Prólogo.

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Ya sabéis cuál es mi pregunta...

¿Alguna vez habéis tenido un amor imposible?

No hablo de que estáis colados por alguien y que sus sentimientos no son recíprocos.

Hablo de ese momento en el que encontráis a esa persona con la que encajáis tan bien que os levantáis pensando en ella, os acostáis con sus mensajes y donde simplemente todo funciona.

La veis y no hay manera de quitaros la sonrisa de los labios, escucháis su voz y las mariposas no paran de volar pero... simplemente no podéis estar juntos.

Después de mi última relación hemos vuelto a retomar el contacto. Es esa persona que conoces por las redes sociales, hablan todos los días, pero nunca se han llegado a ver, y aún así existe un amor y un cariño como nunca lo has sentido.

Los días resultaban cortos con sus mensajes y cuando escuchaba su voz, no paraba de volver a ponerme sus audios para poder sentirlo más cercano. Le mostraba todo lo que pasaba en mi vida, le escribía a todas horas, dándole siempre los buenos días y las buenas noches.

Nunca conseguí verle la cara del todo.

Sus ojos los escondía tras unas gafas de sol de piloto las cuales llevaba incluso de noche, y aún así sentía que lo conocía de toda la vida.

Los fines de semana me empezaba a sorprender con llamadas a las y tantas de la mañana, que llegaban a surgir porque volvía a su casa después de haber salido la noche anterior y quería que su camino de vuelta fuera más ameno hablando conmigo.

Esperaba ansiosa toda la semana para poder recibir esas llamadas, por muy cansada que estuviera de apenas haber dormido. Me daba la vida.

«¿Eres mi novia Hayden?» me preguntó entre esa pequeña risita que le sale cuando va algo borracho. Eran las 6 y pico de la mañana, y me desperté con el sonido de su llamada. Desde la primera vez que me llamó siempre me dormía con el móvil en sonido para no perderme ninguna de sus llamadas. Esa pregunta me llenó de calor que subió hasta mis mejillas.

«¿Quieres que lo sea?» fue mi respuesta.
«Por supuesto!»
«No lo dices en serio» dije con tono triste. Y aunque lo dijera en serio, luego me recordaba que no podríamos estar juntos porque yo vivía en una isla a 3 horas en avión y él en la península.

Si me dijera de tener una relación a distancia, no dudaría ni un segundo en decirle que sí. Estaba segurísima.

Desgraciadamente él no pensaba igual.

«No puede ser, estás muy lejos» me soltó con un tono tan bajo que apenas se escuchaba.

«Estar a tres horas en avión no es estar lejos...» y era verdad. Hay parejas e incluso matrimonios que se encontraban más lejos aún el uno del otro y lo hacían funcionar. Pero él tenía miedo. Miedo a no poder estar tanto tiempo juntos como quisiéramos, de no poder cogernos de la mano cuanto queramos, y de que se nos rompa el corazón cada vez que tocaba despedirnos en el aeropuerto.

Yo aceptaba ese riesgo, con tal de poderlo llamar "mi novio".

«Si llegas a ser de Madrid...» eso me lo decía siempre, y siempre en el mismo tono de tristeza que me hacía soltar una lágrima. Me mantuve en silencio unos segundos mientras él dejaba nuestra videollamada apoyada en un muro y se encendía un cigarro. Me observaba tras esas gafas de sol tan oscuras que no llegaba a ver sus ojos. Los adoraba, y él lo sabía.

Me tomó por sorpresa el día que acepté la videollamada y sus ojos oscuros como la noche me miraban tras sus gafas de vista. Vestía con ropa cómoda de casa, y su pequeña sonrisa malévola me saludaba tras esa barba abundante que tiene. Me sentí halagada incluso por poder verlo así, sin su "atuendo".

"Querido diario.."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora