—¡Realmente me tienes cansada! —gritó Hürrem, arrojando un tapiz bordado al suelo, mientras Suleimán apretaba los puños junto al gran ventanal.No era la primera vez. Tampoco sería la última. Las discusiones entre la Haseki y el Sultán eran ahora rutina amarga. En los pasillos, los ecos de esas palabras se deslizaban como serpientes. A las puertas del salón imperial, Selim y Bayaceto aguardaban con gesto resignado.
—¡Eres egoísta, Hürrem! ¡Siempre lo fuiste! —vociferó el sultán, con la voz ronca por el vino y la ira.
—¿Y tú? ¡Tú permitiste que me humillaran! ¡Permitiste la muerte de nuestro hijo Kaan como si fuera un perro más del harén!
—¡Por Allah! ¡Ni siquiera sabías si era un niño! ¡Podrías haber dado a luz otra niña, como Ipek!
—¿Desprecias a mi hija?
—¡Amo a todos mis hijos! ¡A quien desprecio ahora es a ti!
—¡Ja! ¡Qué conveniente! ¡Meses atrás, cuando tu prostituta persa no quería ni verte, corrías a mi cama como un perro desesperado! —La voz de Hürrem era una daga. Selim frunció el ceño.
—Te recomiendo irte —le susurró al oído a Bayaceto.
—No... Soportaremos el trauma juntos —respondió Bayaceto con una media sonrisa que ocultaba el dolor.
Selim lo abrazó, besó su frente y le susurró:
—Te quiero. No importa si padre no lo hace. Yo te quiero. Y Mehmed... Mehmed nos amaba a todos.
—Lo sé.
Ambos, aún adolescentes, permanecían firmes ante la puerta, como si sus cuerpos pudieran contener el derrumbe de su familia.
—¡Vete de mi palacio, Hürrem! —bramó Suleimán.
Ella abrió los ojos, furiosa. Tomó una jarra de oro y la lanzó con fuerza. El sultán la esquivó con la destreza de un guerrero curtido.
—¡Usted váyase! ¡Este palacio es más mío que suyo!
—¿Eres hija de un sultán acaso?
—¡No! ¡Pero soy madre de cuatro! ¡Y serán más sultanes que usted jamás soñó!
—¿Acaso piensas traicionarme?
—¿Usted pensó en mí cuando me traicionó? Si yo quisiera traicionarlo... lo haría sin pensarlo dos veces.
Suleimán dio un paso hacia ella. Sus ojos ya no eran los del amante, ni los del padre. Eran los de un hombre perdido.
—Hürrem... lo lamento. Sé que no quieres traicionarme...
Ella, al oírlo, se quebró. Abrazó a su sultán y lloró. No por él. Lloró por sí misma. Por su humillación, por la traición, por cada noche en que Firuze se había llevado su lugar, su nombre, su fuerza.
—Suleimán... usted me está matando... —susurró, apoyando la frente en su pecho.
—No sé cómo repararlo.
—No va a dejarla. Ella reclama mi ausencia. Y yo reclamo su presencia. Pero usted... no dejará a ninguna de las dos.
—Perdón...
—No puedo perdonar. Pero me iré. Hace tiempo que dejamos de ser sanos...
Intentó marcharse. Él la detuvo, la besó. Un beso desesperado, salvaje, lleno de saliva, furia y recuerdos. Al separarse, un hilo transparente colgaba de sus labios.
—¡Sultán! —llamaron desde fuera.
—¡Pase! —gritó Hürrem, antes de cometer una locura.
Una sirvienta irrumpió, jadeante:

ESTÁS LEYENDO
Serpiente Rusa |En Edición|
FanfictionTras ser despojada de su libertad y obligada a presenciar el brutal asesinato de su familia, Alexandra es vendida como mercancía humana en el mercado de esclavos. Su destino cambia cuando es adquirida como un exótico regalo para el sultán del Imperi...