1. En la Desalmada

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Por las tardes en la Desalmada, el cafesucho literario entre las calles Cándida y Eréndida, se reunían cada tres o dos veces por semana, un grupo de aspirantes a escritores; algunos con títulos y otros, novatos inspirados en diversos temas como los políticos hasta los románticos. JaeHyun (o Jeff como le habían apodado) se había integrado a este grupo gracias a un pariente cercano con las mismas aspiraciones que él. Sin embargo, después de unos meses, el único de los dos que pudo seguir aferrándose a esta idea inverosímil, fue el propio JaeHyun que, a pesar de los desdenes continuos de sus compañeros, no dejaba escapar el sueño adolescente de escribir libros en lugar de traducirlos que es por lo que se había mudado a Argentina para estudiar el idioma.
 
Desde su entrada en la Desalmada, ciertamente nadie le tuvo esperanzas. Su español era una reverenda mierda, pero su cariño por la literatura latinoamericana lo habían impulsado a estudiar escritores como Gabriel García Márquez, Gabriela Mistral, Juan Rulfo, Juan José Arreola, entre otros. Pero a sus veinte años no se le podía considerar un escritor nato y mucho menos un poeta. Además, los recuerdos y su historia en la Desalmada son algo más que solo sus intentos vanos de escribir cuentos surrealistas o novelas policíacas.
 
Los recuerdos en aquella cafetería tienen un significado más trascendental para JaeHyun y comienzan con una tarde en que las luces del sol, como era costumbre, se colaban por los vitales de la cafetería donde se marinaba por los rincones el aroma a café tostado y los colores singulares de la caía del atardecer pintaban en tonos bergamota y mostaza las mesas, las vitrinas y los rostros de las gentes reunidas en torno a un centro invisible que los separaba de los demás clientes de la cafetería. En una competencia creativa entre sus compañeros que después de un tiempo se vuelven colegas y amigos en las borracheras, JaeHyun tuvo qué recitar un poema improvisado como todos los demás. En aquel momento, probablemente recitaría el poema más ridículo de todos y se imaginaba que, si de viejo volvía aquí a reencontrarse con todos estos hombres en la sala, lo único que recordarían de él entre risas sería la vergüenza de sus versos sin ton ni son y él no tendría más remedio que culpar a su juventud.
 
Pero qué cosa es el destino, que lo llama a campanadas, que lo distrae con el sonar de la campañilla del local anunciando un nuevo cliente para que JaeHyun se distrajera brevemente haciéndole mirar por encima de todos sus compañeros la figura que se hacía presente en el lugar. Entonces lo vio por primera vez. El cabello oscuro y enmarañado cubriéndole la frente, flotando algunos pelitos como nidos de pájaros sobre su cabeza; lo vio y descubrió a pesar de la distancia que los separaba, esos lunares en su mejilla descritos en línea recta como si quisieran decirle algo: un secreto, un canto, un beso. No entendía como de pronto al verlo, sus palabras fluyeron más aprisa, quiso, no, deseo escribir todo aquel revoltijo de versos que emanaron por su boca, tampoco entendió porque al sentirse escuchado por aquél extraño algo dentro suyo se incendió o porqué se excitó de la manera en que lo hizo. No apartó la mirada de la boca del extraño ni de sus ojos rasgados (e intensos como el fuego de una hoguera); Jaehyun recitaba al aire palabras que desconocía de un poema que después no recordaría, pero que alguien le diría alguna vez, Nunca me hubiera imaginado escuchar algo así de ti, dejándolo con la eterna duda de si aquello podía considerarlo un halago o un insulto. Más sintió una curiosidad acuciante que no supo de dónde provenía ni porqué motivo cuando sus ojos se encontraron hasta el final unos puestos sobre los otros, siguiéndose disimuladamente. De pronto, una simple curiosidad se transformó en una idea prohibida que atormentó a JaeHyun ese día y pensó que así sería los siguientes años de su vida.

Buenos Aires, 2013.

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