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Glosario al final del capítulo.

***

Pensó que el capitán lo dejaría encerrado unos minutos, máximo una hora mientras el barco comenzaba a navegar, sin embargo, después de que pasó horas sentado en el piso de la pequeña bodega, la idea de que el capitán se hubiera olvidado de él le fue sumamente plausible.

Se había resignado un poco e incluso había dejado que las olas lo arrullaran, quedando casi dormido con la cabeza apoyada en la pared. No fue hasta que la puerta se abrió que realmente regresó a sus sentidos y levantó la mirada para encontrarse al chico de cabello largo nuevamente.

De cerca pudo notar sus ropas holgadas, sus pesadas botas negras y la pañoleta roja firmemente amarrada a su cinturón. No parecía intimidante, por lo que le traía cierta sensación de confianza que en ese lugar valía muchísimo.

—Hola, lamento que hayas tenido que esperar tanto, ¿te sientes bien?

Roier se puso de pie y sacudió sus ropas. Desde hace horas se había quitado el saco, no encontrando en él ninguna utilidad particular, por lo que ahora solo estaba vestido con una camisa blanca y un sumamente incómodo pantalón.

—Sí, me siento bien, no te preocupes.

El chico le sonrió y le ofreció su mano para saludarlo correctamente.

—Me llamó Missa, ¿y tú?

—Roier —respondió de vuelta con entusiasmo.

Ambos se dieron un apretón de manos breve. Cuando el saludo terminó Missa se giró hacía la puerta e hizo un gesto con la cabeza para señalar hacia afuera.

—Vamos, ya estamos lejos de Karmaland. Veré si puedo conseguirte algo más cómodo.

Roier no estuvo en desacuerdo y salió a la cubierta junto al otro chico. El sol golpeó su rostro de manera inmediata, obligándolo a cubrir la parte superior de sus ojos. No era un cambio agradable después de estar tanto tiempo a oscuras, tampoco lo era el tener que caminar en un barco en movimiento después de estar sentado por horas.

Nada de eso era un cambio agradable, pero era lo mejor que podía tener.

En lugar de quejarse mentalmente, comenzó a observar a la tripulación. Todos parecían estar completamente metidos en sus temas, ya fuera arreglando cosas, limpiando o solo hablando entre ellos. Incluso el capitán estaba ahí, aparentemente trabajando en sus propios temas.

Se sentía sumamente orgánico y tan dulce que le fascinaba.

—El capitán me dijo que te diera algo para hacer, pero la neta tenemos un ratito para platicar —le aseguró antes de sentarse en la barandilla de la proa* sin muchas preocupaciones—. Ven, siéntate. Te juro que no te caes.

El chico se acercó con un poco de miedo, pero se subió a la barandilla de todas formas. Sus manos se aferraron con fuerza, sintiéndose mareado con solo ver el mar debajo de él. Missa rió con solo ver su nerviosismo.

—¿Nunca habías estado en un barco antes?

Roier tragó y miró hacia el frente, evitando así mirar hacia el inmenso mar.

—No, en realidad no. No salgo mucho del pueblo.

—Bueno, ya estás aquí. Te ayudaremos a explorar —le guiñó un ojo y miró a la tripulación—. Mira, ¿qué te parece si te presento a los chicos para que te des una idea de lo que puedes hacer?

El príncipe asintió, por lo que Missa intentó divisar a las personas que estaban cerca para reconocerlas.

—Esos dos sobre los mástiles —señaló a ambos—. Son Ari y Juan, son los jefes de vela. Ese chico con ropa rara de allá es Carrera, nuestro oficial de cubierta.

Contracorriente {Spiderbear}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora