Capítulo 5

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—¿Leucemia infantil? —jadeó Neus.

Raquel asintió, sintiéndose agotada. La imagen de Zoé recibiendo su quimioterapia volvió a su memoria. La niña se esforzaba para que Teresa no la viera mal, y era algo que le rompía el corazón. Estaba tan enferma y todavía le sobraba espíritu para escuchar a su madre.

—¿No tiene cura? —balbuceó.

—No lo parece—murmuró—. Los médicos no son optimistas, dicen que todo depende de lo que aguante su sistema. La última vez que fue al oncólogo, Teresa salió llorando y se llevó a Zoé a tomar un helado—se estremeció, recordando la fría sala de espera en la que la habían esperado—. Le prometió que harían lo que más ilusión le hiciera, pero Zoé solo quería helado.

Suspiró, limpiando sus lágrimas de nuevo.

—Me confesó que había hecho metástasis en algunos órganos. Cree que le van a quitar los ovarios y un riñón infectados. Pero el pronóstico no es bueno. Aunque si la operación funcionase, tendría alguna posibilidad...

Asintiendo, su amiga le apretó el hombro.

—Pero para que se recupere, necesitan dinero. ¿Verdad? Para que Tere pueda estar con la niña y alimentarla como es debido.

Raquel asintió, observando los platos de comida rápida apilados.

—No puedo recurrir a mi padre. No me dará el dinero si no acepto ese estúpido trabajo y, si lo hiciera, no pararía hasta saber en qué lo he invertido. Entonces también sería repudiada de esta familia de mierda y Zoé perdería las pocas oportunidades que tiene.

—¿Y el padre biológico? —resopló, recordando a aquel cabrón.

—Se declaró insolvente hace años, cuando Teresa trató de pedir la manutención. Además, como dijo que había repudiado a la niña, el juez no le obligó a hacerse cargo.

—¡Pero es su hija!

—Lo sé—suspiró, pasándose las palmas por el rostro—. Créeme que hemos intentado todo lo posible por medios administrativos. Pero tendríamos que haber ido a juicio, Tere no tiene dinero para pagar un abogado y no se le asigna uno de oficio porque tiene dos trabajos. Y yo no puedo personarme.

Neus no dijo nada, porque no era necesario. Ambas sabían que no había más opciones; su tiempo de libertad se había terminado y solo tenía una salida. Si por ella hubiera sido, habría aceptado pasar hambre mientras buscaba una alternativa. Pero ¿jugar con la vida de Zoé? No. Prefería prostituirse a un bufé petulante que vender a la que era, y siempre sería, su única sobrina.

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—Buenas, ¿está Helena Batlle? —preguntó a la preciosa recepcionista de Arche Asociados—. Soy Raquel Ramírez, hija del juez Darío Ramírez. Tenía una cita con la jefa del departamento jurídico.

Raquel se había esmerado aquella mañana, su cabello castaño estaba limpio y bien rizado. Su maquillaje era fresco y juvenil. Incluso se había vestido con un bonito pantalón azul a juego con una blusa vaporosa del mismo color y una chaqueta blanca con escenografías de grafitis. Se veía elegante, moderna y todo un icono de la moda.

Sus tacones resonaban con cada paso atrevido que daba en la dirección indicada por la recepcionista, atrayendo la atención de todos a sus interminables rizos. Podía aguantar en esa estúpida empresa para ayudar a Zoé, entraría como un torbellino de color y saldría con una sonrisa.

Podía hacer cualquier cosa.

Helena Batlle atrajo su mirada de inmediato, era difícil no verla. Su traje negro era un punto ciego en la pared de cristal, uniéndose a las interminables columnas que sujetaban las vidrieras. Raquel no pudo apartar la mirada. Su cabello rubio estaba peinado en una coleta tan rígida que estiraba sus pómulos, sus labios apretados con tal fuerza que daba una apariencia solemne que tragaba toda la energía de la habitación.

Sí. Iban a odiarse.

Avanzó hasta situarse delante de su mesa, mientras toda la oficina era testigo de como Helena no hacía ni el ademán de levantarse de su asiento. Raquel trató de no sentirse insultada.

—Señorita Ramírez, supongo.

—La misma—respondió con una sonrisa.

La señora Batlle no pareció sorprendida por su presencia. Una mirada seca se deslizó por su rostro, hasta su chaqueta y acabó en el pantalón de pinzas que lucía. Torció el gesto antes de volver a su rostro.

—La directora Luengo insistió en tenerla entre nuestros activos—suspiró—. Pero es innecesaria, solo está aquí porque la directora lo ordenó. Jamás hubiera superado mis pruebas de admisión.

Raquel apretó los labios, cuadrando los hombros.

—¿Quizá sus pruebas no sean tan buenas como cree? La directora Amelia, perdón, Luengo para usted—se burló, notando como los músculos de la jefa jurídica saltaban—. Pudo levantar todo este bufé sola, convertirlo en uno de los mejores de la ciudad y mantenerse en un mercado salvaje con pura elegancia. ¿Te atreves a ningunear las decisiones de Amelia? Me parece vergonzoso, quizá deba hablar con ella...

Helena apretó los dientes y, por primera vez, se levantó de su asiento y enfrentó a Raquel. La tensión se hizo palpable en toda la planta, atrayendo la atención de los abogados que se distribuían por todo el departamento. Alzando bien la barbilla, clavó las manos en la mesa, ocupando tanto espacio como su cuerpo le permitía.

—Será mejor que me tenga respeto, señorita Ramírez—siseó—. Quizá no tenga el poder de la directora Luengo, pero puedo hacer que tu trabajo aquí sea un infierno hasta que decidas renunciar.

Por primera vez, Raquel sintió algo de miedo. Perder el trabajo significaría darle el adiós al apoyo de su familia y, con ello... Se obligó a apretar los labios y asentir. No estaba en situación de ponerse rebelde.

—Bien—suspiró la bruja, complacida—. Puede sentarse junto al pilar de la cuarta fila, hay un ordenador libre. Te doy tres minutos para ponerte a trabajar.

Sin decir nada, Raquel se afanó a su lugar, sintiendo como sus mejillas quemaban por la vergüenza. Helena aguardó hasta que estuvo en medio de la sala para llamarla, irritada, volvió para mirar a la perra que iba a ser su jefa;

—Ah, y Raquel, procura cuidar un poco tu aspecto. Esto es un bufé serio, no un bar de barrio.

Apretó los dientes mientras la veía sonreír como un búho maligno. Notó la mirada de todos los abogados en su cara, algunos se la miraban con lástima y otros disfrutaban de la escena como si un circo hubiera llegado a la ciudad. Se obligó a continuar caminando hasta dejarse caer en su mesa.

No llevaba ni diez minutos en su nuevo trabajo y su jefa ya la odiaba.

—Es así con todos los novatos—suspiró una voz juvenil a su lado. La chica que ocupaba el ordenador de al lado, con el cabello rizado y descontrolado, se veía demasiado joven para estar en ese lugar—. Sobre todo, con los que "no cumplen sus expectativas" —bufó, rodando los ojos—. Es una perra.

Raquel decidió, en ese instante, que esa chica iba a gustarle.

—Soy Raquel, ¿tiene algo en contra de los colores alegres o el diseño editorial?

—Amaya—respondió, guiñando un ojo—. Más bien, está en contra de todo lo que no sea similar a tener un palo metido por el culo.

Una risa surgió de sus labios antes de poder controlarla, atrayendo la mirada de Helena desde la distancia. Agachándose bajo su pantalla, se aseguró de quedar bien cubierta mientras sonreía a su nueva compañera.

—Encantada de conocerte.

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Palabras totales: 8.777

Safe Raquel de la perra de su jefa.

Me encanta, la historia que más pensaba que me iba a costar escribir es la primera con la que he llegado a las 8K JAJAJAJAJAJ

El Jurídico Problema del Amor/ ONC2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora