Parte 2

65 15 2
                                    


—¿Cómo te llamas? —preguntó la mujer.

—Enver —contestó él, sirviéndose un trago.

La música era la reina de una noche de fiesta como ninguna otra. Enver se hallaba sentado en un sofá de una discoteca a solas. La copa de vino ocasionalmente iba de la mesa a sus labios. A Enver le agradaba vestirse acorde a la situación, y para él, casi todas las situaciones de fiesta ameritaba a portar un elegante traje azul Francia.

Enver era alto, con el cabello rizado y corto, y a pesar de abrazar la mitad de veinte años de apariencia, presentaba una sombra de acné cubriéndole sus enrojecidas mejillas. Su cuerpo no era el de un atleta, ni mucho menos, sino que más bien de extremidades largas y de torso delgado.

Aunque podría adoptar el semblante y cuerpo que quisiera, puesto que, en realidad, era un genio disfrazado de humano, el cuerpo que había elegido era el más similar a su versión mágica.

Según él mismo, claro.

—Qué nombre tan extraño —dijo la moza. Era una muchacha que había estado devorándole con la mirada durante toda la noche.

Enver le sonrió. No era la única chica en la lista de los «posibles ganadores» en este sitio. Puesto que el propio vino que estaba tomando, había sido obsequiado por un apuesto joven en la mesa de junto que parecía estar festejando su cumpleaños con sus amigos.

—Es lo que suelen decirme —contestó Enver.

—¿No quieres saber mi nombre? —preguntó la moza—. ¿O prefieres hablar con el cumpleañero de la otra mesa?

Enver echó una risita.

—Directa. Me gusta eso. Aunque, verás, me da igual sus nombres —respondió el genio con simpatía—. He venido a disfrutar la noche. Por lo que, de seguro, me vaya a aprender el nombre de quién me divierta más. Por ahora el te lleva un vino de ventaja —dijo divertido.

La moza resopló.

—Ah, ya veo... Yo no soy de las que andan rogando. ¿Sabes?

—Y eso me parece una gran virtud —dijo Enver, alzando la copa.

La mujer se fue echando un fuerte taconazo inicial; Enver se volteó y le sonrió al joven de la mesa de junto.

El resto de la noche transcurrió a gran velocidad, hasta que, en un momento, cuando la fiesta comenzó, la gente se aglomeró para bailar y los dos se apartaron a un sitio más tranquilo, sucedió lo que Enver se esperaba.

Joshua le robó un beso... cumpliéndose así, la disposición azarosa del genio.

—¡Felicidades! —dijo Enver, y sus ojos esbozaron un resplandor dorado y mágico—. Has dado un beso a un genio. Mejor dicho, se lo has robado. La nueva política de la empresa dicta que, si le robas un beso a un genio, este te puede cumplir tres deseos.

Por supuesto, Joshua no entendió ni media palabra, pero para eso estaba el resplandor dorado que emanaban los ojos de Enver. Era una magia especial y sencilla que permitía a las personas creer en todo lo que el genio les decía. Sin mucha réplica de por medio. Hacía las cosas más fáciles.

—¿Esto es en serio? ¿Puedes cumplirme tres deseos?

—Hay reglas... —El genio chasqueó los dedos y las reglas y requisitos aparecieron dentro de la mente de Joseph en un instante—. Son esas.

—¡Wow! ¡No puedo creerlo! —espetó el joven, impresionado—. ¿Y en mi cumpleaños? ¡Es una locura!

—Lo sé. ¡Es genial! No te lo esperabas, ¿eh? Debes darle las gracias a una mujer de los 80 muy simpática. No sabes cómo se ha quintuplicado mi trabajo ahora. Lo único que tienen que hacer es robarme un beso. ¡Y pan comido! ¡Tres deseos al bolsillo!

—¡Es una locura!

—Ya lo has dicho, sí.

—¿Puedo pedirlos ahora?

—Claro, hombre. Estoy deseoso de cumplirlos. ¿Entendiste? ¡Deseoso! ¡Ja!

Joseph se tomó un momento para pensarlo. Los primeros dos deseos fueron parte de la clásica tríada: dinero en abundancia y tener una voz prodigiosa para el canto. Lo que venía de la mano de la fama.

La belleza, la verdad que no la necesitaba, así que su tercer y último deseo, consistió en algo lógico. Un contrato con una discográfica de renombre.

—Fenomenal, Joseph. Tendrás el mejor cumpleaños de tu vida. Tus deseos —dijo Enver y chasqueó los dedos—, son mi orden.

Los deseos de Joseph se cumplieron, y él olvidó por completo haber conocido alguna vez a un tal Enver. Mientras que este, por su lado, terminó su noche volviendo a su departamento y habiendo completado una vez más con sus obligaciones mágicas del día.

El último deseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora