Prólogo

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Adiós.
Al pronunciar esa palabra, Caroline sintió un enorme vacío en su interior. Algo le acababa de ser arrebatado. Un poco de su vida, de su energía existencial se había marchado junto con ese adiós.
Caroline caminó por horas, tratando de no pensar en lo que estaba pasando. Se recostó en un banco de algún parque que apareció en su camino y trató de dormir.
Caroline recordó todas aquellas despedidas que antes experimentó con él. Pero ninguna la había hecho sentir de esa manera.
-No me ha quedado nada- dijo para sí misma. Y entonces, como si sus lágrimas la hubiesen llamado, la lluvia llegó. Sintió las gotas recorriendo su cuerpo, cada vez con más intensidad, cerró los ojos y durmió.
Cuando abrió los ojos había un chico a suclado, con una manta de franela, cubriéndola con ternura. Caroline sintió que lo conocía pero en ese momento su memoria le fallaba, así que sólo agradeció el gesto y dijo:
-Apuesto a que te preguntas qué hago recostada en un parque durante plena lluvia.
-Naturalmente -respondió el chico- Pero no necesito saberlo.
-Gracias por ayudarme. No soy una indigente, sólo que por el momento no tengo un lugar donde quedarme. Vine aquí buscando algo que creí que me pertenecía, pero ahora veo que nunca fue mío.
Entonces Caroline, dejando la manta sobre el asiento, dio de nuevo las gracias al muchacho oportuno y se fue.
-¡Espera! -exclamó el desconocido.
Y deteniéndola por el brazo con amabilidad, dijo:
-Me gustaría escuchar tu historia. Ya es tarde y no alcanzarás el autobús. Sé que sonará atrevido, pero por favor, tómalo de la mejor manera. Ven a mi casa. Es mejor que pasar la noche en la intemperie.
Caroline duró unos minutos en silencio. Sabía que lo más prudente era rechazar el ofrecimiento de aquel hombre y dormir dentro de la estación, pero sentía que lo conocía de algún lugar y confiaba en él.
-Bien -respondió fríamente- Pero te lo advierto, la historia es larga y no pienso contarla sin un buen café -dijo esto último con una amena sonrisa.

Una vez en casa del muchacho, Caroline sostenía un café en su mano derecha y un pedazo de pan en la izquierda.
-Espero con ansias -dijo él.
-No te voy a contar mi historia, porque no la tengo. Incluso eso he perdido, todo se ha ido y esta vez, para siempre. Pero te contaré la historia de Caroline -tomó un largo aliento y al soltarlo termino- Caroline Woods.
El muchacho suspiró también, como si escuchar la historia de aquella chica supusiera también un esfuerzo para él, Caroline ignoró el suspiro y comenzó la historia.

Una violinista sin corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora