Capítulo 1

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El peligro parecía formar parte de aquel hombre.

Moreno, fuerte y con semblante sombrío, llenaba la entrada del hotel, y un poder apenas reprimido irradiaba de su quietud. Al avanzar, el movimiento de sus músculos recordó más a un depredador que a un caballero.

Dios mío, pensó Bunny Chiba al observar que aquel hombre avanzaba a grandes pasos hacia ella a través del vestíbulo del recién construido Hotel Denver Queen. No puede tratarse de Armando Shields, el íntegro militar que el señor Edwards encontrópara que me llevara hasta mi hermano.

La súbita desilusión de Bunny no se evidenció en sus ojos color celeste o en su postura. No retrocedió ni un centímetro a pesar del súbito y frenético palpitar de su corazón. La Guerra de Secesión le había enseñado que cuando una mujer no podía correr o esconderse, debía quedarse en su sitio con tanta dignidad como pudiera...,además de ocultar una derringer de dos tiros en un bolsillo especial de su falda.

Saber que contaba con el frío peso del acero yaciendo entre los sedosos pliegues reconfortó a Bunny, igual que lo había hecho tantas veces en el pasado. Sosteniendo la pequeña arma, miró al desconocido moreno que se acercaba. Lo que vio de él a corta distancia no la tranquilizó en absoluto. Bajo la sombra del negro sombrero de alas anchas, una helada inteligencia observaba el mundo con ojos del color de azul.

-¿Señora Chiba?

Su voz era tan intensamente masculina como la barba incipiente y el bigote que, en vez de desdibujar, acentuaban las fuertes facciones de su rostro. Sin embargo, no era una voz áspera. Era profunda, suave, potente, como un río de medianoche fluyendo hacia un mar invisible. Una mujer podría ahogarse en esa oscura voz, en esos ojos azules, en el poder que se agitaba debajo de la controlada superficie del hombre.

-Sí, soy la señori... eh, la señora Chiba -dijo Bunny, sintiendo una oleada de calor enrojecer sus pómulos mientras pronunciaba la mentira. Su apellido sí era Chiba, pero no estaba casada-. ¿Viene usted a llevarme hasta el señor Shields?

La voz de Bunny sonó demasiado ronca, jadeante, pero no pudo evitarlo. Ya era difícil intentar que el aire pasara a través de la repentina estrechez de su garganta, cuando el impacto masculino del desconocido se derramó sobre ella en una marea oscura, apremiante.

-Yo soy Armando Shields.

Bunny se obligó a sonreír.

-Perdón, no lo he reconocido. Por la descripción del señor Edwards, esperaba a un caballero algo mayor. ¿Está él con usted?

Hubo un énfasis apenas perceptible en la palabra «caballero» que la mayoría de los hombres no hubieran notado, pero sí Armando Shields. Su boca se convirtió en una línea algo curvada que sólo una persona caritativa hubiera llamado sonrisa, mientras señalaba con el pulgar sobre su hombro.

-Fuera, en esas montañas, señora Chiba, un caballero tiene menos utilidad que un puñado de arena. Pero no espero que una buena dama sureña como usted lo comprenda. Todos sabemos la importancia que ustedes, los virginianos, dan a los modales elegantes. -Armando miró más allá de ella, hacia la ancha puerta situada en el fondo del vestíbulo-. La viuda Sorenson y Eddy nos esperan allí.

Un débil rubor se mostró bajo la pálida piel de Bunny, una combinación de vergüenza por su involuntaria rudeza hacia él, y cólera por el deliberado insulto que Armando le había dirigido. No había tenido la intención de ofenderlo con su descuidada lengua. El largo viaje desde su devastada granja de Virginia Occidental podía haber endurecido los músculos de sus cinco caballos árabes, pero había convertido su cerebro en pudín.

Bunny admitió con pesar que, en parte, merecía la pobre valoración que le demostraban los ojos color azules de Armando, ojos que en ese momento se demoraban con disimulado desprecio en sus ajustadas ropas. El vestido había sido hecho amedida para ella en 1862, antes de que la guerra hubiera destruido por completo las granjas de su familia junto con su fortuna. Cuando era nuevo, el vestido se había adaptado perfectamente al floreciente cuerpo de Bunny. Cuatro años más tarde, sus curvas se habían hecho más pronunciadas, pero el corte del vestido había permanecido igual. Como consecuencia, la seda gris azulada se estiraba sobre sus pechos y ceñía firmemente su cintura.

Solo Suya (1• Série Oeste)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora