LA SUSTANCIA

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CAPÍTULO 2 ARIA

Debería llorar.

Sí, probablemente debería acercarme al ataúd y echarme a llorar bajo la atenta mirada de todas estas personas que admiraron en vida a mi padre y hoy le despiden.

Pero sería demasiado hipócrita de mi parte.

Además, para qué engañarnos, soy de las que no pueden fingir ni siquiera un orgasmo.

Prefiero pasar desapercibida, retirarme hacia la cocina y buscar mi propio consuelo en un vaso de rocas a medio llenar de whisky, mientras el resto rinde homenaje a Vicent Lampour en el salón principal de la mansión.

Cuando he bebido la mitad del trago, Valentino Galliani hace acto de presencia. Luce espléndido vestido todo de luto. Lleva la melena de cabellos rubios totalmente despeinada, como siempre, y las mangas de la camisa arremangadas a la altura de los codos. De no ser porque su lengua va más rápido que su cerebro y porque su polla italiana penetra más coños que cualquier otra, me casaría con él.

Sonríe en cuanto nota mi apariencia. Este probablemente sea el único día de mi vida en el que me he permitido lucir demacrada, paliducha, sin fuerzas.

—Te estuve buscando —comenta desde el umbral.

—¿Qué harás ahora que me has encontrado?

Tan solo de mirarme a los ojos es capaz de entender lo que deseo.

En dos segundos tengo sus labios devorando los míos. Y aunque el roce es salvaje, hace mucho que sus besos solo provocan emociones básicas en mí. Por eso nuestros encuentros son esporádicos y no van más allá de sexo casual. Apoyo las palmas de mis manos en su pecho y le detengo.

—Ahora no. Estoy hecha una mierda —susurro, descansando mi frente en su hombro.

—Tu padre acaba de morir, pequeña Aria. Raro sería que no lo estuvieses.

—¿Cuánto tiempo crees que me queda? —inquiero notablemente afectada.

—No deberías preocuparte por eso...

—¡Responde, joder! —exijo, comenzando a sentir la presión en mi pecho.

A estas alturas mi padre, el gran Vicent Lampour, está bien muerto. Y eso solo puede significar que desde hoy soy la responsable de todos los negocios que poseía. Tanto legales como ilegales. Lo jodido es que hace cuarenta y ocho horas nos robaron un cargamento en Porto Cervo, que iba dirigido a Sicilia.

La mercancía de los sicilianos es sagrada, lo saben todos los involucrados en el negocio.

Y si al menos tuviese una pista sobre la identidad de los ladrones, podría exigir una extensión de plazo que me permitiese encontrarles y entregárselos a los sicilianos junto con la cuota de euros por pérdida.

Pero mi padre dejó tantos enemigos, que es difícil escoger solo a uno y echarle la culpa del robo.

Así que tengo motivos suficientes para creer que los sicilianos vienen a por mí.

Motivos que se ven fundamentados cuando Valentino desvía la mirada hacia la nada y luego despeina su melena con frustración. Está tan desesperado como yo, pero si de algo puedo tacharlo es de leal. Por eso suelta toda la verdad, da igual lo cruda que sea:

—Si logras recuperar el cargamento, toda una vida. De lo contrario...solo te quedarían horas.

—En ese caso...

Valentino tiene las mejillas enrojecidas y las pupilas algo dilatadas. Otra vez nos comunicamos sin palabras. Nuestra complicidad, nuestra conexión...ni dos personas que se conocen de toda la vida podrían competir con nosotros. Él es tan hábil a la hora de leerme, que a veces asusta.

SILENCIADOS: vengan a míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora