En medio del pequeño espacio, el cual era la sala, se encontraba Sofía cortando algunos tomates para hacerlos sudar y darle de comer a su mamá, María, quien yacía plácidamente en una cama que, desde lejos, se veía de mala condición. Sin embargo, eso a ellas no le importaba, pues había otras cosas a las cuales prestarle más atención, en su apreciación. Por ejemplo, la enfermedad de su madre, la cual se encontraba estable, pero siempre teniendo el cuidado necesario. En este caso, ellas solían asistir a la posta del distrito en el que se encontraban. A pesar de la precaria atención en aquel lugar, procuraban que nada se saliera de control. Ellas no contaban con una buena economía, pues no recibían apoyo de nadie y subsistían con el sueldo de mesera de Sofía, logrando conseguir cosas básicas para su hogar, como verduras, papel higiénico, algo de pollo y lidiar con los servicios de agua, luz y gas. Ambas intentaban hacer el mínimo gasto para que puedan estar tranquilas y sobre algo de dinero para que Sofía lo ahorre para sus próximos estudios, pues apenas tenía 18 años y quería y esperaba costear un instituto en el futuro. Sofía había terminado de cocinar, por lo que no demoró en levantar a su mamá para que comiera. Acomodando los platos en la mesa y colocando dos bancos de plástico alrededor de la pequeña mesa de madera, su mamá llegó y se sentó.
-Hija, te dije que yo cocinaría, no tenías que hacerlo - le dedicó una mirada cálida, pero con leve reproche.
-Quería que descansaras antes de irnos - esbozó una pequeña sonrisa - sabes que hoy tenemos que ir a la posta e ir a tu cita de chequeo con la oncóloga - mencionó Sofía para luego tomar un cubierto - come, que últimamente te veo más pálida y toses demasiado - indicó - ya falta poco para salir.
Sin más, acabaron su guiso y salieron. De camino a la posta, ellas venían hablando de cómo le iba a Sofía en el restaurante en el que trabajaba cuando de pronto las palabras que María le daba a Sofía se hacían cada vez más débiles y los pasos de ella más lentos. Sus ojos se empezaban a cerrar y los llamados de Sofía hacia su madre no hacían falta con tal de que ella no perdiera la conciencia. Aún así, María cayó desmayada. Un taxista vió aquella escena y no dudó en ayudar, pues estaban a media cuadra de la posta. Rápidamente y con los nervios a flor de piel de Sofía, llegaron a la posta. Una enfermera la ayudó. Ayudaron a que su mamá se recompusiera con alcohol y algodón. Sin embargo, Sofía sabía que eso no iba a ser suficiente. Del mismo modo, en la posta le habían dicho que sería mejor llevarla a un hospital del estado, en donde tenían más alcance tecnológico para que su mamá se tratara. Sofía sin dudar, fue al hospital del estado en un taxi con su madre de emergencia. Le hicieron unos estudios los cuales saldrían al día siguiente, por lo que volvieron a su casa. Aquella noche, María no pudo dormir, le daban ataques de tos, vomitaba y su piel se encontraba más blanca que nunca. No podía probar alimentos y Sofía no podía con la angustia. Al amanecer, ella sabía que tendría que faltar a su trabajo, así que llamó a su jefa para informarle lo sucedido. Ya con su mamá más tranquila, se encaminaron al hospital para recoger los análisis y hablar con el doctor encargado.
Ellas ya se encontraban frente al doctor, sentadas cada una en una silla. Veían atentamente al doctor revisar la computadora con los resultados. Sofía se encontraba para nada tranquila, pues sabía que nada de lo que venía sucediendo era bueno. Sin más, el doctor habló.
-Su mamá tiene que ser internada y recibir quimioterapia pronto - dijo con seriedad. Un silencio se sintió en medio de la conversación - su madre está en su etapa final - de pronto fue como si todo se hubiera detenido a su alrededor, la tensión en el ambiente se sentía y las palabras se habían quedado atoradas en su garganta. Nadie emitía ruido.
-En la posta me dijeron que todo estaba controlado - la voz de su madre hizo que volviera en ella y la vió con lágrimas en los ojos. Ahora todo tenía sentido. las pocas fuerzas de su madre, los vómitos y los ataques de tos repentinos de su madre. Ya entendía que todo había empeorado. Una lágrima corrió por su mejilla al ver el hermoso perfil de María, blanca como el papel con unas pequeñas pecas en su nariz. Sin duda, era la mujer más bella y guerrera que pudo haber conocido en su vida. La voz del doctor llamó su atención.