—Estamos buscando en el sitio equivocado.
Nyathera chasqueó la lengua mientras continuaba observando con sus ojos azules los volúmenes que había en la biblioteca. Su cabello largo y negro permanecía fuera de su rostro gracias a la coleta alta que llevaba. No quería seguir escuchando a Daithi, todo eran pegas.
—Estamos buscando en el sitio correcto. Ahora, cállate —le espetó mientras seguía buscando.
Maldijo la hora en que le pidió ayuda. Aunque, ahora lo que pensaba, en realidad nunca le pidió ayuda, sino que se ofreció él. Nyathera frunció el ceño y fue sacando libros, uno a uno, mientras intentaba buscar el grimorio.
—Durassard, aquí no está —se quejó Daithi, sentándose en el suelo y apoyando la espalda en una de las estanterías—. ¿Quién, en su sano juicio, dejaría un libro en un museo? Es demasiado estúpido hasta para ti.
—Orbflame... Cállate, en serio.
¡Qué pena que no tuviera a mano ningún hechizo silenciador! Como mucho podía echar mano de algún hechizo de agua, pero en el museo, con tantas piezas delicadas, prefería no arriesgarse.
—Solo estoy señalando lo evidente. Además, ¿para qué quieres ese grimorio? Tú ya tienes tus poderes, no necesitas ninguno más —Y quizás le hubiera dado la razón si no fuera porque era una misión de la cabeza visible del aquelarre—. A menos que haya algo que no me quieras contar, en cuyo caso, me parece muy feo teniendo en cuenta que somos compañeros de clase.
Nyathera agitó los dedos en el aire y creó una gran burbuja de agua que le lanzó a Daithi, atrapándole la cabeza en ella. El chico abrió sus ojos castaños, asombrado, y comenzó a boquear dentro de la propia burbuja, empezando a faltarle el aire.
—Si cierras el pico y me ayudas a buscar, te libero —le dijo con una sonrisa macabra, el brillo de la maldad brillándole en los iris azules—. Tic, tac, Orbflame. El oxígeno se acaba.
Daithi asintió varias veces y Nyathera chasqueó nuevamente los dedos, deshaciendo la burbuja de agua y empapándole la ropa. Los cabellos pelirrojos, casi anaranjados, del chico, caían sobre su frente y ojos, ocultando su mirada de odio.
—Andando.
Una sonrisa de superioridad se formó en su rostro, girándolo para que Daithi no lo viera. Pero el gruñido que se escapó de la garganta del chico, bastó para hacerle saber que lo había visto, perfectamente. Eso solo le hacía celebrar aún más su victoria.
—¿Puedes decirme para qué buscas el grimorio de Nerelai?
—El grimorio de Nerelet, no Nerelai —le corrigió Nyathera antes de seguir buscando, pero estaba siendo imposible. No había ni rastro del grimorio. Solo libros sin importancia, pergaminos de alguna excavación y sin ningún valor mágico para ellos.
Daithi miró por encima de las mesas algo que pudiera servirle, pero su expresión aburrida bastaba para saber cuál era su estado mental. Por el contrario, cogió una caja de madera con tallas intrincadas y barnizada con un delicado lacado negro. La giró en varias direcciones antes de abrirla. Dentro, había un pequeño colgante con un nudo Dara en oro.