The moon.

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(Pequeña narración)


Era una noche típica de Diciembre, el frío se colaba por las ventanas viejas, se escuchaban golpeteos y algún que otro suave susurro del viento.

La joven Lucía estaba asustada, se cubría con una manta mientras se decía así misma que no ocurría nada, que sólo era el mal temporal y que no debía temer a nada.

La luna llena iluminaba de forma tenue su habitación, dejando así que las sombras de los árboles se hicieran presentes.

El sonido del reloj de cuco no ayudaba, pues la imaginación puede ser el peor enemigo de un niño y, a la pequeña Lucía le estaba jugando una mala pasada.

Tras intentar ser valiente, se rindió y, tratando de no hacer ruido, ¡no quería despertar a los monstruos!, se coló en la habitación de sus padres.

Se acurrucó junto a ellos y durmió tranquila, sin miedo, sola, sin figuras terroríficas que intimidasen a la dulce niña.

O eso es lo que ella pensaba.


*****


La luna era redonda, perfecta, blanca. Se burlaba de los inocentes y tentaba a los pecadores.

Mas, había un reducido grupo que despreciaba la luna llena, pues, la magia de esta, complementaba y recordaba a los pobres castigados a que no se debe desafiarla.

Tan bonita y tan pura, la luna era como las sirenas; hermosa, invitaba al pecado, te hipnotizaba por completo, pero todo tiene un precio, el precio del dolor, el sufrimiento, del desconsuelo.

Mal para algunos, entre ellos, el joven Walk. Su tortura comenzaba a las diez en punto de la noche, cuando la manecilla de los relojes tienden a colocarse en posición, una vez al mes, concordando con el círculo lunar: la transformación comienza a su paso.

Cae de rodillas y una fuerza superior hace esfuerzos por salir a flote. Walk, se resiste. Cuando el se torna en esta clase de monstruo, todo rastro de humanidad, piedad y compasión desaparecen.

¡Él no quería eso!

Siente como los huesos de las piernas se quiebran, de golpe, sin previo aviso, logrando que el joven lobo suelte un aullido lo suficientemente alto como para acobardar a un sordo.

La sangre cubría el pelaje de Adam, así se llamaba el desgraciado muchacho. Sus dientes tan afilados como cuchillos y, sus ojos tornados en un color dorado, impuro y sucio, dejaban claro que, la transformación, se había cumplido.

Olfateaba el miedo, tenía hambre y sed de venganza.

Ellos, los humanos, le habían condenado.


*****


Escuchó un fuerte grito, como si el de un animal se tratase, pero no era un animal común, era el de un lobo; potente, ruidoso y maligno.

Las leyendas decían que, con la luna llena, los seres mágicos aparecían, buscaban una presa y, desaparecían junto a ella, hasta el mes siguiente.

Era un círculo vicioso del que ninguno estaba a salvo. Todos corrían el mismo peligro, todos tenían la misma posibilidad de sufrir.

Pero, eso, eran solo leyendas urbanas para no dormir.

Lucía volvió a oír ese siniestro sonido, más cerca de donde ella se encontraba.

¿Acaso sus padres no oían el ruido?

Miró hacia los lados, su padre seguía dormido, al igual que su madre. ¿Se estaba volviendo loca?

Otro aullido. El viento volvía a hacer de las suyas; voces, pequeños murmullos, próximos a la pequeña.

Su corazón latía con fuerza, las lágrimas surgían de sus ojos y se regodeaban de sus temores. No se veía en un espejo, no obstante estaba segura de que su piel se divisaba pálido, más que pálido, casi sin vida. Tiritaba y no solo de frío.

Tapó sus oídos con sus manos cuando un último bramido se sintió en la habitación.

Cerró los ojos y se repitió así misma que era una pesadilla, nada de aquello era real.

No sabía cuanto tiempo pasó así, pues no abrió los ojos hasta que amaneció completamente.

Los pasos de su madre espabilaron a Lucía a recomponerse.

—Cariño. -la melodiosa voz de la mujer llamó a su hija.- Tengo que salir un momento. Papá ha ido a por leña, volverá en un rato. Si necesitas algo, llámanos.

Asintió. Estaba tranquila, todo había sido una pesadilla.

Tras despedirse de su madre, regresó a su habitación. Decidió tomar una ducha, así se soltaría de los nudos que aún permanecían junto a ella.

Entró al cuarto de baño, sólo había uno en la casa. Miró al espejo cuyo marco era bronce y, lo vio; un joven, moreno, apenas vestido y ensangrentado. Tenía tatuajes y una sonrisa vil en su rostro. Pero, lo que realmente aterró a Lucía, fueron sus ojos, esos ojos dorados, que no le quitaban la vista de encima.

Intentó correr, mas él fue más rápido.

Atrapó e inmovilizó a la pequeña Lucía y, en su oído susurró:

—Te tengo.


Welcome to my little hades.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora