LA MISIÓN

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CAPÍTULO 1 DOUGLAS

Medellín, Colombia; una ciudad en la que se respira más cocaína que oxígeno.

Aquí nací yo. Justo un día como hoy, hace exactamente 25 años. Fui bautizado como Douglas Hermes de la Torre, aunque si preguntas por mi nombre solo responderé Douglas. La historia de por qué Hermes es sumamente ridícula. Mi madre juraba haberse enamorado de mi padre por su fragancia varonil, y tan sencillo como otorgarle a su primer hijo ese nombre para recordar siempre al cabrón que nos abandonó por una ricachona estirada y su familia de la high life.

¡Vaya mierda! Estarás pensando.

Pero esas situaciones ocurren más de lo que imaginamos.

Y, sí, me enorgullece haber crecido sin padre en esta ciudad que destruye tu cuerpo a la vez que fortalece todo lo demás. En estas calles vale más ser precavido que valiente. El paso de los días te va enseñando a no meter las narices donde ni siquiera pronunciaron la inicial de tu nombre.

–¡Un brindis por ti, parcero! –grita Fernando Lampour, alzando la botella de Champagne en mi honor.

En esta celebración nadie bebe en copas. Todos pegan sus labios a la botella y se dan tragos desde el cristal. Lo dicho, puedes abandonar la calle, pero la calle jamás te abandonará a ti. Y aclarado esto, Lampour es el más callejero de nosotros.

–¿Cuántos años son? ¿Treinta y cinco, ochenta? –bromea y al mismo tiempo le roba un beso desordenado a una de las prepago que contrató para animar la fiesta.

¿La chica es bella? Mucho, a pesar de que haya modificado con cirugías ciertas partes de su cuerpo. Tendrá unos dieciocho años. Quisiera decir que algo de inocencia queda en sus ojos, pero créanme, no queda un alma inocente en estas calles. Y no la juzgo, supongo que sus acciones también esconden un porqué.

–¡Con la edad que sea, un día me cogeré a tu cucha! –respondo con cierta diversión reflejada en el rostro y algo de verdad oculta en mi comentario.

El rostro borracho de Lampour se torna serio de forma drástica. Su entrecejo se frunce y su mano va directa a la pistola que siempre lleva resguardada a un costado de la cintura.

–¡Vuel...vuelve a decir eso...y te clavo una bala en los huevos! –amenaza, aunque su próxima ofensa se ve interrumpida por varios hipidos– Hi...hijoepu...puta.

–No te atreverías

–Por suerte Miranda...está... ¿Dónde era que estaba? –se pregunta a sí mismo rascando su nuca con la culata del arma.

Miranda Lampour.

¡Demonios!

Vaya mujerona.

No me avergüenza admitir que muchas veces me masturbé con su imagen en la cabeza. En aquel entonces todavía se llamaba Miranda Martínez y su desnudez acababa de triunfar en un calendario de barrio.

Luego la suerte le sonrió. Conoció a un magnate italo–francés con más pecas que centímetros y con más euros que cualquier presidente de la Unión Europea. Lo demás, ya se lo imaginan.

Sexo, boda, más sexo, adopción del bastardo que llevo por amigo y voilà...herencia.

Y hago énfasis en HERENCIA. Porque si de un momento a otro Vicent Lampour estirase la pata, Miranda se convertiría en una de las dos herederas del billonario. Compartiendo fortuna únicamente con la hija del magnate.

–Cerdeña. Miranda está en Cerdeña –respondo confiado.

He seguido por mucho tiempo los pasos de Miranda. ¿Motivo? Llamémosle obsesión.

SILENCIADOS: vengan a míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora