La última inocencia

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No sé dónde la dejé, no estaba prestando atención. Es más, no sabía ni que la tenía, pero ya dicen por ahí que uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Y alguien, en un momento de distracción, acabó por robarme la última de las inocencias que me quedaban bajo la manga, me arrancó la capacidad de sorprenderme hasta de los detalles más pequeñitos, me despojó de la facultad de obtener placer con las cosas más mundanas. Se robó el sabor del té, el naranja del atardecer, la frescura del pasto por la mañana; no dejó ni las estrellas sobre el cielo, ni las chispas en las fogatas. O fui yo quien la repartió por ahí tan indistinto, hasta que miré mis manos y ya estaban vacías. Regalé mi esperanza, mi vida, mis ganas; no me quedó nada.

Mientras sigo aquíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora