Fragmentos

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Peter abrió los ojos despertando. Se quedó así un momento, rodó con pereza sobre su cama y quedó boca arriba. A juzgar por la luz del sol que entraba por las ventanas improvisadas, que no eran más que hoyos hechos en la tierra que cubría la guarida, debía ser de mañana. Otro día como los demás.

Decidió quedarse un poco más en la cama, entre hojas. Normalmente no hacía frío en Nunca Jamás, solo cuando la marea enviaba viento a la isla, además que estando bajo tierra la brisa no entraba y por eso no tendía a usar algo que lo cubriera durante la noche. Igualmente no importaba, la cama era cómoda para él de esa manera, nunca se quejó por ello.

El lugar donde se había quedado dormido estaba cálido y agradable tras haber pasado la noche, o tratar de hacerlo, la verdad es que no había podido conciliar el sueño. Hace mucho que no podía. Estaba algo cansado, pero escuchó un rugido de su estómago, así que era momento de comenzar el día.

Puso un pie en el suelo, luego el otro, dió un profundo suspiro y se levantó.

Peter se estiró con los brazos encima de la cabeza y terminó al contar diez segundos, después pensó en lo siguiente que haría. Primero iría a lavarse y se prepararía el desayuno. Esa era la rutina diaria, aunque no sabía de dónde o de quién la había aprendido, o si fue él mismo, pero no importaba, funcionaba para todos los días.

Subió por el tramo de escaleras que conducían a una de las salidas de la guarida, que tenía muchas así como muchas entradas por alguna razón, incluso había un tobogán para deslizarse hasta adentro. Quizás la razón de eso era para evitar que alguien más entrara fácilmente, pero nadie ha tratado de entrar alguna vez y, desde que recordaba, Peter vivía solo.

Esa era una duda de las muchas otras que llegaban de vez en cuando, preguntándose sobre quiénes eran los que habían llenado esas otras camas cerca de la suya.

Una vez que salió, le echó un vistazo al enorme árbol sobre el que fue construída la guarida. En todo ese tiempo nunca cambió y sus ramas, aunque ya viejas, todavía estaban llenas de una buena cantidad de hojas verdes. El fuerte tronco torcido era muy grueso y podía ver todos los pasadizos que conducían adentro, pero claro, solo él los conocía.

Parecería un árbol sombrío y tenebroso para cualquier otro que lo mirara, pero Peter lo veía como un buen refugio.

El arroyo más cercano estaba a un par de minutos en vuelo, pero esa vez Peter prefirió ir caminando. Avanzaba mientras escuchaba a los pájaros cantando en lo alto, saltaba sobre las largas y grandes raíces de los árboles, caminaba sobre el musgo y las hojas, y pisaba una que otra rama. Estar descalzo le permitía sentir las cosas al igual que lo hacía con sus manos.

Cuando llegó, se arrodilló a la orilla del arroyo, recogió agua con ambas manos y se llevó a la cara para lavarse. Frotó por los ojos y repitió una segunda vez, luego otra última, sin olvidarse de también enjuagar la boca dos veces. Una vez que terminó, se encontró con sus ojos en el reflejo del agua. Los veía cada día, solo que comenzaba a pensar que no eran así antes. ¿Alguna vez fueron así de vacíos? ¿Acaso se sentía vacío? En realidad, no lo sabía.

Peter volvió a escuchar a su estómago rugir, ya era hora de desayunar. Aunque sinceramente no sentía hambre, igualmente tenía que hacerlo. Se preguntó qué podría comer. Las bayas eran buena opción, pero los plátanos y cocos podrían llenarlo mejor, así no volvería a tener hambre durante varias horas.  Se decidió por unos cocos y algunas bayas. Cerca habían unos árboles en cuya cima habían unos cocos que parecían estar buenos.

Volvió a la guarida con las bayas que encontró en el camino y dos cocos que logró bajar, con eso se sentó en la mesa para comenzar a desayunar. Miraba alrededor mientras masticaba, pensando. No había estado durmiendo bien, no desde hacía varios meses, ¿o quizás era más que eso? Pero tenía en cuenta que había una razón, una que no lo dejaba dormir.

Nature of a Lost BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora