fue coincidencia alguna —concluyó en voz alta, llamando la atención de los presentes y Emma en la línea—. Ya sabía sobre su existencia. Lo tenía calculado.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Emma, ávida de explicaciones.

Lazarus recordó entonces cuando Rhapsody le habló del caso de Dorian Welsh, la Anomalía asesinada de una puñalada al corazón, una daga por la longitud de la herida. Intentó encontrar el arma con la que el crimen fue cometido, concluyendo que quien lo llevó a cabo había sido lo suficientemente capaz para llevarse la daga consigo. Pero... ¿Y si había otra razón más allá de la evidente?

—Dorian fue apuñalado, ¿no es así? —indagó entonces.

—Sí, eso dijeron los Verdugos que tomaron el caso —respondió Elay—. ¿Eso qué tiene que ver?

—El Salvador es un brujo —añadió entonces—. Uno poderoso.

—Es lo mismo que piensan las Banshees —afirmó Emma—. Es la única manera que han tenido de explicar la extraña muerte de mi madre a manos de él.

Blair, siendo más sagaz, escudriñó a Lazarus, curiosa.

—¿A dónde quieres llegar con todo esto, detective?

—Hay un hechizo, uno que El Salvador experimentó durante años —explicó sin entrar en detalles, no quería responder preguntas acerca de cómo sabía esto, no era lo importante ahora y tampoco necesitaba que otros lo supieran—. Uno para extraer almas.

Blair lo miró de manera sospechosa. Por supuesto que entre todos, ella sería quién se percataría de lo que significaba que él supiera acerca del Salvador. Lo conocía desde hace muchos años, había hablado con él y, sobre todo, presenciado sus atrocidades de primera mano.

«¿Cómo sabes eso?» Casi pudo oír la voz de la bruja en su cabeza. Desvió la mirada de ella y, en su lugar, se enfocó en seguir elaborando su teoría.

—Dorian fue asesinado con una daga con una capacidad mágica inigualable —continuó—. Por lo que nos han dicho, tengo entendido que el arma no solo tenía la capacidad de extraer un alma, sino también crear una réplica exacta del cuerpo.

—Ese no es un truco difícil sí sabes algo de nigromancia y magia oscura —añadió Blair, indiferente—. Asumo que habrán extraído el alma de la daga y la habrán vuelto a poner en el verdadero y sanado cuerpo de Dorian Welsh. Como dije, nigromancia. Al menos en principio.

—Precisamente —confirmó el vampiro.

—No estoy entendiendo —admitió Emma desde el celular—. ¿Esto qué tiene que ver?

—El Salvador usó la misma daga para matar a Ciara Doyle, extrayendo su alma para lo que asumo será su uso propio. —Colocó una mano en su mentón, pensante—. Esto es mera especulación, pero creo que El Salvador quiere a Welsh para convertirlo en un gran experimento, en una Anomalía perfecta y leal a sus causas. Eso es siempre lo que ha buscado, lo que El Padre Común le ordenó.

—Okey, suficiente —Lo detuvo Blair, azotando una mano contra la pared—. ¿Cómo sabes todo esto, Solekosminus?

Frunció el entrecejo.

—¿Crees que eso importa ahora mismo? —inquirió.

—A mí me importa.

Elay también se mostró curiosa, levantando una ceja.

—Tiene razón, ¿cómo sabes tanto sobre El Salvador? —interrogó.

—Años de investigación no fueron en vano —se apresuró a responder, era una media mentira, pues parte de su investigación sí había dado algunos frutos—. Lo he buscado desde antes que ustedes supieran atarse las agujetas.

—Claro, te creemos, mentiroso —siseó Blair.

—¿Podríamos enfocarnos? —pidió Emma desde el teléfono—. ¡No tenemos tiempo para esto!

Elay suspiró, asintiendo.

—Es cierto, perdón —concordó y miró a Lazarus—. ¿A dónde quieres llegar con toda esta conjetura?

—A que nada es una coincidencia, hay una conexión, debe haber una conexión —afirmó.

—¿Y cómo explicas la desaparición de Zalatoris? —indagó la bruja, cortante.

—Tal vez para atraernos a él.

—Bien, sabemos parte de sus intenciones y su plan —señaló Elay—. ¿Ahora cómo lo encontramos?

Lazarus estaba por contestar cuando olfateó un tufo de sangre. Se dio la vuelta de súbito y encontró un pequeño vórtice de sangre en el suelo de la sala del departamento. Se apresuró hacia este, era tan pequeño que no había manera de que alguien lo atravesara.

«Porque no es para una persona». Concluyó de inmediato y se apresuró a meter la mano en el vórtice.

—¡¿Qué diablos es eso?! —exclamó Elay, sorprendida—. ¡¿Es sangre?!

—Un pequeño Torrente Sanguíneo, qué tierno —bromeó Blair.

Lazarus introdujo la mano, sintiendo la sangre salpicando su piel. Hizo un mohín y estuvo a punto de sacarla cuando sintió algo picudo enterrarse en su dedo índice. Amplió los ojos y logró hacerse del pequeño objeto afilado. Lo sacó antes de que se cerrara el vórtice y se encontró con una ensangrentada cadena de plata en donde colgaba un cuarzo rojo.

Elay se apresuró a acuclillarse a su lado.

—¡Es el collar de Viktor! —señaló.

—¿Qué es lo que está ocurriendo? —preguntó Emma, aún en el teléfono. Elay le explicó de manera breve lo que acababa de suceder y le dijo que la llamaría en cuanto tuvieran noticias, sin darle mucha oportunidad a objetar.

Lazarus se incorporó y miró la pieza de joyería. Viktor Zalatoris la había enviado aquí, a ellos, a través de una inestable vía del Torrente Sanguíneo. Eso solo podía significar que en donde estuviera no era posible viajar por este con libertad, por lo tanto, solo pudo abrir un vórtice tan pequeño para pasar un objeto.

—¿Por qué nos mandaría eso? —cuestionó Blair, externando las interrogantes del vampiro.

Limpió la sangre con su abrigo y lo volvió a escudriñar. No había ningún mensaje en este, solo era una pieza de joyería. Recordó cuando fue a interrogar a Zalatoris por primera vez y le dio el cuarzo, habiéndolo convertido en un collar para reemplazar la cadena rota del brazalete que era antes. El vampiro prisionero se mostró hostil cuando vio que él tenía tal objeto en su posesión. Tenía un gran valor para él, el cuarzo más que nada.

—¿Sabes por qué lo enviaría? —indagó, mostrándoselo a Elay.

Elay lo tomó entre sus dedos.

—Solo sé que tiene un significado especial para él —respondió, entornando los ojos—. Un enorme valor sentimental.

Un cuarzo rojo, un objeto de gran valor sentimental, lo único que pudo enviarles como una señal, una pista probablemente. Los cuarzos de un carmesí tan intenso no eran comunes, mucho menos dada la antigüedad del objeto.

—Dámelo —pidió a Elay.

Elay se lo tendió y Lazarus, al tomarlo, lo acercó a su nariz, olfateando. Tal y como pensaba, no era un mineral, era sangre, sangre cristalizada.

—Es sangre —dijo entonces.

Elay amplió los ojos.

—¿Eso es posible?

—Para una bruja, sí —respondió Blair esta vez, arrebatándole el collar a Lazarus—. Qué muestra de afecto tan extrema, es fascinante.

Lazarus sabía que Zalatoris no eran tan estúpido como para enviarles esto por mero valor sentimental, no, había otra razón.

—¿Es la sangre de Viktor? —preguntó Elay.

El detective negó con la cabeza.

—No, no tendría sentido que cargara un cuarzo de su propia sangre —concluyó—. No, esta es sangre de alguien más, alguien especial para él. Parece antiguo, lo tiene desde antes de conocer a Welsh, ¿verdad?

—Sí, cuando conoció a Dorian ya lo tenía —contestó Elay.

Lazarus sintió un hormigueo en el estómago, una emoción extraña. Si esa sangre no era de Zalatoris y tampoco de Welsh, entonces solo podía ser de alguien más que estuviera con ellos, alguien a quien podrían rastrear fácilmente si descristalizaban esta.

—Alguien está emocionado —señaló Blair, percibiendo las emociones de Lazarus.

—La sangre debe pertenecer al Salvador —dedujo, uniendo las piezas en su cabeza—. Por supuesto, claro que tiene sentido...

—¿Del Salvador? —inquirió Elay—. ¿Y de dónde sacaste esa conclusión tan disparatada?

—Es la razón por la que El Salvador también se llevó a Zalatoris, no tomaría un rehén solo por tomarlo, no, todo lo que hace tiene una razón de ser —explicó—. Mi teoría es que Zalatoris sabe quién es el Salvador, conoce al hombre detrás de esa máscara, tanto, que compartieron una conexión lo suficientemente profunda para que el Salvador le diera ese cuarzo con su sangre.

—Un pasado en común... —musitó Elay, sorprendida—. Tal vez antes de ser vampiro.

Lazarus asintió y se volvió hacia Blair, quien balanceaba la cadena en su dedo.

—Y ahora necesitas que descristalice esta sangre para que rastree al Salvador y encontremos al bastardo y a los otros dos tortolitos —concluyó por su cuenta.

—¿Puedes hacerlo? —preguntó el vampiro.

Bufó, enredando la cadena en su mano.

—Por supuesto que puedo, detective —afirmó y se aproximó a él—. Aunque eso depende más de si tú confías en mí para hacerlo. Ya sabes que yo no confío en ti, pero eso no es lo que importa ahora.

Lazarus la miró con seriedad. No tenía tiempo para esto.

—Confío en ti —aseveró.

La bruja enarcó una ceja.

—No lo haces porque piensas que me debes algo, ¿verdad?

—¿Te debo algo?

Blair se aproximó a su oído, y susurró:

—Tú conociste a mi hermano mayor, te sientes culpable por su muerte y ahora crees que me debes algo.

Lazarus se apresuró a dar un paso hacia atrás, muy para el divertimento de la bruja. Ella tenía razón y lo sabía bien. El vampiro arrugó el ceño.

—¿Lo harás o no? —masculló.

—Sabes que quiero encontrar a ese bastardo tanto como tú, por supuesto que lo haré.

Las siguientes horas Blair Bellanova se dedicó a descristalizar el cuarzo de sangre. Era un proceso largo y tedioso, uno que solo una bruja talentosa sería capaz de lograr. El proceso de cambiar un elemento de un estado sólido a uno líquido conllevaba más que solo un simple hechizo, debía ser escrupulosa para no dañar la sangre añeja.

Una vez logró descristalizar la sangre, la vertió dentro de un vaso de cristal que hallaron en la cocina.

—Supongo que ahora viene la parte más sencilla —señaló Lazaru, siempre manteniendo un ojo sobre la bruja porque temía que tuviese algún arrebato extraño.

—Odio que me vean trabajar —dijo Blair, sonaba menos enérgica que antes, probablemente cansada por el hechizo de antes—, pero para responder a tu pregunta, en teoría es la parte más "sencilla", aunque tratándose de sangre tan añeja, no nos arriesgaremos y tomaremos el camino más seguro.

Elay se acercó, habiendo explicado la situación a los Welsh por teléfono y luego a su amigo Roderick y su pareja licántropo, quienes habían regresado al departamento con la única pista de que a alguien le había parecido ver a dos chicos cuyos aspectos se asemejaban mucho a Dorian y Viktor.

—¿Qué harás? —preguntó Elay, curiosa, queriendo aprender de Blair.

—Usaré un arcano —respondió y en su mano invocó una carta negra de bordes dorados con la escritura de «La templanza». El símbolo era de un diseño minimalista, pero se asemejaba a una mujer alada sirviendo agua de una copa a otra.

Los conocimientos de Lazarus acerca de la magia de los arcanos era limitado. Sabía que era un tipo de magia compleja, difícil de controlar dado que la bruja o brujo en cuestión debía formar una profunda conexión con cada una de las veintidós cartas existentes, el problema es que cada carta era mucho más poderosa que un grupo de diez brujos juntos, pero una vez masterizadas, otorgaban un nivel muy superior de magia. Las cartas más poderosas eran las más escasas, cartas como el sol, la luna, el diablo... o la muerte.

Blair colocó la carta en el suelo, y mientras musitaba un encantamiento, vertió la sangre sobre el dibujo de la mujer sirviendo agua de una copa a otra. Lazarus esperaba que se manchara, pero, en su lugar, la sangre se detuvo a centímetros y levitó ahí hasta convertirse en una pequeña y controlada esfera. No estaba seguro de qué tipo de poder aportaba una carta como La Templanza, suponía que algún nivel de concentración.

Blair cerró los ojos, y conforme realizaba el hechizo, la esfera de sangre perdía y regresaba a su forma, una ráfaga de viento frío se arremolinó a su alrededor y se percibía una bizarra pesadez en el ambiente. Por estas cosas es que el vampiro sentía animosidad hacia la magia.

—Lo tengo —dijo Blair entonces y toda perturbación en el ambiente desapareció en cuanto abrió los ojos. La sangre regresó al cuenco y la bruja sonrió—. Sé dónde está El Salvador, o mejor dicho... Matthias Harker.

(...)

Blair Bellanova los guió hacia donde se supone debía encontrarse la guarida del Salvador, la dichosa Catedral Roja que tanto tiempo les había llevado encontrar. Estaban en un terreno semi abandonado, un sitio que parecía que en algún tiempo, tal vez hace décadas, solía ser un cementerio. Las lápidas estaban casi completamente enterradas en la tierra, la maleza cubría todos los senderos y se percibía un sentimiento de abandono.

La peculiaridad de este sitio residía en que se hallaba entre el mundo superior y el reverso de Nueva York, una Anomalía de sitio, tal y como le gustaban al Salvador.

—Este lugar me da escalofríos —comentó Elay—. Así es como comienzan todas las películas de terror, tres idiotas adentrándose a un lugar que da mala espina hasta que uno muere, y obviamente esa sería yo.

—Esto no es una película. —Lazarus se limitó a responder.

—Podría serlo con lo disparatado que es, o tal vez una novela —añadió Elay—. Si todo fracasa, al menos podré volverme escritora y hacer de esto un libro, aunque no sé ni cómo unir dos oraciones.

—Nada de esto debe salir a la luz.

—Ya lo sé, solo estaba...

—Extraño —interrumpió Blair, deteniéndose a medio campo santo—. Debería estar justo aquí.

Por supuesto, no había nada, solo un enorme y vacío terreno baldío. Lazarus no tenía razones para no creer que el sitio estuviese protegido como bóveda.

—Debe estar hechizada —señaló.

—Sin lugar a dudas —afirmó Blair.

Lazarus estaba por dar un paso hacia delante, cuando escuchó algo moviéndose por la hierba a unos metros de ellos. Agudizó el oído y se movió con rapidez hacia el origen de dicho sonido.

Se encontró con un vampiro moribundo arrastrándose por el pasto. Estaba sumamente pálido —mucho más de lo normal— y manchado de sangre en los brazos, tenía cortes sin curar en las muñecas y el torso desnudo. Lazarus, desconfiado, pisó la mano del vampiro para que dejara de moverse, haciendo que soltara un grito ahogado.

—Dime quién eres y de dónde vienes —ordenó, sacando su pistola y apuntando a donde estaba su corazón—. Habla o te mato aquí mismo.

El vampiro, con los ojos neblinosos, se mostró aterrado y comenzó a lloriquear.

—El Salvador... por favor... mátame —imploró con la voz quebrada.

No le vio el sentido a intentar razonar con él cuando su mente se encontraba tan extraviada. Lo único que se le vino a la mente, fue un recuerdo de cuando veía a las víctimas del Salvador en sus celdas, rogando morir de una vez por todas, tan asustadas como el vampiro frente a él. No había manera de regresar de algo como esto, y lo sabía bien.

—Te liberaré —concluyó y, sin más preámbulo, apretó el gatillo. La bala atravesó el corazón del vampiro y este murió al instante.

—Lo mataste... —musitó Elay, ni siquiera se había percatado de la presencia de las dos brujas.

—Qué asco —dijo Blair en cambio, haciendo una mueca.

—No tenía salvación —se limitó a justificar.

Lazarus enfundó la pistola y, al volverse hacia Blair y Elay, escuchó una cuarta voz unirse a la conversación.

—Estoy de acuerdo, me alegra que hayas terminado con su miseria, ese vampiro estaba más muerto que vivo.

Lazarus se volvió hacia la dueña de aquella voz, encontrándose con una muchacha de piel morena y ensortijado cabello cuya mitad traía pintada de negro y la otra de un brillante blanco. Debía ser una bruja.

—¿Quién eres tú? —preguntó con severidad, volviendo a sacar el revólver para apuntar hacia su pierna. La neutralizaría de ser necesario, pero no la mataría porque necesitaba respuestas.

La bruja esbozó una sonrisa casi placentera, la expresión de alguien que estaba muy seguro de lo que hacía.

—Mi nombre es Nicte, y soy la que debería impedir que encuentren esa catedral que tanto buscan —respondió—. Sin embargo, hoy haré una excepción.

Uno de los problemas ha sido resuelto

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Uno de los problemas ha sido resuelto... por ahora 😈

¡Muchísimas gracias por leer! 💛

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