8. La noche

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«¿Estuviste?».

Había caído en la tentación de escribirle, de hacerle saber que le había visto. Fue una de las mejores decisiones. Me permitió recuperar las conversaciones día a día después de haber estado casi un mes sin escribirnos. Durante esas largas temporadas sin saber nada de él atendía a mi anodina vida de estudiante universitario, en la que nada de lo que ocurría me emocionaba más que las interacciones con Cloud.

Al recuperar nuestra conversación, me interesé en preguntar por la lesión del brazo, pero sin preocuparme demasiado, me bastaba con que él supiera que yo estaba pendiente de su bienestar. Su respuesta dejaba entrever que no necesitaba ningún tipo de apoyo, que nunca le había hecho falta. Tal y como había aprendido en ese tiempo, Cloud era muy independiente. La barrera iba cayendo y la verdadera personalidad afloraba. Me gusta pensar que nadie había escarbado tanto en él, o al menos, que nadie comprendía tan bien lo que iba descubriendo.

En una de nuestras conversaciones hablamos de nuestra fascinación por los malos de las películas, concretamente de las películas de Disney. Ese tipo de conversaciones en las que conectábamos con tanta naturalidad hacían sentir que lentamente el hueco de mi pecho se llenase un poquito más.

Durante las vacaciones de Navidad retomó la atención sobre mí. El día de los Santos Inocentes me envió una captura de pantalla de una conversación con un amigo. Cloud le decía que su lesión se había complicado y tendría graves consecuencias. Su compañero se mostraba preocupado, echándole una de esas broncas que no quieres echar porque significa que algo malo le ha ocurrido a un ser querido. Y al final de la captura estaba el mensaje de Cloud felicitándole cómicamente por el día de los Santos Inocentes.

Me divirtió la broma, por sencilla que fuera, pero es que mi portentosa imaginación creaba el contexto y los personajes claramente, visualizando con toda nitidez a Cloud actuando con desolación, ocultando la diversión que realmente sentía, y la preocupación de su amigo...

Hm.

Su amigo se preocupaba bastante, para ser algo común como una lesión que no ha sanado bien...

Mi faceta detectivesca ya maquinaba decenas de hipótesis. La preocupación tan sincera de su amigo en unas pocas líneas me hacía sospechar...

¿Y si...?

No.

Reconozco que tiendo a crear largas líneas argumentales en torno a unos pocos detalles. Quizás por ello me hubiera gustado trabajar como abogado o fiscal, descubriendo historias que los testigos ocultan. Pero en la vida real no debe de haber muchos casos como esos.

Personas de nuestro entorno comenzaban a ser nombradas en nuestras conversaciones. En poco tiempo pude conocer a algunos de sus amigos desde los ojos de Cloud, basándome en las anécdotas que él me contaba. También compartimos otro tipo de información, referente a nuestras familias y sus peculiaridades. Si bien es cierto que nuestra «relación» había comenzado como algo muy unidireccional, últimamente Cloud colaboraba bastante en estrechar nuestro vínculo. Se estaba dejando conocer, de verdad.

Pero como el ciclo de los astros, Cloud continuó con el trayecto de su órbita, y un día volvió a callarse. Y al siguiente. Y otro más.

«Pidamos un deseo cada uno» dijo mi amiga aquella noche al ver una estrella fugaz.

Yo llevaba tres días sin saber nada de Cloud. Estábamos en las escaleras de la plaza donde horas antes había todo un rebaño de universitarios bebiendo e infringiendo varias normativas, o en una sola palabra: botellón.

¿Qué crees que pedí? De pequeño siempre deseaba algún tipo de poder cósmico que me permitiera controlar la realidad para hacer y deshacer a mi antojo. Con el paso de los años me planteé que tal vez mis deseos no se cumplían porque superaban los límites de la realidad, por lo que las últimas veces que he pedido un deseo me he centrado en pedir algo dentro de las posibilidades que ofrece mis circunstancias.

Lo cierto es que no recuerdo las palabras exactas de lo que deseé, pero de incluirlo en este relato debes augurar de qué se trata. Llevaba toda la noche escuchando las idas y venidas en la relación de mi amiga con su pareja, donde cada uno se volvía más orgulloso que el otro a cada paso que daban (lo que les estaba destruyendo) pero esa historia no viene al caso.

La cuestión era que en mi mente rondaba la idea de aguantar, asimilar todo, borrarme las ilusiones y evitar a Cloud. No podía depender de su capricho. Había dejado de hablarme 72 horas y ya me sentía perdido, no quería tener esa dependencia. Así que pacté conmigo mismo que, al menos por mi parte, no volvería a tratar de contactar con él.

De esa manera es como gasté mi deseo en que fuera Cloud quien me buscase.

«Buf, qué calentón más tonto».

Me acababa de despertar y aún le estaba buscando el sentido a las palabras que leía en la pantalla. ¿Cloud? ¿En serio? ¿Me acababa de escribir eso? Efectivamente, la imprevisibilidad de Cloud me tenía embelesado. Una vez más, cuando había dado el fuego por consumido el chico volvió a remover las brasas.

«Enhorabuena, ganas el premio al comentario más impactante del día» decidí contestarle.

Me pilló de improvisto porque en contadas ocasiones habríamos hecho referencias sexuales en nuestras conversaciones.

«Qué gran honor... ¿Cuál es el premio?» me escribió Cloud.

Esta conversación desencadenó un aire nuevo a nuestra relación. En absoluto sé lo que pasaba por su mente, pero para mí, él estaba más atento conmigo que nunca. Me sentí feliz por haber recuperado el espíritu de las conversaciones interminables, y más aún porque había sido él quien lo había iniciado.

La noche llegó y hasta donde sabía, Cloud estaba solo en el salón de su casa. Estábamos viendo la misma serie comentándolo. Y entonces me llegó un mensaje de audio.

Al principio me puse nervioso, en realidad no decía nada distinto a lo que solía escribirme, pero esta vez me estaba hablando, y seguía haciéndolo a pesar de mis respuestas escritas.

Siguiendo su iniciativa, le respondí con el mismo tipo de mensaje. La conversación mediante mensajes de audio se volvió más personal e íntima que nunca. No faltaron algunas fotos explicativas a ciertos mensajes, como el tentempié nocturno de Cloud. También improvisó el canto de la sintonía de una serie y me lo mandó, ya que tanto apreciaba su don por la música.

Recordaré siempre lo entrañable que fue aquella noche, acompañada por el viento que golpeaba eventualmente las persianas, haciendo gala de que el universo estaba presente. Esas tonterías que interpreto yo en mi cabeza hacen que las historias parezcan sobrenaturales, pero realmente ocurrió así.

Hoy en día escuchar esos mensajes de audios me hacen evocar con todo detalle lo que sentía. Cloud estaba colaborando a la regeneración de mi nuevo corazón, algo que debo agradecerle siempre.

Uno de los detalles más relevantes para esta historia, y que estoy dispuesto a compartir para probar la veracidad de lo ocurrido, fue la intención oculta de Cloud en algunos de los mensajes, en los que trató de, indirectamente, saber qué sentía por él. Sí, en efecto, esta noche comprobé que, por mínimo que fuera, Cloud tenía un cierto interés en mí.

Con la llegada del amanecer también se hizo presente el peso del cansancio sobre nuestros párpados, y la temida despedida de una noche de ensueño. Ciertamente hubiera prolongado aquello hasta el infinito, en un bucle donde los rayos del sol se asomasen unos minutos y volvieran a esconderse por el mismo lugar de donde procedían. La noche infinita, nuestra noche.

Obviamente, no ocurrió, este relato es una historia real y no tiene cabida para más fantasías que las que yo mismo me montaba en mi cabeza.

Me dormí bañado por las varillas de luz que se colaban entre las franjas de la persiana, con una sonrisa en el rostro y extractos de mi conversación con Cloud...

—Podrías dejar de ser perfecto —le escribí justo antes de dormir.

—No soy perfecto.

—Eso es lo que diría alguien perfecto.

—O alguien que no lo es.

Cosas de chicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora