Adela había pasado la noche con olor a lágrimas, aún no había amanecido cuando escucho a alguien petar en su puerta, no fue con fuerza, fue suave, tan suave como cuando pronuncio su nombre.
Adela no contestó, seguía abrazando su almohada, quien la había consolado toda la noche, quien había absorbido sus lágrimas, la persona al otro lado de la puerta espero unos minutos a que respondiera, y al no allar respuesta se fue.
Adela se limpió la cara y se aseguró que no pareciera que había llorado, tenía miedo que la otra persona hubiera sido molestada por su llanto en la noche, camino fuera de la habitación para saber que era lo que ocurría. Habia luz en la cocina, donde estaba la persona que le gustaba preparando té, o quizás café, faltaba menos de media hora para que el sol saliera.
Ninguna había dormido, y Adele se sintió reconfortada cuando Elise le preguntó como se sentía, lo pregunto de manera suave, susurrando, como si fueran dos confidentes de secretos. Y lo eran.
Se abrazaron, mientras el alba empezaba a iluminar la habitación, se unieron en una persona, una persona de amor. Fue una unión silenciosa, como todo lo que había ocurrido ese día.