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La suave brisa removió levemente su lacio y corto cabello. La resplandeciente luz del sol encandilaba sus ojos mieles, los ojos de los que me enamoré. Su sonrisa radiante llena de inocencia, con su pequeño hoyuelo adornando su mejilla y su creciente barba. El leve sonrojo que se formaba en su rostro cuando le escribía poesía y se lo leía. Cuando tenía la costumbre de inclinar su cabeza a un lado y negar cada que encontraba una situación divertida (como cuando quemé la sartén, porque tengo nula idea de la cocina). Las noches en las que nos quedabamos perdidos en nuestras miradas y la luna atravesaba las pálidas cortinas. Cuando me presentó a sus padres y yo los míos. Las cenas que compartimos en las fiestas. Las sonrisas y caras de burla que intercambiabamos cada que esa persona hablaba. Sentarnos en el césped de la universidad y hablar de lo que había pasado en nuestro día. Las peleas bobas que nos hacían terminar por un par de días y luego volver completamente arrepentidos la semana siguiente. El comunicarnos y entendernos al instante. El escribir canciones con letras y melodías sin sentido. Y el estar el uno para el otro cuando más lo necesitábamos.
Si bien no acabamos en buenos términos, él fue la persona que me hizo sentir. Me hizo vivir a lo que le llamamos vida. Hizo que mi corazón se llenara de tal alegría, al punto que no podía dormir de la emoción. Él me demostró que el amor te ayuda a quitarte una venda que no sabía que tenía. Me hizo llenarme de paz. Llenó cada parte de mi ser, y me rearmó. Rearmó cada parte de mí. Me sonrió con sus tiernas arrugas a los costados de sus claros ojos y ahí me dí cuenta que no estaba tan perdida, que una fracción de mí añoraba ser, amar y ser amada.

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⏰ Última actualización: Apr 02, 2023 ⏰

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