Capítulo 1

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Llevaba un rato mirándola

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Llevaba un rato mirándola. Estaba quieta en la cinta, parada, lo que significaba que llevaba ahí la tira de horas. Definitivamente, la habían abandonado. Pasaban los minutos y ella y yo nos mirábamos con el rabillo del ojo; que nadie se diera cuenta de que a mí me causaba lástima y curiosidad, y de que ella quería venirse conmigo, me estaba mirando con ojillos llorosos. Que sí, que las maletas no tienen ojos, pero mi mente los recreó, se parecían a los del gato de Shrek, y qué leches, que se me estaba creando en el interior una necesidad de abrirla y descubrir qué llevaba dentro, que hasta se me aceleraba el corazón.También es cierto que en esos momentos no podía pensar con claridad, a mis espaldas pesaban siete maravillosos días de fiesta, sol, playa y turisteo con mis amigas por toda la isla de Tenerife; si el paraíso estaba en algún sitio, yo ya sabía dónde poner la chincheta. Dormir, habíamos dormido poco, en las últimas veinticuatro horas nada, para ser más exactos. Beber, bueno, quizá se nos había ido el tema un poco de las manos, el hecho de bajar una cuesta haciendo la croqueta, porque llegar abajo sobre nuestros pies haciendo eses no nos pareciera glamouroso, era una de las pruebas. Y a eso le sumábamos que llevaba tres días sin saber absolutamente nada de Aarón, mi novio. Podía jurar y perjurar que no le había dado motivos para ese silencio, repasé mensajes y llamadas por si en uno de esos momentos de borrachera se me hubiera soltado la lengua o el dedo. Nada, todo correcto. El tema era que yo le había escrito, como habíamos quedado, informándole de que ya había llegado a Barajas para que viniera a buscarme. Y allí llevaba yo la tira de horas, menos que la maleta, eso sí. Los mensajes los había leído. No los había contestado. Le había llamado y no lo había descolgado, tampoco devuelto las llamadas. Me propuse poner un tiempo límite porque a esas horas de la noche mi única opción para volver a Guadalajara era coger un taxi o un Uber, el transporte público era totalmente inexistente. Miré el reloj y me marqué un tope de dos minutos más, si no contestaba o aparecía por la puerta con un ramo de flores, ilusa yo en todo mi esplendor, me levantaría con paso decidido, iría directa hacia la maleta de color gris, la agarraría con firmeza y seguridad y saldría de la terminal directa a la parada de taxis. Estaba hecha papilla sentimentalmente, sabía que la actitud de Aarón tenía una explicación, pero yo necesitaba un chute, como cuando estás de bajón y quemas la tarjeta de crédito comprando cosas sin ton ni son, pues mi compra sería la maleta. Premio para la señorita. Algo llevaría, ¿no?Pasaron tres minutos y la maleta y yo seguíamos con nuestro juego de miradas, pero ninguna se movía. Me marqué otros dos minutos. Cinco minutos más tarde resoplé frustrada. Ni me atrevía a coger una maleta que no era mía ni tenía las suficientes agallas para volver a llamar a Aarón y pedirle explicaciones del motivo por el que me había dejado allí plantada, entre otras cosas. Saqué el móvil y busqué un perfil de Instagram que tenía frases motivadoras, de esas empoderadas. Dos, tres, cuatro..., diez frases después, me sentí más idiota todavía, ¿de verdad yo necesitaba leer frasecitas que ni rimaban para motivarme? Sí...«Si la espera se hace eterna, agárrala y arrástrala contigo».Que esa frase tuviera relación alguna con mi situación era pensar demasiado, pero analizándola mejor, llevaba horas esperando y la solución era tan sencilla como agarrar la maleta y largarme de allí. Me levanté decidida tirando de mi maleta de mano a colocarme frente a la pobre abandonada. Me planté delante de ella, respiré profundo y le susurré: —Vamos, preciosa, te vienes conmigo.Alargué la mano y agarré su asa. Un calor recorrió mi mano bajo una piel suave que me puso los pelos de punta. Una gran mano se posaba sobre la mía. La miré y caminé con los ojos todo su brazo, poco a poco hasta llegar a la cara del dueño de aquella prisión que atrapaba mi pequeña mano.¡Santa madre de Dios del amor hermoso!, ¿qué tipo de ser fantástico era aquel? Un hombre alto, fuerte, vestido con unos vaqueros, una camisa azul y una americana de pequeños cuadros en el mismo tono, adornado con una preciosa cara, fina con una barba recortada y muy bien cuidada, como de unos tres días, una nariz simplemente perfecta, un pelo castaño en el que daban ganas de enredar los dedos, rematando con unos ojos brillantes de una tonalidad incierta entre el verde y el marrón. No me acuerdo de cuántos minutos dediqué en el escáner, pero su gesto mutó de serio a divertido mostrando unos dientes maravillosos, pasando por una ceja enarcada de lo más seductora.—Ruego que me disculpe, señorita, creo que se ha equivocado de maleta. Esta es mía.«Buah, qué voz». ¿A ver si era verdad que ese tipo de tíos existían? Según iba transcurriendo el tiempo, más me convencía de que era modelo, no había otra opción.—Pues sí, te disculpo, porque el que está equivocado eres tú. Esa maleta es mía. —Apreté mis dedos en el asa y la bajé de la cinta transportadora—. Ahora me vas a disculpar tú, me tengo que ir.Le sonreí de forma sensual mientras él fruncía el ceño. Apretó su mano sobre la mía y soltó el aire de sus pulmones por la nariz de forma divertida.—No... Es mía. —Se pasó la otra mano por el pelo con unos aires muy supremos.«Uhhhh, vaya chulo...». «Delete, delete. Fuera sensaciones de la primera impresión. Chulos engreídos, no. Lejos de mí». —Vale, podemos pasar las horas que creas necesarias como una parejita de enamorados —abrió los ojos con curiosidad—, cuelga tú, no, cuelga tú, nooo, cuelga tú... El resultado será el que es, que la maleta es mía y me la llevo a mi casa. Venga y que se noten esas clases de artes escénicas del instituto, esa optativa que te coges sabiendo que la apruebas sin estudiar. Rio a carcajadas sin separar su mirada de la mía, era intensa.—Vamos a ver, señorita, no tengo tiempo suficiente para representar tal drama, tras aterrizar mi vuelo he tenido que atender unos temas personales que me han retrasado demasiado la recogida de mi maleta, quizá eso le haya dado a entender que está en pleno derecho de apropiarse de un bien privado que no le corresponde, un hecho que puede catalogarse como hurto. —Sonrió de medio lado—. Podría explicarle la situación a la policía, aunque es posible que eso nos lleve mucho más tiempo y alguna que otra consecuencia para usted que, sospecho, desconoce. Voy a serle sincero, estoy extremadamente cansado y me gustaría evitar ese trámite.Hablaba demasiado bien, modelo no podía ser. Descartaba modelo. Quizá un cayetano empresario. O un abogado... ¡Oh, no!, un juez... En ese momento sentí que mi sangre se evaporaba de mi cuerpo y toda yo perdía fuerza. Mi mano soltó el agarre y él aprovechó para salir disparado de allí arrastrando su maleta. «Espera un momento... Este es un listo que se quiere quedar con la maleta...».—Oye, espera, ¿dónde vas? —Corrí tras él hasta alcanzarlo. Me costó seguir su ritmo, mientras él daba una zancada yo tenía que dar dos—. Ey, no me ignores. ¿Cómo sé que esa maleta es tuya?—Con esa pregunta ya me confirma que suya no es, por lo tanto, despreocúpese, no es asunto suyo.—Deja de hablarme de usted, me haces sentir de otra época.Se paró en seco y me miró fijamente.—Muy bien, señorita, deja de hacer el tonto y vete a casa. Esta maleta no es suya, tuya —rectificó—, no solo puedo asegurar que es mía, sino que lo puedo demostrar, puesto que mis pertenencias están dentro. —Veámoslo.—No creo que sea necesario enseñarte mis cosas personales. —O sí, no me voy a asustar por ver unos cuantos calzoncillos.—O sí —aseguró.—Entonces esto se arregla rápido —me di la vuelta—, voy a avisar a la policía.—Perfecto, aquí espero.La seguridad con la que lo dijo me hizo recapacitar. Quizá sí era suya, vamos, que seguro que era suya. Si llamaba a la policía me acusarían de apropiación indebida y todo se complicaría demasiado.—Vale —levanté las manos a modo de rendición—, te creo.Afirmó con la cabeza y salió de la terminal camino del parking. Me quedé en la acera paralizada analizando mi situación... Estaba peor que antes, Aarón seguía sin venir y ahora tenía una maleta menos, porque en mi mente llevaba horas en mi posesión. Era casi la una de la mañana y aún dudaba si coger un taxi o un Uber; el taxi me iba a costar más de 70 €, a lo que habría que sumarle la tarifa nocturna. Me senté en la acera y volví a llamar a mi novio. ¿Respuesta?, ninguna. Metí la cabeza entre las piernas y resoplé. Mi mente comenzaba a montarse una película de cuernos y engaños por parte de Aarón. Pero es que era imposible, me amaba mucho. Y yo a él.—No sé a dónde vas y seguramente no compartiremos destino, pero me veo en la obligación de preguntarte, porque te veo un tanto perdida —preguntó el tipo guapo mirándome erguido. Parecía aún más alto.—A Guadalajara —contesté desganada— y, sí, seguramente no compartimos destino.—Estás de suerte. —Lo miré levantando una ceja—. De verdad, no es una broma. No sé qué te pasa, pero tengo la sensación de que necesitas ayuda. Yo te acerco.—Sí, claro, y voy y me creo que tú vas a Guadalajara, qué casualidad, y no tienes otra cosa mejor que hacer que llevarme, sin pedir nada a cambio.—Vale, lo he intentado. Que sea leve la espera y el coste del trayecto.Cruzó la acera y salí corriendo detrás de él. —Venga, pongamos que me fío de ti y acepto tu invitación. ¿Qué me pides a cambio?—Sexo.—¡Qué! ¡¿Estás loco?! —Me paré en seco.—Es broma. No quiero sexo, solo quiero llegar a casa y dormir. Mi única condición es que estés lo más callada posible. —No me moví del sitio. Suspiró y se pasó la mano por la cara—. Perdona, ha sido una broma de mal gusto. Por alguna extraña razón no soy capaz de dejarte aquí en la calle, en la terminal y sin un alma en pena a nuestro alrededor. Esa es la única razón por la que insisto en acercarte a casa.—Entonces no vas a Guadalajara, solo vas hasta allí aposta, para sentirte bien, el buen samaritano.—No... —dijo con cansancio—, voy a Guadalajara, de verdad. —Avanzó unos metros y volvió a girarse—. Yo ya te lo he ofrecido varias veces, no me gusta repetir las cosas, si prefieres quedarte ahí, me parece perfecto.Se encaminó de nuevo hacia el parking. A los pocos segundos reaccioné y lo seguí sin pensar demasiado. Andaba rápido y me costaba alcanzarlo, la imagen era surrealista, parecíamos un niño, yo, corriendo detrás de su padre, él, hasta llegar a atraparlo. Dimos varias vueltas al aparcamiento sin que él se decidiera por ninguno de los coches allí aparcados.—¿A qué jugamos? —pregunté con ironía.—Me han dado las llaves, pero no sé cuál es el coche. —¿Y la matrícula del coche?—Sí, la tenía en el móvil, pero lo tengo apagado sin batería. Sé que es un Audi negro.—Muy previsor tú, sí. Audis negros... —miré alrededor—, naaaadaaa, casi no hay ninguno. —Había varios salpicados en varias filas. Silbé—. Dame las llaves del coche —le obligué quitándoselas de la mano—. Esto es muy sencillo, yo he perdido el coche en los centros comerciales día sí y día también. Solo hay que andar dándole de vez en cuando al botón, llegará un punto en que lo encontraremos.Caminé a paso rápido, sentí su sorpresa, pero oí las ruedas de la maleta que había sido mía durante unas horas. Cruzamos cuatro pasillos sin éxito alguno, por más que apretaba el botón de abrir, allí no lucía ningún coche. Me cogió del brazo con delicadeza y me obligó a pararme. Cerró los ojos e inspiró lentamente. Me fijé en cada uno de sus movimientos, dejando a un lado mi percepción de chulo, el chico era guapo, muy guapo. Y no parecía tan mala persona si se había ofrecido a llevarme a casa y no dejarme tirada en el aeropuerto, como había hecho mi novio.—Dame las llaves, ya me encargo yo, ¿vale?Coloqué el llavero entre mis dedos y lo dejé colgando en el aire. Su mano rozó la mía desprendiendo el mismo calor que la primera vez que había notado su contacto. Afirmó conforme con la cabeza y caminó con seguridad dos pasillos más hasta que unos intermitentes se encendieron.—Guauuu, este no es cualquier Audi. —Silbé escandalosamente. Se dirigió al maletero mientras yo examinaba el coche, metió su maleta, se acercó a mí, cogió la mía, la metió y entró en el coche—. Este coche es nuevo... muy nuevo... —Abrí la puerta del copiloto y entré—. Huele a recién salido del concesionario. ¿Cómo has conseguido este coche?—Es alquilado —contestó acercándose a mí para coger algo de la guantera.En ese momento me vino una tenue ráfaga de perfume que me hizo cerrar los ojos y disfrutar del aroma. Olía a hombre.—No sé por qué, pero este no parece un coche de alquiler. Pon el GPS para llegar a Guadalajara.—No creo que haga falta, se siguen las indicaciones de los carteles y llegamos sin problema.—Que no, que pongas el GPS, como nos perdamos llegamos mañana —dije poniendo la dirección de mi casa; me permití esa licencia, sí.—Qué exagerada... Ponte el cinturón, por favor.En mi mente le remedé, y me quedó genial, pero no me atreví a hacerlo en alto. Saqué mi móvil para informar a Aarón de que ya estaba de camino a Guadalajara. Ese mensaje ni lo llegó a leer. Claro, si es que eran las tantas de la madrugada de un lunes, estaría durmiendo.—¿De dónde venías? —le pregunté guardando el móvil mientras el coche ya se adentraba en las circunvalaciones del aeropuerto.—De Segovia —contestó concentrado en la carretera.—Ya te digo yo que de Segovia no venías, no sé por qué me mientes.Frunció el ceño, miró el GPS y me omitió.—Manténgase en el carril derecho, manténgase en el carril derecho e incorpórese a la autopista —decía la voz enlatada.—Tu vuelo venía de otro sitio, más que nada porque en Segovia no hay aeropuerto, y sería un poco estúpido llegar a Barajas, irte a Segovia sin coger tu maleta...—Manténgase a la derecha y después manténgase a la izquierda.—... y volver de Segovia a coger una maleta que llevaba ahí olvidada por lo menos tres horas.Volvió a fruncir el ceño sin contestarme.—Además, sé de dónde venías porque ponía el vuelo en la pantalla que hay encima de las cintas transportadoras. Pero, oye, que me quieres mentir estúpidamente, pues hazlo, como no soy tonta, no cuela.—Recalculando.—Mierda, nos hemos equivocado —gruñó.—No, no, te has equivocado tú, que no es tan difícil seguir las indicaciones, macho. —Giró su cabeza y me miró serio—. ¿Es que tanto te cuesta ver que era por la otra? Ahora vamos camino de Madrid —comencé a elevar la voz—. Hala, a dar vueltas por las M40, M30, M45 y su puta madre. Vamos a llegar a las mil. —Me miró escandalizado arrugando la boca—. ¿Quieres dejar de mirarme y fijarte en la carretera, que aún nos la damos? —Pero si es que no paras de hablar, te he dicho que la condición para que te llevara a Guadalajara era que no hablaras, y no paras. —Suspiró cogiendo aire relajando el gesto.—Vale, esto es sencillo, ¿no decías que con mirar los cartelitos te valdría? Pues hazlo, busca el avioncito —lo vi sonreír disimuladamente— y «Zaragoza», evita la R2 si no quieres pagar. Y ya está, no es tan difícil, de verdad.Decidí mantener mi boca cerrada por unos minutos, si se volvía a equivocar no podría echarme la culpa a mí. Saqué el móvil y trasteé por los diferentes grupos. El de mis amigas estaba muerto, como las integrantes, llevaba horas sin una actualización. Pensé en contarles mi viaje junto a un guapo buenorro que me llevaba en un coche de lujo. Cualquier parecido con una novela romántica era pura coincidencia. Pero no lo iban a leer en ese momento y cuando lo hicieran me tacharían de trolera. No sé cuánto tiempo pasó, alcé la vista y reconocí la A2. En media hora, como mucho, estaría entrando por la puerta de casa.—¿Acostumbras a hacer esto? —me sorprendió.—¿Qué cosas?—A robar maletas ajenas.—No, realmente nunca lo he hecho. Estaba esperando a que mi novio me dijera si venía a buscarme y la vi tan sola que pensé que para que se la quedara el aeropuerto, la metieran en una salita y se olvidaran de ella, mejor me la llevaba yo. Una vez una amiga se llevó una olvidada, estaba llena de juguetes sexuales. La tía los vendió y se sacó una pasta.—Suena a mentira. ¿Te contestó finalmente tu novio?—No, pero es un tema que a ti no te importa porque no nos conocemos de nada.—Pues para no conocernos de nada no has dudado demasiado en meterte en mi coche y creerte que te voy a llevar a casa. Podría ser un violador, o algo peor, que te esté llevando a un sitio donde hacer contigo lo que quiera.El miedo comenzó a recorrerme el cuerpo y tragué el nudo que se me estaba haciendo.—¿Eres un depredador sexual? —pregunté con la voz temblorosa. Negó con la cabeza—. ¿Y cómo me creo yo eso ahora? —Volvió a negar—. Para el coche que me bajo. ¡Para el coche!—¿Cómo voy a parar el coche? ¿Estás loca? —¡¡No me llames loca!!Me miró contrariado y se pasó la mano por la cara.—Vamos a ver, si paro ahora el coche y te bajas aquí en medio de la autovía, piensa todas las posibilidades de lo que te podría pasar. Yo no soy ningún violador, te lo aseguro, pero quién sabe lo que te espera a las dos de la mañana ahí fuera.—Y si no eres ningún violador, ¿por qué lo has dicho?—Para que te dieras cuenta de que has sido muy insensata, has tomado una decisión que te ha salido bien, pero ¿y si hubiera salido mal? No te lo has llegado a plantear. Para próximas veces, por favor, analiza todas las opciones.—Deja de hablarme como si fueras mi padre.—No..., no te hablo como tal, sino como un hombre que sabe lo que hay ahí fuera, solo te prevengo. En realidad, es posible que te haya salvado la vida.—¡Oh!, ¡qué suerte la mía! Mi salvadoooorrr —canturreé—. Pues ahora estoy acojonada, porque no me creo que no seas un violador. Subí los pies al asiento y me hice una bola abrazando mis rodillas.—Te he dicho que no lo soy, y te recuerdo que, además, has cometido otra insensatez. —Lo miré interrogante—. Has puesto la dirección de tu casa en el GPS de mi coche. Ahora sé dónde vives. Información valiosísima para un violador, secuestrador o asesino. ¡Y te repito que yo no lo soy! —levantó la voz al ver mi cara de pánico.Pasamos muchos minutos en silencio, yo seguía encogida en el asiento protegiéndome, realmente, de mí misma, porque era consciente de que ninguna de las decisiones que había tomado desde que había aterrizado en la península había sido acertada, ninguna.—Me llamo Adrien —pronunció con un acento muy francés.—¿Adrián? —No, Adrien, con la «r» francesa y dejando una «a» abierta al final.Intenté pronunciarlo varias veces sin éxito. Cada vez que yo lo pronunciaba mal, él me corregía, pero esa «r» rara no había forma de pronunciarla.—Déjalo, Adrián; además, tiene más sonoridad. Suena con fuerza. —Lo vi reír y asentir—. ¿Por qué en francés?—Mi madre es francesa y quiso que así fuera.—Yo me llamo Chiara.—Muy bonito. ¿Tu madre es italiana?—No —reí—, mi madre quería llamarme Clara, pero mi padre hizo la gracia de Heidi y decidió cogerlo prestado del italiano. Simple, sin remilgos.Lo volví a ver reír. Tenía la faz tranquila, fija en la carretera. Decidí examinarlo de nuevo. Tenía los brazos fuertes, me dieron ganas de llevar mis manos a ellos y apretar los dedos, pero entonces la acosadora sería yo, y no estaba el horno para bollos. Desprendía morbo, para qué negarlo, cogía el volante con una suavidad que hipnotizaba, pestañeaba con delicadeza. Era tan guapo...—Ya hemos llegado —dijo casi en un susurro mirándome fijamente.Asentí. Me sentía tranquila como hacía tiempo no lo estaba, como si hubiera salido de un masaje relajante. Bajó del coche y sacó mi maleta. Se apoyó en el coche y me volvió a mirar a los ojos.—Esta no es mi casa, vivo por aquí, pero no en ese portal. Vamos, que no te molestes en venir a buscarme porque no me vas a encontrar. —Asentía casi de forma imperceptible—. Gracias.—De nada. Has llegado sana y salva. —Sonrió.—Sí —sonreí—, gracias, de verdad. Me acerqué a darle dos besos a modo de despedida. Se extrañó, pero no se negó. Su piel era suave, la barba no pinchaba. Una mezcla del perfume junto a su olor corporal me invadió. Olía extremadamente bien.—Si te quedas por esta ciudad, seguramente nos veremos en un futuro, es pequeña y todos terminamos en los mismos sitios —comenté.Me di la vuelta yendo hacia un portal que no era el mío.—Ha sido un placer, Chiara.Sonreí sin que me viera. Sí, lo había sido. Le oí cerrar la puerta del coche y arrancar. Volví sobre mis pies camino de mi portal. Cuando llegué a casa me apoyé en la puerta y suspiré. Aún olía a mi abuela. Hacía tiempo que ella ya no estaba, pero me había negado a pintar la casa para no perder su aroma. Ese aroma que me anclaba a la realidad y me recordaba que ese era mi hogar.

Objetivo: tocar tu pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora