CAPÍTULO 3

7 0 0
                                    



MIRA LO QUE ME HICISTE HACER

"Quizá dije algunas cosas que jamás debí haber dicho..."

ARIEL

Lo sentí salir de lo más profundo de mi ser...

El cansancio y la frustración tras diecisiete años y ocho meses de silencio ante las injusticias y los malos tratos fueron finalmente liberados y lo juro por mis padres que se sintió tan bien. Por mucho, mucho tiempo he sido "un buen chico", no siempre por voluntad —cabe aclarar—, pero me quedaba callado tan solo porque odiaba pelear. Mis padres lo hacían todo el tiempo y yo solamente deseaba evitar ese mal habito. Sin embargo, quizá fue el frío o lo que pasó antes, pero cuando este impresionante saco de esteroides me gritó, perdí la cabeza.

Que sepas que prefiero ser un demente, estar loco pero feliz y no un ser normal, pero amargado como tú... — Podía permitir muchas cosas, incluso reconocía que por mi culpa estaba herido, pero no iba a tolerarle ese tonito. Sobre todo, porque me disculpe sinceramente. — ¡Cretino!

¿Qué fue lo que dijiste chiquillo estúpido?

Mismo insulto diferente sinónimo, me ofendió. Lo sentí en mi pecho, pero también pude percibir algo más importante y es que no podía ir por la vida desafiando al mundo, por mucho que fuese liberador. Entendí que no se trataba de que no me hubiese escuchado, más bien, en su infinita misericordia me estaba dando la posibilidad de retractarme. Pude comprobarlo de primera mano cuando lo miré acercarse a una velocidad que rayaba en lo sobrenatural. En segundos recorrió la segura distancia que nos separaba y se detuvo justo enfrente de mí. Fue humillante tener que levantar tanto el rostro para poder mirar sus ojos. Lo demás era peor, sus manos estaban empuñadas listas para golpearme.

Mi valor decidió ponerse tímido en ese preciso momento y no lo culpo. La presencia de esta persona era impositiva y todo su ser destilaba rudeza y hostilidad. Mi conciencia decía — ¡Cálmate, Ariel! No le respondas... ¡Respira, inspira, ignora y vive! — Incluso, intenté convencerme de que no me había llamado "chiquillo estúpido" para ofenderme. Y le creí, después de todo, ponerme al tú por tú con alguien de su tamaño sería lo más insensato que podría hacer en mi vida.

Me rendí. Dejaríamos el enfrentamiento para otro día. Uno en el que hubiese alguien capaz de defenderme de este hombre. Mi orgullo me rasguño por dentro, pero era lo correcto... eso sí, en ningún momento aparté mi mirada de la suya.

¿Se te acabo el valor imbécil? —Sus palabras desdeñosas vinieron acompañadas de un empujón que casi me hace caer de espaldas, no solo por la fuerza, sino porque también me resultó inesperado.

Sabía que me estaba provocando, actuaba con alevosía y clara ventaja, pues estaba seguro de que, si nos enfrentábamos, no podría contra él. Ambos sabíamos que sería de este modo, pero no pude quedarme callado.

Dije que espero no convertirme en un adulto majadero y prepotente como tú... —mis labios se movieron como si tuvieran vida propia y pronunciaron aquellas palabras cargadas de un desprecio que era nuevo para mí. —Y en todo caso—rematé, porque yo era así, si iba a meter la pata, lo haría hasta el fondo—, el único imbécil aquí eres tú, no vuelvas a tocarme. No te lo permito.

El saco subdesarrollado de esteroides levantó la mano en un puño listo para golpearme. No me moví, tampoco era como si pudiera enfrentarlo o salir corriendo, pues él no solo me sobrepasaba en corpulencia, si no que su altura resultaba ofensiva ante mi tamaño.

TU RASTRO SOBRE LA NIEVEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora