Capítulo siguiente de una vida cualquiera

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El arte lo es todo. Si de todos modos, la vida no tiene sentido. Rosé fuma mientras masca chicle y ve pasar la gente a través de sus oscuras gafas de sol. La gente diría que no tiene modales, cosa que no sorprende, ya que en el colegio al que acudió los profesores miraban hacia un lado cuando los chicos se pasaban un porro y las chicas volvían despeinadas y cojeando del baño. Después, el liceo no fue mucho mejor. Sus notas flaqueaban, su relación con la cocaína se estrechaba mientras la de sus padres hacía lo contrario. Su madrastra era una mujer un poco zorra, según su opinión, de esas que se pintan un lunar encima del labio para hacerse más bellas y tienen todo el cuerpo arrugado y pecoso.

Así que se fue. Así, sin avisar. Un día se fue a la habitación de su padre, cogió los billetes que encontró en su cartera, y salió a la calle. Las primeras noches fueron duras. Deambulaba sin rumbo fijo, pero sin la preocupación que su padre pudiera buscarla, porque no iba a hacerlo. 

El prostíbulo la recibió con puertas abiertas y luces chillonas, cortinas coloridas y nubes de humo dulzón. La madame, como las chicas llamaban a la mujer, ya anciana, les revolvía los bolsillos en busca de monedas escondidas cada noche. Cuando encontraba alguna, las abofeteaba hasta que solo quedaban ojos llorosos y mejillas enrojecidas.

Rosé aprendió rápidamente, y los clientes, en general, se portaban bien. Una vez, uno de ellos se enamoró perdidamente de ella, y en su delirio etílico le pidió que se fugara con él. Ella aceptó, deseosa de abandonar ese mundo sucio. Se fueron a un hotel, lujoso y cursi, y él le prometió que la sacaría del país y le compraría todos los zapatos y bolsos y anillos que ella quisiera. Hicieron el amor repetidamente y él se quedó dormido. Rosé salió de la cama, se envolvió en una bata rosa, cogió la billetera del hombre, junto a su reloj y unos cuantos anillos y salió de la habitación para no volver nunca más.

No fue fácil montarse una vida a partir de cero. El dinero robado no era demasiado, pero llegaba para pagarse un bus a París y una habitación de motel durante algunas semanas, lo suficiente para encontrar un trabajo como camarera en una hamburguesería barata. Su nueva personalidad le gustaba. Consistía en fumar cigarrillos de Marlboro y mascar chicle en los momentos cuando no estuviera fumando, en pintarse la uñas de negro y llevar tacones altos. Pronto, la hamburguesería empezó a aburrirla. El olor aceitoso de la carne le provocaba nauseas, las luces neón la cegaban y los clientes le parecían perversamente groseros.

La música repetitiva y las luces de colores del club de noche al lado del motel tenían, ciertamente, más encanto. La clientela era igual de grotesca, pero pagaba mejor y en efectivo. Por las noches trabajaba, por las mañanas descansaba y se recuperaba de los pies doloridos. Se preparaba un baño caliente y fumaba en la bañera, con la ventana abierta. Se había hecho amiga del barista, Omar, immigrante marroquí de segunda generación con una obsesión por las rubias.


-Entonces, metí los dedos y acaricié esa parte sensible, comprendes, esa que...- 


-Sí... Omar, sé donde se encuentra el clítoris, vale?-
Omar era pesado, indiscreto, pero compañía grata y leal. Rosé no recuerda ningún día que no la hubiera saludado y le hubiera preguntado como estaba.

Omar tenía una novia, Paola. Esta le había puesto los cuernos unos días después de que Rosé empezara a trabajar en el club. Fueron las lágrimas y el rencor de Omar lo que más los unió. Las horas que se pasó Rosé apoyada en la barra, escuchando mientras él se desahogaba.
Ahora, se ha dejado crecer una barba y los rizos le sobresalen de la frente. Cualquier chica lo encontraría guapo.
Rosé también. Una noche, cuando los dos iban bebidos, se enrrollaron. Al día siguiente ambos estaban tan avergonzados que casi ni se miraban a los ojos, y quedaron en olvidar lo ocurrido.

Ahora, Omar tiene otra novia, Marie. A Rosé no le gusta Marie. Piensa que Omar merece a alguien mejor.

- Anda, Omar, suelta la botella que luego no podrás ni caminar.-

- Claro que podré, mujer ...- Omar se tambalea y se apoya en una farola.- No sabes cuánto aguanta mi cuerpo.- le guiña un ojo.
- No bebas para ahogar tus penas.-
- No lo hago-
- Sí lo haces-
-Que te digo que no-
- No aguantas a Marie, acéptalo.-
- Pero qué...-
- Tio...- Rosé resopla
- No, ahora explícate.- frunce el ceño, algo dolido.-

Rosé lo mira inquisitivamente, levantando una ceja.

-Que te follen- gruñe Omar.

Rosé suelta una carcajada amarga. Los ojos de Omar se humedecen, presagiando una ola de emociones tormentosas.

- Creo que me voy- anuncia en un susurro quebrado.

Rosé no se va a disculpar, Omar lo sabe. Tampoco lo espera de ella. No puede esperar algo que no va a llegar, porque la verdad no tiene remordimientos y una disculpa no amortigua el dolor.

Rosé coge el bus de vuelta a casa. Es barato y relativamente práctico. En la parada fuma mientras lee un libro con las páginas medio sueltas que ha conseguido por pocos céntimos en una librería de segunda mano. Es un thriller barato, de mala calidad, y francamente, aburrido.

- ¿Fuego?-

Rosé se sobresaltó. - ¿Perdón?-

- ¿Llevas fuego?- Unos ojos igual de negros que los suyos propios la miraban expectantes.

- Ehm... claro- Le tendió su mechero.

- ¿Cuántos años tienes?-

- ¿Porqué...?-

- Es que te vi y pensé, bueno, pinta joven, dieciséis, diecisiete a lo sumo- encendió su pitillo y le dio una profunda calada. -Pero no, hay algo en ti, no sé... adulto... no sé.-

Rosé se quedó boquiabierta.

- ¿Pero qué...?- se recompuso rápidamente.- Tengo diecinueve- 

- Hmmm- le tendió el mechero.- Gracias- le sonrió rápidamente.- Tienes unos ojos preciosos, por cierto-

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⏰ Última actualización: Apr 04, 2023 ⏰

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