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Te amo

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Al estar concentrado en los números y nada más que la tinta del bolígrafo corriendo por el papel, el leve chispazo de instintiva tensión fue inevitable en el momento en que sintió un peso extra sobre su hombro.

La inesperada sensación del contacto le provocó un fugaz estado de alerta que se extendió a través de su columna, pero se esfumó cuando notó que no era otra cosa que el mentón de Reese apoyándose en él, seguido de una cálida mano rodeando sutilmente su cadera.

Malcolm sintió la nariz de Reese contra su piel, arrastrándose delicadamente por la curvatura de su cuello y la unión con su mandíbula en una caricia lenta, haciéndole cosquillas y provocándole temblar.

Cerró sus ojos un instante, con la hormigueante sensación de mariposas revoloteándole por dentro, aleteando con fuerza desde el fondo de su vientre y elevándose en agitado entusiasmo hacia su pecho.

Ese 1 de octubre había empezado como cualquier otro sábado.

Malcolm había salido desde temprano a encontrarse con Emily, la chica nueva que le había pedido ayuda con algunas materias base, hallándose genuinamente agradecido de que no fuera tan complicado trabajar con ella cuando le resultó más cooperativa que la mayoría.

Sin embargo, luego de tener que comer en una cafetería en la que un idiota huraño le derramó encima una extraña y fuerte mezcla entre té helado y algo más sin siquiera disculparse o hacer nada que no fuera pedirle otro de mala gana al barista, y obligarse a permanecer en el infame lugar para ver a otros tres chicos además de Emily..., lo único que Malcolm quería hacer era volver al departamento y no ver a nadie más el resto del fin de semana.

Cuando llegó alrededor de las cinco y atravesó el lugar sin ningún rastro de vida humana además de la suya, le pareció extraño. Usualmente Reese ya estaba ahí para esa hora, esperándolo o haciendo cualquier cosa, pero no ese día. Por un momento pensó que ni siquiera había llegado todavía, aunque las cosas mal colocadas sobre la barra de la cocina en cierto modo indicaban lo contrario.

No obstante, no tuvo más tiempo de cuestionárselo, porque luego de doblar su brazo para sacarse la mochila de encima y notar la pegajosa tela de su camisa deslizándose incómodamente contra su piel, todo pensamiento que no fuera bañarse y quitarse la ya irritante peste que cargaba como propia había desaparecido de su cabeza.

Sin embargo, por si aún tenía espacio para dudas, la empapada toalla descuidadamente abandonada en el suelo de una forma que le hizo poner los ojos en blanco y bufar antes de levantarla, fue confirmación suficiente de que, en efecto, Reese había estado ahí hacía no mucho.

Y para el instante en que salió del baño alrededor de una hora después, mucho más relajado, con el cabello ligeramente húmedo y un halo de vapor rodeándolo a lo largo y ancho de la puerta, Reese ya se encontraba ahí.

Estaba sacando de un par de bolsas las cosas que presumiblemente había comprado, cuando Malcolm se acercó a saludar tras vestirse con su ya acostumbrado pijama. No habían hecho planes previos, y él en verdad no tenía ganas de salir, así que ni siquiera ponderó la opción de ponerse otra cosa que su ropa interior y una deslavada camiseta de Ghostface que Reese ya no usaba desde que él prácticamente se había adueñado de ella.

Sin embargo, Malcolm lo había visto tan entretenido en lo que hacía al acercarse, que en el momento decidió hacer lo propio con las cosas que tenía tiempo postergando.

Y, en realidad, para el instante en que su novio resolvió que era hora de darle la atención que no había dejado de poner en lo que sea que estuviera cocinando luego de empezar, él había estado a nada de acabar.

Serotonina [Wilkercest]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora