Pánico

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La mañana del martes no volvió a ver a Quackity en la parada. Aunque quiso ver esto como algo bueno y positivo se sentía en parte desanimado con la idea de que su encuentro fuera solo una fática coincidencia.

Podría decir que esto no le importaba, que no hacía alguna diferencia. Pero Luzu nunca había sido bueno mintiéndose a sí mismo.

Le importa. Y mucho.

Tanto que ni siquiera había tenido el valor de ir a casa de Quackity. Estaba pensando demasiado y una sensación le golpeaba con fuerza no tener la presencia de Joaquín tiene el autobús.

Esa extraña sensación que robo su atención todo el día, que ni siquiera había pensar en su pregunta sin responder.

Aquel bote seguía en la mochila de Luzu esperando que este reuniera el coraje de tocar la puerta. Pero todo incluso se hacía peor al recordar que las galletas habían sido preparadas por Quackity. Siendo otro motivo para colapsar la mente de Luzu y dejarlo fuera de servicio.

Era algo tarde cuándo llegó esa noche a su casa. Había quedado atrapado en si oficina minutos extras por culpa de algunos compañeros que se acercaban tratando de sacarle platica. No le molestaba, de echo, le era agradable conversar con ellos. Solo que sus respuestas a veces no eran del todo "amables".

Fuera de eso, todo había transcurrido con normalidad, algo raro en los últimos días. O bueno, casi todo, pues los constantes mensajes de Vegeta que consistían en "En verdad iras?", su día dejaba de ser pleno.

Amaba a su amigo, pero había ser un pequeño fastidio cuando quería.

Primero, Luzu trato de entender la perspectiva de su amigo, quien había estado trabajando desde la fundación de ese proyecto. Aunque no ganará nada aparte de un par de sonrisas y agradecimientos por parte de extraños, se había mostrado especialmente entusiasmado por ello.

"Aunque no es algo que haya creado, lo siento cómo si lo fuera", recordó las palabras que alguna vez le dijo.

Todo lo que Luzu sabía acerca de aquel proyecto era que estaba enfocado en enseñar danza de forma gratuita, que había sido fundada por un maestro de baile que le gusta la caridad, que las clases era dos veces a la semana con grupos y estilos de baile distintos. Si, toda la información la obtuvo de Google. Ya que sería instructor sustituto tuvo que informarse.

Para ser sincero, no le emocionaba ayudar. Pero eso no le convertía en una persona mala, a decir verdad; él era demasiado bueno. Era solo que no sentía la misma conexión que Vegetta sentía con ese proyecto.

Le gustaba bailar y le gustaba ayudar, pero no sentía alguna emoción latente por ese proyecto. Pesé a todo, era Incapaz de negarse.

No solo porque le debía favores a su amigo ( que por cierto eran bastantes), sino porque en verdad quería hacer algo especial por Vegetta, quien había estado a su lado durante tantos años. Le era reconfortante el saber que algo tan simple como sustituirlo algunas clases lo ponía tan feliz.

Con un suspiro bajo el teléfono, y trató de divisar su teléfono.

Sin embargo, al otro lado de la calle algo captó su atención.

Río un poco por esa especie de conexión, apenas pensó en él y Vegetta aparecía justo enfrente suyo.

Luzu se levantó de su asiento mientras veía a su amigo cruzar la calle. Fue cuestión de segundos para que estuvieran cerca uno del otro.

Luzu enarcó una ceja con una mezcla de confusión y curiosidad. Pues por la hora que era, Vegetta debería estar en el aeropuerto.

— ¿Qué haces aquí? —

Titi me preguntóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora