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Kim Theerapanyakul

Usualmente, la palabra "renuncio" es utilizada para finalizar algo. Irónicamente, aquel término significaría el comienzo para verme involucrado entre un aroma a flores, una sonrisa cálida y unos suaves labios.

Algo para lo que un ser de corazón frío como yo, no estaba preparado.

—... y por eso renuncio —horrorizado, escuché atentamente cada palabra de la persona al otro lado del teléfono.

Esto era malo.

Muy malo.

—¿Renunciar? —pregunté confundido después de unos minutos en silencio tratando de procesar todo—. Pero señora Jaideen, sabe que no tengo otra persona para cuidar de Sunn.

—Lo sé, por eso le dije que se encargará de buscar un reemplazo por si llegaba a ocurrir una situación de emergencia como esta, pero solo se ha negado a contratar a otra persona —me regaño la mujer a través de la línea telefónica.

—No confío en nadie más que usted para cuidar de ella —confesé con enojo mientras sobaba mis sienes. Era temprano por la mañana y mi cabeza ya estaba a punto de estallar por el estrés— no puede renunciar justamente cuando acabo de retomar mi puesto en la empresa —explique intentando que recuperara la razón.

—Lo siento, señor Kim. Amo cuidar de Sunn y sé que lo estoy poniendo en una situación difícil, pero, ahora, mi hija también me necesita —hablo con angustia y yo maldije al idiota imprudente que ocasionó el accidente que la mando al hospital—. Además, solo me estoy yendo temporalmente —agregó.

—¿Temporalmente? Bueno, eso debió aclararlo antes. Casi provoca que me dé un infarto —exprese mi frustración mientras la preocupación abandonaba mi cuerpo— ¿Por cuánto tiempo? —pregunte con incertidumbre.

—Tres meses. Solo encarguese de buscar a alguien que me supla —respondió como si me estuviera pidiendo que hiciera una taza de té.

¿Buscar un reemplazo temporal?.

Eso sería un gran problema.

¿Tendría que acudir a una persona totalmente desconocida?

Definitivamente no.

Sacudí mi cabeza alejando las múltiples dudas por las que debía negarme, pero en el fondo sabía que no tenía otra opción si quería conservar a Jaideen.

—Bueno, puedo hacer eso hasta que su situación se resuelva —cedi finalmente a pesar de que la idea me desagradaba totalmente— ¿Vendrá hoy?.

—No, anoche salí de Bangkok —confesó con pena.

—Está bien. Cuide de su hija, más tarde pásame la factura del hospital, la pagaré por usted —me ofrecí amablemente. Después de todo ella me había estado ayudando sin ninguna queja, era justo que yo hiciera lo mismo.

—Gracias señor Kim, usted tiene un buen corazón —agradeció con sinceridad.

—Me halaga, pero no le pagaré los días que esté ausente —aclaré mientras colgaba.

Pensativo, coloqué mi celular en la mesita de noche, abandoné la calidez de mis sábanas y me acerqué con cuidado a la bonita cuna dónde se encontraba el pequeño gran motivo que me mantenía vivo.

Sunn, mi hija.

A pesar de que llegó a mis brazos en un frío invierno, recibirla en mi vida fue como dejar entrar la calidez por primera vez a mi corazón. Mi bebé era mi prioridad, mi todo y la razón por la que destruiría el mundo si algo malo le sucediera.

SunflowersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora