Se encontraba solo.
Las rosas a su paso se marchitaban, al igual que las lilas que su esposa y su hija habían plantado con esmero, hace años, en una primavera que parecía tan lejana como la felicidad misma. Caminó entre los senderos vacíos del jardín imperial, buscando algo… buscando a ella. La buscaba con el ansia de quien ha perdido la brújula del alma.
Pero el jardín estaba seco, desolado. Hasta las fuentes guardaban silencio.
Corrió, sin aliento, con la desesperación de un hombre que ha llegado tarde a su propio corazón. El palacio, tan imponente siempre, le pareció una cárcel oscura. La gran puerta estaba abierta de par en par, pero los guardias no reaccionaban a su presencia. Eran sombras inmóviles, figuras congeladas en el tiempo.
Atravesó los pasillos, con los tapices grises como si la luz los hubiese abandonado. Todo se sentía ajeno, distante. Llegó al umbral de los aposentos que custodiaban la joya más valiosa del imperio: su Hürrem.
Cuando quiso entrar, una mano firme le sujetó el brazo.
—Suleimán, no puede pasar.
El sultán giró con incredulidad, como si aquellas palabras fueran en otro idioma.
—Quiero ver a Hürrem. —exigió, con voz quebrada.
—La sultana Hürrem está ocupada. No puede recibirlo.
—¿Ocupada con qué? —insistió, con los ojos inyectados en angustia.
—Está con su harén.
La frase lo atravesó como una lanza en el pecho. Dio un paso atrás, tambaleándose, sintiendo el vacío succionarle el aire de los pulmones. Se llevó la mano al corazón, convulsionado por la traición.
Entonces apareció su madre, la sultana Valide Hafsa, envuelta en un manto oscuro como la noche.
—Te advertí que cuidaras lo que es tuyo. Pero te ocupaste tarde, hijo. Ahora ella tiene muchos más.
—¡Madre! —chilló, con lágrimas brotando sin pudor.
—No llores. Cuántas veces desperdiciamos charlas sobre esto… Desde que la desposaste, ese vínculo era tu deber. No ahora, no después de otro hijo más.
—Madre... —susurró, sintiendo que se ahogaba.
—Trágate ese dolor, Suleimán. Ya no te pertenece.
La madre sultana tocó entonces la puerta. Esta se abrió, revelando una Hürrem radiante, riendo entre otras mujeres. El corazón del sultán gritó al verla, pero no pudo acercarse. Cuando intentó pasar, los guardias lo retuvieron. Gritó. Forcejeó. Suplicó.
Y entonces despertó.
———
Suleimán se incorporó de golpe, jadeando. Estaba cubierto en sudor, como si hubiera cruzado un desierto. Su corazón galopaba con furia en su pecho.
—Majestad… —la voz de Fatma surgió en la penumbra.
—¿Qué haces aquí? —respondió él, molesto por la intrusión.
—La sultana Firuze está dando a luz.
Suleimán se pasó una mano por el rostro. Sentía que su alma aún flotaba en el sueño, atrapada en ese palacio silencioso, en ese jardín muerto.
—Dame un segundo. Ahí voy. —se levantó con pesadez, como si el aire mismo le opusiera resistencia.
—¿Está bien, majestad?
—Sí. Ve con Firuze.
Se acercó a la ventana. La noche aún cubría la ciudad como un velo oscuro. No había estrellas. Solo nubes. Presagio de tormenta.

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Serpiente Rusa |En Edición|
FanfictionTras ser despojada de su libertad y obligada a presenciar el brutal asesinato de su familia, Alexandra es vendida como mercancía humana en el mercado de esclavos. Su destino cambia cuando es adquirida como un exótico regalo para el sultán del Imperi...