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Tras un primer día patrullando con George Smith, Will Graham descubrió que su nuevo compañero era el típico rubio tonto que había entrado al cuerpo por un gusto insano por la autoridad y que pasaba todo su tiempo en el gimnasio cuando no estaba en el trabajo. Había sido transferido hacia un mes y hasta ahora parecía no agradarle Will.

A Will tampoco le agradaba Smith. Había quedado claro no se llevarían bien cuando su sargento les informará trabajarían juntos el día anterior, el hombre creía Will era un bicho raro y le molestaba lo hubieran asignado con un novato. Lo cual Will no era, llevaba cuatro años en el cuerpo desde salir de la academia a los veintiuno, estaba lejos de ser un novato.

A los diecisiete años Will había logrado obtener el permiso para entrar a la academia de policía tras aprobar el examen luego de terminar el instituto; queriendo escapar de la caravanas en el pequeño pueblo donde había crecido, Will había tomado los ahorros de sus trabajos de verano y medio tiempo arreglando botes para salir de allí. Su padre, un alcohólico al que le había encantado usar su cinturón en Will ante la más mínima oportunidad no había hecho nada para detenerlo, sus únicas palabras de despedida habían sido dejarle claro que cuando el mundo viera el monstruo que era no se atreviera a regresar.

Como si alguna vez Will quisiera hacerlo, primero se dispararía en un pie antes de volver al lugar dónde tantas veces ese hombre lo había castigado por ser demasiado extraño. Por tener una habilidad que era más un maldición que un don.

La empatía le había permitido ver más allá de lo que las personas querían mostrar, haciéndole fácil conocer sus secretos, haciéndole fácil, muchas veces, saber lo que pensaban. Ese tipo de comprensión no solía ser bien recibida.

Sin embargo, ver más allá tenía gran utilidad en su trabajo como oficial de policía, pero sobre todo, ser policía le ayudaba a recordar debía ser uno de los buenos cuando la atracción y el potencial para volverse uno de los malos se arrastraba en su interior.

Cerca del final de su ronda a pie, en una de las partes más desoladas de la ciudad, la mirada de Will se vio atraída a un hombre joven de pie en la acera, la vista del atractivo desconocido era incongruente con los alrededores, no parecía pertenecer a esa parte de la ciudad, no obstante parecía tan sereno allí, en medio de la creciente oscuridad.

Tal vez esperaba por alguien, había un auto negro estacionado a pocos metros de donde estaba.

El hombre debía estar a mediados de sus veintes también, pero se veía mucho más maduro, vestía elegante y extravagantemente, de alguna forma su extravagancia no lo hacía ver ridículo, solo snob. Will apostaba que todo desde su corbata hasta sus zapatos negros lustrados sumaban una cantidad de dinero superior a lo que él ganaba en un mes. Aún así, por más elegante que fuera su vestimenta o plácidamente amable que fuera su expresión, exudaba un aire de peligro que provocó Will sudara en frío.

La extraña sensación de estar frente a un depredador lo sacudió en su centro, su primer instinto fue correr pero lo suprimió a favor de enderezar su espalda en una posición firme y lista para actuar si fuera necesario mientras pasaba junto al hombre. Podía sentir, que por alguna razón, el otro lo seguía con la mirada a medida que pasaban, guardó para si un estremecimiento y no se detuvo.

No hasta que su compañero recién asignado lo hizo detrás de él.

Giró para lanzarle una mirada al hombre de traje un metro detrás antes de dirigir sus ojos a Smith.

—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja.

—Ese pervertido esta aquí otra vez —escupió Smith, con una expresión agria en su rostro—. Esta aquí por los prostitutos que suelen pasarse a esta hora, le advertí la última vez que lo arrestaría si lo volvía a ver.

Un joven policía y un joven destripador Donde viven las historias. Descúbrelo ahora