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Jisung miró orgulloso la canasta de paja, en ella un par de huevos frescos, mucho menos de lo que se había propuesto a buscar, pero no había pensado que sería una tarea difícil con la mamá gallina custodiandolos, la cual no dudó en picotearlo y hacerlo correr de su gallinero. Ya fuera del alcance del molesto animal se sacudió el pantalón con las palmas de su mano intentando quitar la suciedad. Después de todo tenía lo suficiente para el desayuno.

Tarareó el ritmo de una canción, cuya letra no podía recordar. Parecía de buen humor ese día ¿Y cómo no? Hacía buen tiempo y nada podía borrar la sonrisa de autosuficiencia por el trabajo a medio hacer.

Para Jisung era mucho más de lo que había hecho en toda su vida.

Detuvo su andar y empujó la puerta de madera frente a él, siendo la entrada a la cocina del lugar, enseguida buscó con su vista a su madre o a su padre para así presumirle el como había podido obtener su propio desayuno sin ayuda de nadie, pero allí no encontró a ninguno de los dos. Aún sosteniendo la cesta caminó por el amplio lugar hacia la sala, pero de nuevo no había señal de sus progenitores. Extrañado miró hacía los lados, estaba seguro de que estaban despierto, los había visto esa misma mañana.

En ese instante escuchó unos fuertes ladridos proveniente del exterior, reconociendolos de inmediato como los de su mascota. Se apresuró a ver que ocurría aún con la canasta colgando de sus brazos, llegó hasta la puerta principal, también hecho de un tipo de madera antaña, y salió, dejando a la vista un largo terreno de tierra antes de que apareciera la vieja autopista de asfalto.

Grande fue su sorpresa al ver a sus padres allí afuera, con dos maletas a sus pies.

—¿Qué? ¿Ya nos vamos? —preguntó con sorpresa al no ser avisado —. Ni siquiera me he dado un baño, no sabía que nos iríamos tan temprano, esperen que...

—Nosotros nos vamos, Jisung—interrumpió su padre —. Tú no.

—¿Qué? ¿Qué dices?

Claro, había una razón por la cuál se encontraban allí, en un pueblito alejado y no en su cómoda casa en Seúl.

Días atrás, Jisung tenía una vida de lo mas normal en la hermosa y lujosa capital, ya siendo un joven adulto de veintiun años con una vida que podemos catalogar como bastante acomodada la verdad. Iba a la universidad, donde tenía calificaciones que dejaban mucho que desear, a pesar de ello se relajaba los fines de semana con su agenda llena de fiestas a las que asistir, otros días iba al centro comercial junto a sus amigos y a donde sea que fueran los jóvenes a perder su tiempo allí se encontraba Jisung, feliz de la vida, pasando la tarjeta de crédito que le habían obsequiado sus padres al cumplir la mayoría de edad como si no hubiera un mañana.

Eso hasta que llegó la factura de su tarjeta de crédito a la casa, mostrando el elevado valor de la deuda que había generado. Sus padres pegaron el grito en el cielo. De inmediato decidieron que había que ponerle fin a su relajo, le confiscaron la tarjeta y lo llenaron de regaños. Pero eso no fue todo.

Como castigo sus padres habían viajado miles de kilómetros junto a él, a aquél pueblito donde ambos progenitores habían nacido alojandose en la hacienda que ahora pertenecía a sus tíos, la cuál antes era de sus abuelos.

Jisung, con su herido orgullo no se dejó avalar, no era como si odiara la vida de campo, había estado allí muchas veces cuando era pequeño, corriendo y disfrutando de la tranquila naturaleza. Estaba haciendo diligentemente lo que sus padres querían, ayudando a su familia en los pequeños trabajos, pensando en que si hacía todo bien pronto estarían de vuelta en casa, el fingiria aprender la lección y todo se resolvería. Pero ahora sabía que no era así.

Se sentía traicionado.

—Lo que escuchaste, te quedarás aquí con tus tíos por un tiempo —explicó el hombre mayor —. Ya eres un adulto, tienes que aprender como ganarte las cosas. ¡No somos ricos, Jisung! Todo lo que tenemos es porque tu madre y yo trabajamos hasta el cansancio pero tú te negaste a entender eso, no puedes aparentar tener más de lo que tenemos.

El labio inferior de Jisung tembló. Sí, era un adulto pero ahora quería llorar como un niño.

—Pero papá... Mi carrera, y-yo.

—Congelamos tu carrera —contestó esta vez su madre —. Después de todo no te estabas esforzando en la universidad, tus notas estaban muy bajas; no hay peros, la decisión está tomada, ya se nos hace tarde, el tren pasará en media hora.

No podía creer que realmente estaban dejandolo.

¡Dejándolo en ese campo! Lleno de animales, donde casi nunca había señal, ese lugar con poca estructura y popó de vaca.

—Mamá, papá, lo siento, les prometo que ya entendí, seguiré estudiando, no saldré de fiesta... Bueno saldré menos de fiesta —rogó, lanzando la canasta que hasta ese momento colgaba de sus brazos y juntando sus manos en forma de suplica —. También limpiaré el popo de Bbama y-

El perro al escuchar su nombre ladró con felicidad moviendo su cola, acercándose a Jisung, pensando que era hora de jugar y quee darían alguna croqueta se levantó sobre sus dos patas y recargandose en las piernas del chico intentando llamar la atención de su dueño.

Su padre le dió la espalda, tomando su maleta para colocarla dentro del auto que estaba esperando por ellos dos. A pesar de todo era muy débil ante su único hijo y no dejaba de culparse por mimarlo tanto hasta ese punto.

—Mamá —intentó suplicar nuevamente.

—Hijo, sé que sonará repetitivo pero es una decisión que tomamos porque te amamos, así que espero que con el tiempo lo entiendas —dijo la mujer, también tomando su equipaje.

Jisung negó repetidas veces, no lo entendía, no lo quería entender.

Su mamá dejó la maleta en el auto y se devolvió intentando tomar a Bbama que seguía a los pies del chico buscando su atención, pero este le ladró e intentó morder su mano, hizo lo mismo cuando trató de agarrarlo, negandose a que lo tomara.

La bocina del auto se escuchó, el conductor trataba apresurarla porqué se les haría tarde.

—Vamos, Bbama —rogó, pero el animalito no colaboraba.

Jisung se agachó tomando a su perro en brazos y dándole la espalda a su progenitora, sin decir una palabra caminó hacía otra dirección.

La mujer suspiró dolida. Esperaba estar haciendo lo correcto, con pesadez caminó hasta el auto, subiéndose, y mientras este empezaba el recorrido una lágrima cayó por su mejilla. No pensaba que estuviera dándole un castigo cruel, pero también se culpaba por malcriarlo así que no hizo nada para detener los planes que ya había trazado junto a su marido, dejando atrás la hacienda de su familia y a su hijo en ella.

Mientras eso ocurría un chico, sentado en una mecedora de mimbre situada en la entrada acarició a la gallina que descansaba sobre sus piernas.

—¿Viste eso, Pikachu? Es como el drama que vimos hace unos meses —rió con un poco de exagero —. Será como verlo en vivo. ¿Crees que termine igual?

🍓🍓🍓🍓

Holaa, he aquí una nueva historia.

Lo sé, es bastante cliché, pero veré si le dan una oportunidad.

¡Gracias por leer!

Fresa salvaje | JilixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora