Hasta antes de esa noche, tu vida había sido relativamente normal a pesar de los pequeños detalles que rodeaban tu existencia. Participabas activamente en las actividades y obligaciones de la tribu, eras una firme e infaltable pieza del consejo, y tú hermano siempre te tenía en cuenta para las decisiones importantes.
Jamás te habías metido en una pelea o enfrentamiento, pero todo eso había cambiado.
Asesinaste a alguien sin pensarlo dos veces. Luchaste ferozmente sacando fuerzas de quién sabe dónde para salvarle la vida a un vampiro.
Él también lo hizo para salvarte a tí.
Luego de la pelea, no podías hacer que Jungkook despertara, y estaba perdiendo demasiada sangre. Lo cargaste sobre ti llevándolo a tu cabaña, no sin antes aullar lo más fuerte que podías para que alguien se acercara a recoger el cadáver del otro vampiro.
Ya en tu hogar, usaste todo tu conocimiento médico para intentar hacer que todas las perforaciones de su cuerpo dejaran de perder sangre, sin caso alguno. Estabas comenzando a dudar si tus acciones habían sido buena idea.
Intentaste llamar a Jaebeom una docena de veces, pero jamás contestó. Llamaste a Bang Chan, a todo el maldito Clan y nadie respondía.
Debían estar en el patrullaje, joder. Cómo también debías estarlo tu, y no entre las garras de ese vampiro.
Estabas perdiendo la paciencia. Ya no sabías que hacer.
Habías leído que los vampiros también podían curarse solos, regenerar sus heridas, pero Jungkook no parecía estar haciéndolo en lo absoluto.
Debemos hacer algo, ¡Sino morirá!
No va a morir.
¡Morirá si no lo ayudas como se debe!
Tu cerebro se encendió. El animal dentro de tí tenía razón. No había más opciones.
De inmediato fuiste a la cocina en búsqueda de un cuchillo, tomaste uno y corriste a la sala, sentándote junto al cuerpo inconsciente.
Cortaste la palma de tu mano con un quejido de dolor y abriste su boca, para volcar la sangre dentro de ella.
Esperaste unos segundos por alguna reacción de su parte, pero nada pasó. Intentaste nuevamente presionando tu mano haciendo que más sangre saliera, gimiendo de dolor, cuando tú muñera fue rápidamente tomada con rudeza.
-¿Qué haces? - preguntó molesto. Su grave voz inundó tu hogar. Suspiraste aliviada, había funcionado.
Se veía cansado y adolorido, inspeccionó el lugar donde se encontraba con atención. Todo olía a ti, era extrañamente embriagador.
-Te salvo, ¿qué crees que hago? - en lo que lo veías analizar tu cabaña, pudiste notar el cambio de color en sus ojos. Ya no eran de un negro brillante, un rojo profundo se había apoderado de ellos. Suponías que era por haber bebido un poco de tu sangre.
Lucía hambriento y un poco desesperado. Fue inevitable. El nerviosismo comenzó a apoderarse de tu sistema.
El vampiro vio tu herida preocupado.
-No tenías que hacer eso, solo tomaba una siesta - murmuró sintiendo tu cuerpo ligeramente temblar.
-¡Eres un idiota! - dijiste en lo que retirabas tu muñeca de entre sus manos - ¿por qué no respondiste cuándo te hablaba? - golpeaste levemente su hombro recibiendo una sonrisa presumida de su parte.
-Me gusta que ruegues por mí.
Tragaste saliva y dejaste de mirarlo para que no notara el sonrojo de tus mejillas. El imbécil todo este tiempo había escuchado como le pedías regresar.