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La noche es larga y oscura, incluso más que en otras ocasiones. Los agentes caminan a paso contado, delicado y cauteloso; sus armas las sostienen con ambas manos y sus ojos observan alrededor. Están ahí para finalmente atrapar al delincuente más buscado.

Cada uno cuenta con chalecos antibalas, las gorras cubren sus cabezas, los audífonos son transparentes y discretos en sus orejas; además, las pesadas botas negras son ligeras para caminar.

Al frente, el comandante verifica que la zona sea segura, con ademanes instruye a sus subordinados a avanzar. Se supone que ese día, aquel delincuente estaría por esa zona haciendo su gran hazaña. Recopilaron pruebas y sus informantes aseguraron que ese día era el indicado para terminar con esa persecución sin sentido. Respirando hondo, el comandante indica con sus dedos índice y medio, que se acerque su segundo al mano. Obediente, el hombre con cautela se acerca y queda a milímetros del rostro de su superior.

—JongDae, ve por el ala oeste del banco, yo iré por el frente. Solo hay dos salidas —un silencio se presenta, el comandante aprieta su mandíbula en un impulso de reprimir una maldición—, debemos atraparlo.

Asintiendo, JongDae lleva a cabo la orden, se lleva a casi la mitad de los hombres y desaparecen al dar la vuelta en la esquina del edificio.

Avanzando, el comandante con su gente restante se adentran al banco, está oscuro por dentro y el ruido es escaso. Sus pies no resuenan en el suelo, sus respiraciones parecen cesar, caminan firmes hasta la bodega donde todo el dinero, joyas y oro se resguarda. Con un nuevo ademán, el comandante ordena a uno de sus hombres verificar el área, el más alto, respondiendo al nombre de ChanYeol, se acerca con su pistola en mano, sus movimientos son exactos, sus ojos recorren cada rincón del lugar. Está despejado.

Solo unos pasos más y estarán en la bodega.

Por medio del auricular, el comandante puede escuchar perfectamente a su segundo al mando, están entrando por la segunda puerta donde se han quedado a vigilar un par de hombres, ambos equipos están cerca de la bodega.

Repentinamente las luces se encienden, como si estuvieran abriendo el lugar, extrañado, el comandante se mantiene alerta, los demás están igual. Antes de llegar a la bodega, las luces parpadean y es la señal para actuar antes de que su presa desaparezca.

JongDae es el primero en pararse en medio del pasillo, justo delante de él está la puerta de la bodega. El rostro del segundo al mando se descompone en diversas muecas, sus brazos bajan lentamente el arma y su piel comienza a tornarse pálida. Mira a un costado, con la expresión de confusión y sorpresa, sus ojos buscan los de su comandante y este último ya se ha imaginado lo que pasa.

—No hay nada —JongDae susurra—, no está nadie.

Amontonados, los oficiales se acercan para comprobar lo que su superior ha dicho, las expresiones son las mismas, algunos se atreven a maldecir. El comandante se acerca despacio, sus ojos viajan desde sus subordinados hasta el interior de la bodega.

Está vacía.

Los contenedores están fuera de su sitio, todo está revuelto en el interior. No hay nada, ni siquiera un solo billete. Caminando decidido, el comandante pone un pie en el interior, sus oficiales están alertas. Sus pasos son precisos y sus ojos revisan cada rincón de la bodega. Ese maldito delincuente volvió a ganarles. Sobre uno de los contenedores, bien acomodada está la marca de aquel rufián, JongDae se adelanta y toma entre sus dedos aquella tarjeta, se escucha perfectamente cómo rechina los dientes y bufa ante lo que tiene entre sus manos.

—Empiezo a odiar al maldito Joker —su voz sale gutural, está enfadado con el autor de dicho robo—, siempre nos ha de ganar... ¿Por qué no podemos atrapar a Lay?.

Call me a Freak [LayHo] - Jekyll Fest *EN PAUSA*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora