¿Dónde quedaron esas copas rotas de las que bebíamos
el vino barato que por facilidad comprábamos?
Aquel que nos pintaba los labios de un rojo tan peligroso
que por perder el tiempo hacia que subiera el deseo
y nuestra mente perturbada e interior ambicioso
difuminaban con un mentiroso beso digno de un museo.
Nuestras risas transformadas en respiraciones entrecortadas,
que agradecian que la cama no rechinara,
porque las paredes de papel parecían pintadas;
y así, sin miedo, permitía que el calor de ambos cuerpos se mezclara.
¿Dónde quedó ese vino amargo
que hizo que por primera vez sintiera algo?