Capítulo 1 la llegada del nuevo imperio

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¿Saben? Es hermoso ser un doncel, para los niños de mami, esos que nunca han visto nada más que joyas y vestidos en sus enormes armarios de plata y oro. Pero no, la realidad de ellos es sofocante, bajo la presión de ser perfectos, las miradas y comentarios voraces, es un verdadero asco. Lo peor es que cuando intentas hacerlo ver te toman como un loco maniático que necesita un esposo para calmarse, es una verdadera mierda.

Lo peor de todo, es que, al ser el hijo mayor de un comandante de sargentos mayor más temido, es que eres una vergüenza para los amigos de él, ¿creen que es fácil? Ser una vergüenza para tu padre, el cual solo te voltea a ver cuándo derribas a un tipo cualquiera. Juraría que los amigos de mi padre decían cosas así para verme llorar, lo que conllevo a querer convertirme en un teniente fuerte y temido como mi predecesor.

Con solo seis años, empecé a seguir a mi padre a los entrenamientos y... a todos los lugares donde no sean una reunión de vida o muerte, ahí tenía que jugar con los tontos príncipes, que asco me daban, más cuando querían que yo fuera la princesita en apuros. Aunque cuando fuimos más grandes eran ellos quienes me pedían ayuda a gritos para que los bajara del caballo.

Aproximadamente a los dieciséis, padre logro, luego de unos largos tres años de pelea para hacerlo, un permiso especial para que yo entrara al ejército, fue el día más feliz de mi jodida existencia en este lugar, casi me desmayo en la sala de estar, espantando a mi madre.

Pero lamentablemente, mi querida madre no estaba muy de acuerdo con eso, ella quería un pequeño y lindo niño consentido que consiguiera un marido con buen estatus. Imagínense la cara de ella que cuando quiso llevarme a debutar en la alta sociedad, no solo me negara rotundamente, sino que recibí el apoyo de mi padre para no hacerlo.

"un soldado no debe pasar por tal vergüenza" esas fueron sus palabras, las cuales, como pocas veces, me hicieron llorar de alegría. Pero bueno, no recibí años de acoso por parte de los soldados que eran de mi equipo como para darles la oportunidad de dejarles ver cómo me veía con un vestido rojo y maquillaje que me aplicaría una sirvienta.

Regresando al ahora, me estaba dirigiendo a la junta con un superior, esta noche habría una fiesta, la más grande que el reino podría creer, actualmente habíamos ganado la guerra con otro reino, haciendo que seamos dueños de esas tierras que, aunque trabajadas, servían para trabajar y demás cosas, recuerdo ver la cara de victoria del joven y nuevo rey, trayendo consigo al ex rey de esas tierras juntos a la corte de esta.

Obviamente fueron ejecutados por los carceleros, nadie quiere vivir en un calabozo después de tenerlo todo.

Por suerte fue solo para darle felicitaciones a los que participaron en esa guerra, entre ellos estaba mi padre, el cual se veía muy golpeado, pero por suerte aún conservaba todo donde debía estar.

Ya luego de eso, nos mandaron a arreglarnos, al parecer venían los imperios más grandes a felicitarnos por la victoria, y seguramente a crear lazos con nosotros. Yo estaba contento, podría beber hasta desmayarme.

- General Malcolm. – escuche detrás de mí, sabiendo perfectamente de donde venia esa voz.

- Ya te eh dicho que no me llames así, ricitos de oro. – sí, está mal que lo trate así, pero somos como hermanos. – felicidades por ganar...

Recuerdo cuando era pequeño y teníamos que ir junto a los príncipes a este lugar ya que nos habíamos metido en algún que otro problema. Era divertido ver como el rey me regañaba como si fuera mi padre por haber robado un caballo para enseñarle al príncipe a cabalgar.

- Bien, bien, tú ganas, lindo estropajo. – susurro mientras soltaba algunas elegantes risas. – y no lo habría hecho sin tu padre, me salvo la vida más de una vez, mientras luchábamos.

¡No Te Amo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora