El reto

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El viento, que recorría los gráciles campos de girasoles, fue a parar en la lujosa mansión, propiedad de una familia que, como es usual en las familias pudientes, estaba de viaje. Mis amigos y yo nos propusimos un reto: meternos en ese lujoso caserón y llegar a la parte más alta. El reto empezó en la fresca tarde. Uno a uno fuimos entrando con cautela por un pequeño agujero en la reja de seguridad.
Pero más pronto de lo pensado, fuimos cayendo a manos de los guardias de la mansión. Yo no me salvé de ello, pero al menos el menor de nosotros pudo escapar y seguir con el desafío. No lo delatamos. Los guardias nos llevaron a una habitación algo lejana del cascarón mansión. Las cosas que nos rodeaban estaban cubiertas de mantas elegantemente puestas, y las luciérnagas adornaban el lugar con su brillo tenue. Todo esto nos hacía ver que nos encontrábamos en un sitio abandonado.
Nosotros esperábamos que llamaran a nuestros padres, y que luego recibiéramos el sermón respectivo, pero sorpresivamente no fue así. Nos trajeron leche y galletas, como si fueran esos cuentillos antes de dormir de cuando éramos pequeños. Claro, no podías disfrutar de la inusitada recepción, si unos musculosos hombres te paran vigilando.
Unas pantallas aparecieron frente a nosotros, como si se tratara de esos videojuegos con misiones. El mensaje decía que debíamos escapar de ahí antes de que ocurra el “temblor de los cielos”. No sabíamos a qué se referían con ello, pero al ser altaneros, tanto yo como mis amigos aceptamos el nuevo “juego”.
Pasó el tiempo y luego de 4 intentos logramos escapar de aquel edificio. Un viento helado jugueteaba a nuestro alrededor, mientras las pantallas aparecían para cada uno y nos felicitaba por haber superado con éxito cada prueba. Un fuerte sismo azotó el suelo bajo nuestros pies, el cielo se nubló y empezaron a caer rayos a la mansión, seguidos por una explosión retumbante arriba de nosotros. Todos estábamos en el suelo agarrados de las manos, ya que si se rinde uno se rinden todos.
Pasado el tiempo, todo acabó, miramos el edificio, antes lujoso, hecho añicos. Estábamos preocupados por nuestro pequeño camarada que decidió afrontar nuestro reto, aunque nos tranquilizamos porque de la nada apareció detrás de nosotros, y nos dio un gran susto. Cada uno nos fuimos despidiendo con nervios, por si otra vez pasábamos esas tempestades otra vez, yéndonos a nuestras casas lejanas, juramos no contar sobre esto a otras personas.
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Sueño terminado

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Realidad terminada

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