Dia 02: Discutiendo

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⇠ Heridas que no sanan ⇢

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Aquella mañana, más por costumbre que por querer, Azteca se despertó temprano, tan temprano que pudo escuchar a los pájaros levantarse,  tan temprano que, desde la comodidad de su cama, podía ver la suave luz del sol traspasar de a poco las cortinas, pasando por varios tonos hasta llegar a una cálida luz. Aun así se mantuvo recostado en la suave superficie, sin ninguna razón para levantarse y abandonar su comodidad.

Después de su repentino e inexplicable regreso de la muerte, el tipo alado llamado ONU había llevado a Azteca y las demás representaciones a un gran Hospital, donde otro hombre parecido a ONU los estuvo "examinando" junto a varias otras personas, la mayoría vestidas de blanco. Los habían mantenido en aislamiento por un tiempo y después de una semana les dieron de alta, poniéndolos al cuidado de sus sucesores.

Desde que le dieron de alta ha vivido junto a México, en la casita de paredes amarillas de su hijo, con espacio suficiente para los dos. Habían sido días bastante tranquilos, hablaron un poco sobre el pasado, sobre lo que había pasado en su ausencia, no de todo, Azteca sabía que su hijo no le estaba contando algunas cosas, lo sentía, pero confiaba que con el tiempo México estaría listo para hablarlo.

Sonrió contra la almohada al escuchar las suaves pisadas de su hijo pasar justo delante de su puerta, en dirección a la cocina y, tan solo unos segundos después, música empezó a escucharse junto al ruido de cazuelas chocando entre si. En cuanto se incorporo se estiro suavemente y, a un paso tranquilo, se cambió para salir con su hijo.

Al salir, se dirigió directamente a la cocina, donde méxico ya se encontraba cocinando. Se sentó, apoyando sus brazos en la encimera de la cocina, sabía, gracias al poco tiempo que había pasado, que México prefería cocinar el solo, estar en su mundo mientras se movía de ahí para haya y tarareaba o cantaba algunos versos de la canción que estuviera escuchando en ese momento, sin que nadie perturbara su momento. 

Cuando el menor acabo de cocinar, Azteca le ayudó a servir la comida para así dar inicio a su desayuno. 

Azteca veía con una mirada perdida a su hijo, quien le estaba contando entretenido una anécdota algo extraña, para después de un tiempo sonreír con aires de nostalgia. Era sorprendente, ese pequeño niño al que había cuidado con todo su cariño ya era un adulto, un adulto que había logrado grandes cosas. Mientras más lo pensaba era inevitable el sentimiento tan agridulce que lo inundaba lentamente, el no pudo estar ahí para ver cómo todo eso pasaba, no estuvo ahí para ver sus triunfos y celebrarlos juntos, tampoco para consolarlo en los momentos difíciles y decirle que todo estaba bien, incluso si no era así, pero cuando veía la brillante sonrisa de su niño, todo sentimiento negativo desaparecía, el era feliz, a pesar de todo, logró seguir adelante y ser feliz.

— México —dijo para llamar la atención de su hijo, quien ya había levantado los platos para lavarlos, el menor volteo curioso con su sonrisa tranquila— Estoy muy orgulloso de ti —Dijo con algo de dificultad, no era muy bueno hablando español. Los ojos de México se abrieron levemente ante tan repentinas palabras— "Estoy muy orgulloso de que hayas logrado grandes cosas tu solo, de que puedas ser feliz sin importar que."—Le dijo Azteca a Mexico con todo el cariño de su corazón. Desde su silla el mayor pudo notar como México tomaba una gran bocada de aire y lo retenía por un tiempo, intentando controlar sus emociones que estaban empezando a desbordarse, siendo delatado por las lágrimas retenidas que hacían brillar a sus ojos. Había extrañado mucho a su padre, ver sus brillantes ojos, el olor a cacao que su piel desprendía naturalmente, incluso había extrañado como nunca su sonrisa burlona y su cálida voz. Todavía no podía creerse que este estuviera de vuelta. No lo admitiría, pero, cada dia al anochecer, se iba a dormir con miedo, temeroso de que al despertar su padre haya desaparecido o que todo fuera un sueño. Incluso algunas veces se había despertado en medio de la noche, con el corazón acelerado y el cuerpo lleno de sudor, después de haber tenido una pesadilla donde el imperio volvía a morir, y para tranquilizarse revisaba la habitación de Azteca, asegurándose de que este estuviera bien. Azteca sonrió enternecido ante el inútil intento de su hijo por ocultar lo que sentía— Ni mitz tlazohtla Noyolo (Te amo mi corazón) —Dijo levantándose de la silla.

60días OTPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora