Cepillo de Dientes

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No podía dejar de mirarla, se veía maravillosa parada al lado de su cama, con su camisa de la noche anterior puesta y esas braguitas de encaje que tanto le gustaban, los pies descalzos y el cabello recogido de manera casual mientras la luz de la mañana tocaba su piel.

Estar con ella se había convertido en una necesidad, amaba despertar con a su lado, los momentos donde solamente eran ellos dos, sin familia, amigos o trabajo; hablando, riendo, sintiendo sus cuerpos pegados mientras deseaban que el tiempo se detuviera.

Pero la realidad del día llegaba a ellos, y solo le quedaba ver como ella recogía su ropa y tomándose su tiempo volvía a vestirse como la noche anterior; le sonreía, se acercaba a él para darle un beso y se despedía moviendo ese hermoso trasero.

-Si dejaras tu cepillo de dientes aquí, tendríamos más tiempo. - Solía decirle mientas ella solo sonreía y se dirigía a su propio departamento en el mismo edificio un piso arriba.

Crecieron juntos, era la mejor amiga de su hermana y una Bridgerton honoraria. Habían pasado de ser conocidos, a amigos, a mejores amigos y ahora tenían una relación. Se había recriminado muchas veces por no haberse dado cuenta antes de la increíble mujer que había tenido en sus narices todo ese tiempo y sabía que era afortunado de que ella lo hubiera aceptado en su vida.

La Penélope tímida desaparecía en sus brazos, cada vez que estaban juntos aparecía una mujer sensual, seductora y juguetona que lo tenía hechizado. Ella le había dado algo que nunca había conocido, algo que jamás imaginó que podía tener: amor, complicidad, amistad, seducción, diversión en una sola mujer.

Fue algo gradual, habían pasado de unos simples abrazos, a toques más ligeros, de tomarse las manos a besos sumamente suaves, su familia y amigos nunca hicieron comentarios de su relación, como si para todos fuera lo más natural que ellos dos estuvieran juntos. Ahora no había dudas o suposiciones, sabía que ella terminaría en su departamento cada vez que salían, siempre pasaba la noche a su lado.

Pero había empezado a necesitar más, ya no era suficiente el estar con ella algunos días, odiaba que ella tuviera que irse cada mañana. Amaba los días en que ella se quedaba más tiempo, donde podían repetir las actividades de la noche anterior, tomarse más tiempo para tocar su piel, recorrer sus fabulosas curvas con sus manos, admirar el contraste de su pelo con las sábanas y besar su sonrisa, las guerras de almohadas que terminaban en besos, prepararle su café en la mañana o poner su canción favorita y bailar con ella descalzos por el departamento.

- ¡Hey, Pen!- gritó Colin desde la ventana de su departamento al verla llegar al edificio- ¡Sube preciosa!

Penélope alzó la mirada y sonrió mientras le hacía una señal indicando que estaba en camino. Al llegar al departamento de él, después de besarla intensamente, la invitó a cenar y a pasar la noche, ella asintió abrazándolo del cuello y besándolo.

Vivir en el mismo edificio de alguna manera tenía sus ventajas, el tiempo de espera para verla era mucho menor, así que a la hora acordada recorrió la corta distancia que separaba su departamento del de ella.

Cuando ella abrió la puerta, se quedó con la boca abierta; su cabello rojo llegaba a los hombros en suaves ondas que la hacían ver deliciosamente sexy, con un vestido verde salvia sin hombros pegado a su cuerpo resaltando sus maravillosas curvas hasta llegar a las rodillas y como complemento, tacones que hacían lucir sus piernas. Podría morir en ese momento y lo haría como un hombre feliz.

-Te ves... no tengo palabras.
-Tú no te ves mal tampoco.

Sonriendo, la tomó de la mano y salieron del edificio donde su Uber esperaba por ellos.

Mientras recorrían la ciudad rumbo a su destino, no pudo evitar recordar la primera vez que la besó, en aquellas escaleras con luz neón del bar favorito de todos, después de varios días de coqueteo y una noche de baile, no pudo aguantar más y la besó sintiendo su cuerpo contra el suyo mientras la espalda de ella se recargaba en la pared, los besos suaves y las palabras del momento estaban grabados en su memoria, todo había sido perfecto.

Abrazada a él mientras la cubría con su brazo, platicaban y reían, como cada vez que salían. La llevó a su restaurante favorito donde entre miradas y animada conversación, compartían sus platos favoritos, ella era la única con quien compartía sus comidas y su vida.

- ¿Al fin dejarás tu cepillo de dientes en mi casa?

Ella solo sonrió de nuevo, sabía que su pregunta tenía un significado más profundo, era una invitación abierta a estar con él, a vivir con él.

Al terminar su cena fueron por unas copas, bailaron, se besaron, caminaron un poco por la ciudad para después regresar al edificio donde terminarían la noche en un enredo de cuerpos.

Entraron por la puerta del departamento de él sin dejar de besarse, sus manos recorriendo cada curva mientras ella ansiosa se deshacía de su chamarra y sacaba la camisa de sus pantalones, sus besos intensos y cada vez más demandantes, los labios de él en el cuello de ella, las uñas de ella arañando ligeramente su espalda de él, los gemidos suaves, la ropa tirada por todo el lugar, la luz de la luna entrando por la venta, solo eran ellos y nada podía ser más perfecto.

Un rato después mientras ella descansaba en su pecho, alzó la mirada y le sonrió.

-Tengo un regalo para ti.

Se puso la camisa de él y corrió a buscar en su bolsa, regresó a la cama y le mostró lo que tenía en las manos. Él solo pudo reír y la besó mientras tomaba el regalo, se levantó de la cama mientras la tomaba de la mano para llevarla el baño y poner el cepillo de dientes que ella había traído junto al suyo.

Abrazándola por la espalda mirando el reflejo de ambos, susurró a su oído.

-Ahora nunca podrás irte.

Ella solo giró en sus brazos y lo besó con todo el amor que sentía por él, tomándola de las piernas y colocándolas rodeando su cintura, regresaron a la cama de donde no saldrían hasta mucho tiempo después.

Cepillo de DientesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora