Capítulo: II (Etapa 3)

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Las líneas del metro se separaban nuevamente para Itzel y su madre en medio del bullicio en consecuencia del congestionamiento de gente que rondaba cada estación, subiendo y bajando sin parar, sin detenerse siquiera a saludar

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Las líneas del metro se separaban nuevamente para Itzel y su madre en medio del bullicio en consecuencia del congestionamiento de gente que rondaba cada estación, subiendo y bajando sin parar, sin detenerse siquiera a saludar. Las personas vivían al límite y cada minuto importaba más para llegar a su destino.

—Itzel, por favor, ve directo a la escuela. No quiero más quejas —exhaló e inhaló cansada—, ya tengo suficiente con mis problemas en el trabajo.

La joven no hizo más que perder su mirada entre las incontables personas que la empujaban y estrujaban de manera descortés.

—¿Cuál es el punto? Jamás asistes cuando te llaman —respondió en voz muy baja para evitar ser escuchada por ella.

—¿Qué fue lo que dijiste? —La madre lucía molesta—. Mira, sabes, no importa. No tengo tiempo para tus berrinches. Vete de una buena vez.

La manera en la que la señora estrujó a su hija fue mal vista por algunos, pero ignorada por la gran mayoría de los presentes. Aquello fue lo que hizo parar a la madre de maltratar públicamente a su hija, quien no tenía un gesto amable.

Dentro del vagón del metro y al pasar un par de estaciones, subieron compañeros de castigo de su curso, haciendo el mismo alboroto de las clases de recuperación. Miraron a Itzel y, como buenos rufianes, se decidieron a incitarla nuevamente al caos.

—Miren a quién tenemos aquí —expresó con malicia un joven—, pero si es la rareza en persona.

La joven simplemente trataba de ignorar a los cuatro muchachos y las dos chicas que los acompañaban. Si se lo preguntan a Itzel, sería, más o menos, una banda de personas sin oficio y beneficio alguno.

—¿Qué quieren ahora? —contestó con desagrado.

Al ver la mueca malencarada de la chica, se mofaron con una pataleta infantil que compartieron entre ellos como si de algo gracioso se tratara. Celebraron el haberla molestado y luego siguieron con su plan. Parecía que hacer miserable la vida de la chica les provocaba un placer retorcido que amaban alimentar.

—Tranquila, fenómeno, eres tan estúpida como cualquiera de nosotros. También estás en clase de recuperación... ¿Recuerdas? —afirmó otro chico más— ¡No es así, chicos!

—¡Sí! —exclamaron como borregos los demás.

El escándalo hizo que Itzel se sonrojara. No es como que le gustara que le dijeran sus verdades públicamente. Así que, para callarlos, sabía que debía acceder a sus peticiones lo más pronto posible. En la escuela era más sencillo ignorarlos, pero se encontraban en la hora pico del transporte.

—Digan qué es lo que quieren y déjenme en paz.

Nuevamente, en masa, se burlaron de su comentario, como si cada frase que saliera de su boca fuera un mal chiste para ellos. Continuaron con su circo de bajo presupuesto para los espectadores involuntarios del vagón.

Tiempo congelado  [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora